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Firma invitada / Bonus track

Rickie Lee Jones (des)teje su tela

D

ías atrás, mientras el universo entero se dedicaba a condenar o a defender el valor poético de lo último de Rosalía, yo volví a escuchar (nunca dejé de hacerlo, pero siempre me produce la emoción de la primera vez) “We Belong Together” de la cantautora norteamericana Rickie Lee Jones, nacida en Chicago en 1954. Se sabe (para los que no lo saben y no saben lo que se han perdido hasta ahora, siempre hay tiempo y oportunidad para encontrarlo): “We Belong Together” es la canción que abre “Pirates” (1981). Cinco estrellas de entonces y segunda portada para ‘Rolling Stone’ en tiempos en que aparecer en la portada de ‘Rolling Stone’ todavía significaba algo. Uno de los mejores segundos álbumes después de un debut perfecto –“Rickie Lee Jones” (1979), con cinco nominaciones al Grammy y ganador del correspondiente a “Mejor Artista Nueva”– de los que se tenga memoria y conocimiento. Y, sí, es mucho más difícil un magnífico opus 2 luego de un magnífico opus 1, siendo el sabor del momento y estando tan bien acompañada por una gran guarnición de los mejores músicos de sesión disponibles.

Allí, Rickie Lee Jones como algo así como la versión complementaria y hembra, más beat que noir, de Warren Zevon. O amiga/personaje digna de figurar en los relatos de “Hijo de Jesús” (1992), de Denis Johnson. Desde entonces y para siempre, ese libre fluir de consciencia en versos largos y epifánicos recitados, con tronante vocecita de bebop Betty Boop, como en la más devocional de las letanías sobre un piano casi marcial hasta que entra la batería. Y, sí, todo parece sonar igual a aquel párrafo casi al principio de “En el camino” (Jack Kerouac, 1957) donde el narrador, Sal Paradise, contaba y daba cuenta de seres que bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el mundo suelta un ‘¡Ahhh!’”.

Y yo suelto otro “¡Ahhh!” porque –con “We Belong Together” como letra y música de fondo– acabo de leer la letra y letras de la flamante autobiografía de Rickie Lee Jones: “Last Chance Texaco. Chronicles Of An American Troubadour” (Grove Press, 2021; libro del año para la revista ‘Mojo’). El título, claro, es el mismo de otra de las tantas mejores canciones de Jones que alude –metafóricamente– a la última oportunidad de llenar el tanque con gasolina antes de adentrarte en las tierras baldías del amor y del arte y de, por lo tanto, el más encantador de los desencantos.

Y recuerdo también que, hace años, escribí para festejar la salida de la triple autoantología “Rickie Lee Jones. Duchess Of Coolsville. An Anthology” (cortesía de los maestros compiladores de Rhino en 2005) y que, en el suculento cuadernillo que la acompañaba, la responsable apuntaba: “Una canción es una casa que vive dentro de uno. Una canción crece y cambia de forma la idea de un sonido, se ajusta a una nueva información y, también, permanece intacta como algo sólido: una iglesia, un puente. Una canción es una entidad que no deja de evolucionar. No está estancada; se mueve. Como un árbol o el trazado de un camino. Es algo vivo, un espíritu que ha sido capturado. Nosotros, los escritores de canciones que también las interpretamos sobre un escenario, sabemos muy bien que así es nuestro trabajo. Aquí adentro hay canciones que tratan de ventanas imaginarias, de calles y de los espíritus. Chicos que salen al caer el sol y corren por los callejones que yo domestiqué y que me arrastran hasta el suave color violeta del crepúsculo, riendo, más jóvenes de lo que jamás fueron, en el atardecer de mi mejor día. He aquí a mis piratas y aviadores, arrojados contra el techo del desierto. Belleza insoportable contemplada a través de los ojos de una niña encaramada allí arriba y flotando, con la ayuda de cierta rara gracia, por encima del abismo de varios años en una terrible y solitaria batalla, pero aferrando el mapa que conduce de regreso a mí”.

Igual definición cabe y entra, ahora, para sus memorias dispersas y selectivas y como tejidas en el telar del ayer. (Y me acuerdo de que la entrada correspondiente de Rickie Lee Jones en la Wikipedia cerraba –ya no– con la frase/información: “Jones también disfruta tejiendo”. Y el dato arrancaba una sonrisa porque –por algún extraño motivo– no me cuesta nada imaginar a Rickie Lee Jones ahora, tejiendo en una mecedora, en el jardín de su hogar de Nueva Orleans, mientras tararea à la scat. Y menos todavía me cuesta imaginar que fue ella misma quien no pudo resistirse a añadir esa última oración en su info/bío funcionando como uno de esos versos breves y susurrados luego de un verso grande y a los gritos en una de sus canciones.) Y, sí, como era de esperar, “Last Chance Texaco” no es una autobiografía al uso y de esas industrialmente enhebradas con la ayuda de un fantasmal negro en la sombra en talleres underground. Todo lo contrario: aquí Jones flota y da batalla y respira en cada palabra (como sucede también con las por suerte poco ortodoxas memoirs de Bob Dylan o de Patti Smith o de Ray Davies o de Neil Young) y escapa a los souvenir más obvios para los demás, para concentrarse en lo más importante para ella.

