Hubo un tiempo, antes de los selfies y los tiktoks, en el que la reina documentalista de los viajes familiares era la videocámara o, en su caso, la cámara de fotos de carrete. Eran tiempos más lentos: no se planificaba demasiado aquello que se registraba, y la experiencia del viaje acostumbraba a perdurar mucho más tiempo porque, de regreso a casa y después del revelado, tocaba revisar las imágenes. Aquellas instantáneas podían resultar hipnóticas por su dualidad potencial: correspondían a la mirada subjetiva de la persona que manejaba el dispositivo, pero su carácter espontáneo también podía recoger la realidad más objetiva, sin filtros.
De este tipo de letanía relajada bebe el primer largometraje de la escocesa Charlotte Wells. En “Aftersun” (2022), las imágenes de videocámara resultan ser el hilo conductor de un episodio prácticamente autobiográfico, en el que Sophie (Frankie Corio), una niña de once años, se encuentra de vacaciones en Turquía junto a su joven padre divorciado (Paul Mescal). Años más tarde, una Sophie adulta, probablemente con la misma edad que la que por aquel entonces tenía su padre, vuelve a reproducir aquellas imágenes inocentes, casi como un ritual audiovisual capaz de conjurar los recuerdos del pasado y, entre ellos, una verdad silenciada.
Lo que se despliega a continuación es una colección de postales estivales en un resort hotelero, muy atentas al detalle de los cuidados entre un padre y una hija. Wells subraya con bromas internas, bailes y caricias el cariño procesado entre esa unidad familiar sacada de su hábitat natural. Todo transita con la calma y la quietud de a quien el tiempo todavía le pasa demasiado lento: una niña con un pie ya dentro de la adolescencia. Posicionado desde el punto de vista de Sophie, la cinematografía de Gregory Oke parece desprender el olor a esa loción hidratante que da nombre al título y que apela a cualquier día familiar en la playa. Su trabajo con la luz, la mirada indirecta a través de la videocámara, la profundidad de campo e incluso ese trávelin final juegan una baza importante en la separación entre hija y progenitor, pasado y presente, recuerdo y recuerdo de un recuerdo.
Pero “Aftersun” también trata de manera sutil aspectos como la sexualidad incipiente o la tristeza. En los pasillos de la memoria, Sophie busca una imagen completa de su padre, del que parece haber obtenido únicamente imágenes fragmentadas debido a la sobreprotección ejercida sobre ella. Cargado de sentimientos escondidos, Paul Mescal se desenvuelve con gozo en el tono parsimonioso –no demasiado alejado de la serie “Normal People” (Sally Rooney y Alice Birch, 2020)– de un relato que explora las relaciones humanas y los conflictos con una psique derrotada demasiado pronto. Corio, por su parte, sigue la gozosa estela luminosa de Mescal, produciendo entre los dos un entendimiento mutuo encantador. Juntos formalizan una escapada familiar alegre, pero de una emoción comedida, que también sabe a despedida y duelo.
La propia Wells describe su película como “un recuerdo de intimidad desde un punto de distancia”. Más allá de su solvencia a la hora de trabajar sobre material personalísimo, con esta valiosa ópera prima la directora evoca sensaciones y juega con las posibilidades de lo analógico y el digital temprano, muy vinculado al concepto de memoria colectiva e individual. Ojalá, en una sesión doble de ensueño, fuese posible poner a dialogar la película de Wells junto a ese experimento documental, con el que guarda en común cierta sensibilidad en la revisión de recuerdos familiares, que es “Video Blues” (2019), de Emma Tusell. ∎