a paternidad, sin duda, es algo maravilloso; sientes un amor que no sabías que podías experimentar. ¿Dónde estaba este sentimiento guardado? Tengo dos vástagos: un niño de catorce y una niña de doce. Intento pasar todo el tiempo que puedo con ellos; tiempo de calidad, por supuesto. Por ejemplo, el otro día me quedé con el mayor en casa, toda la tarde, estrechando lazos.
– Papa, ¿puedo echarme una ‘play’? –me preguntó.
– Claro –le contesté–. ¿Qué vas a hacer sino, leer?
Al momento se puso a jugar y realmente parecía que no había chiquillo, no daba follón ninguno. Pero al rato, cuando llevaba unas cinco horas, me interesé por lo que tenía entre manos; lo hice para que viera que tiendo puentes. Tras varios “¡nene!”, por fin conseguí contactar con él.
– ¿A qué juegas?
– Al “GTA” –respondió sin dejar de mirar la pantalla.
La verdad es que no conocía el juego en cuestión.
– ¿Y qué haces?
– Pues… estoy aquí en un almacén abandonado pillando droga, pero a estos tíos les voy a dar una paliza y luego me voy a ir de putas.
“¡Vaya! Sí que le cunde”, pensé.
– ¿Qué personaje te has elegido, cariño?
– Un ejecutivo de Bankia –dijo sonriendo.
“Lo estás haciendo bien, Joaquín”, concluí.
Hay que estar encima de los hijos, enderezar el árbol cuando aún está verde, como suele decirse. Y ser exigente con ellos. Yo les he apuntado a todas las extraescolares que hay y cuando digo todas es todas. Y no fue fácil porque se revolvían: “No podemos… ¡nos coinciden!”, se excusaban. Pero no cedí: “Si os coinciden, las juntamos”, sentencié. Y ahora los miércoles van a Karatekesis. ∎