Así, buena parte del libro es la crónica de su (de)formación infantil-adolescente –ay, esa madre y ese padre– “un poco Oz y un poco Huck Finn”, con frente y perfil de personaje cruzado de Carson McCullers con Jack Kerouac & Co. Chica con guitarra y boina bohemia y cigarrillo en la sonrisa yendo de aquí para allá y concentrándose en la alquimia que la llevó a escribir “Chuck E’s In Love” (con modales que más tarde bastardeará Sheryl Crow en su debut) o “Coolsville” o “Company” (atemporal estándar instantáneo) o “Hey Bub” o “Skeletons” o “Easy Money” y, claro, “We Belong Together”.

Después, suele ocurrir, Jones pasa de moda, arriesga mucho en lo formal (no hay género que no haya cortado a su medida, llegando a grabar con The Blue Nile sin por eso haber renunciado a gemas rickiellejonescas perfectas como “Stewart’s Coat”), tiene su momento de desatada party-girl fitzgeraldiana y heroína heroinómana y persona non grata, padece sequía de inspiración que palía con formidables discos de covers (pero lo que hace y des/hace Jones a la hora de “For No One” de los Beatles o “Sympathy For The Devil” de los Stones o “The Weight” de The Band, así como con lo más granado del repertorio jazz-con-voz, bien puede ser entendido como algo muy suyo). Lo último con canciones propias fue el brillante “The Other Side Of Desire” (2015). Grabado con la ayuda del crowdfunding (así están las cosas, a ese otro titán que es Lloyd Cole también le pasa), donde Jones le canta a sus zapatos Jimmy Choo y apuesta y gana en el difícil trance de reescribir aquella postal navideña de The Pogues como “Christmas In New Orleans”. Y mucha atención, por favor, a ese nuevo clásico suyo que es “Blinded By The Hunt”, donde casi ruega pero en verdad ordena que la dejen en paz porque lo que tiene se lo ganó con honores.

Hoy, Jones es considerada songwriter de songwriters y su influencia puede rastrearse en Suzanne Vega o en Aimee Mann o en Amy Winehouse o en la próxima chica veloz con ganas de canciones lentas sin privarse de swing. Pero lo que prima y se privilegia en el libro son los días y las noches cuando Rickie Lee soñaba con tomar por asalto el consagratorio escenario del Troubadour y se la comparaba inicialmente con Laura Nyro y Joni Mitchell para, enseguida, ser incomparable o solo comparable con ella misma. Y que le hiciese declarar a alguien como Randy Newman un “digamos que se trata de la persona más inteligente con la que jamás he trabajado”.

Y, sí, “Last Chance Texaco” es un libro muy inteligente. Es decir: se concentra en el aspecto iniciático y artístico, pero –aunque se concentre en los “volúmenes enteros que viví antes de ser famosa”– no por eso deja fuera de juego su necesidad y responsabilidad del naming names junto al suyo. Así, un mefistofélico Dr. John, un místico Van Morrison, un volátil Lowell “Little Feat” George, una cosmética Annie Leibowitz, una frenética y tensa y finalmente triunfal visita al set de ‘Saturday Night Live’ y un Bob Dylan que una noche se sienta a su mesa solo para decirle “eres una verdadera poeta, nunca te des por vencida” y se levanta y se va.

Y, claro, asignatura pendiente y morbo de fans a satisfacer, el nombre entre todos los nombres: Tom Waits. Y, en su nombre, una de las grandes love stories entre dos genios del verso y del estribillo. Así, Rickie Lee Jones empieza siendo la novia de Tom Waits –fotografiada para la cubierta de “Blue Valentine” (1978)– y, de pronto, Tom Waits se descubre siendo más reconocido como el novio de Rickie Lee Jones. Y fama y drogas y arrebato y desgarro. Lo que no implica que Jones evoque todo en su libro con la misma dicción y fraseo que en sus discos: “¿Cómo empezar a contar la historia de Tom Waits y yo? ¿Debo presentarla con letra y música? ¿Me oirán ustedes cantarla? ¿O tal vez deba ofrecer aquí algunos agridulces hechos de la vida o alguna optimista moraleja acerca de las oportunidades que se nos presentan? ¿Debo mencionar aquí que Tom y yo fuimos hermosos más allá de toda comparación y nos nutrimos tanto (y nos inspiramos tanto) de y por nuestros corazones por un breve tiempo en el que casi nos consumimos? Amor, solían llamarlo. (...) En la cama Tom actuaba como el más grande de los leones. Lo que quiero decir es que Tom actuaba hasta en la cama. (...) Entonces él y yo fuimos religiones, nos convertimos el uno al otro. Él gruñía y yo balbuceaba. Él se enternecía y yo gruñía. Nuestra naturaleza era la misma, pero aparentemente ninguno tuvo la habilidad de aferrarse a su propia y singular naturaleza. Deseábamos tanto ser partes de historias... porque sin una historia, ¿quiénes somos?”.

Muy bien dicho ahora, pero, de nuevo, tan bien cantado entonces y para siempre, en la elegía para lo suyo. De nuevo: “We Belong Together”, donde Rickie Lee Jones se despide con: “Y los últimos héroes que no quedan / Fueron escritos justo antes que nosotros / Y el único ángel que ahora nos contempla / Nos ve a través de los ojos del otro / Y puedo oírlo en cada pisada de un pasajero suspiro / Y él se vuelve loco estas noches / Mirando pasar los latidos de corazón... / Y susurran: Somos el uno para el otro / Somos el uno para el otro”.

Saludos a Rosalía, y gracias por seguir tejiendo, Rickie Lee Jones, para que todos nosotros sigamos soltando un “¡Ahhh!”. ∎

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