A veces un libro llega justo cuando se le necesita. Seguramente, ni a Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) ni a su editorial les hizo ninguna gracia que el lanzamiento coincidiese con el inicio del confinamiento en muchos países de habla hispana, con la promoción frustrada y las librerías cerradas. Pero para los primeros lectores que pudieron hacerse con ese libro, el más largo con diferencia del autor, que se dio a conocer con la breve “Bonsái” (2006), “Poeta chileno” no pudo llegar en mejor momento. Si me dieran dos vinos, me lanzaría a elucubrar una teoría sobre que hubo dos tipos de lectores del confinamiento: los de Mariana Enriquez y los de Alejandro Zambra. Pero así a palo seco solo puedo decir que esta novela mejoró las primeras semanas de mi encierro en un 65% y que terminarla fue un drama múltiple porque encerrados, ya se sabe, toda emoción se magnifica.
¿Qué pasa en Chile con la poesía?, ¿por qué los poetas son héroes nacionales como en otros lugares los futbolistas y se discuten sus méritos a gritos en los bares? Esa es una de las preguntas que se hace Pru, una estadounidense a la que conocemos en la segunda mitad del libro y que hace un viaje a Chile para hacer ese reportaje sobre el parnaso local para una revista estadounidense. El de Pru es un gran personaje, y también el de Carla, a la que conocemos ya en la primera página, las no-poetas, las sufridoras del poeta. Pero aquí la historia pertenece a Vicente y a Gonzalo, un padrastro y un hijastro que sí están condenados a escribir versos. Gonzalo es la pareja (el pololo, en chileno) de Carla, la madre de Vicente, a quien acompaña en gran parte de su infancia. Tras la ruptura de los adultos, a Vicente solo le quedan unos mails demasiado largos que llegan a veces y algunos libros que Gonzalo se dejó, uno de Emily Dickinson, otro del poeta Gonzalo Millán.
Todo esto lo relata Zambra con un tono que, él mismo ha dicho, es el que más se parece a su manera de hablar, un tono antisolemne que no es ninguna novedad en la literatura pero que ahora parece de pronto como un tónico entre tanta novela (y tanta no ficción) grave y sentenciosa. En este libro gozoso pero no leve, lo único oscuro es la gata que une como una trama invisible a todos los miembros de esta exfamilia descompuesta; su nombre Oscuridad, Oscu. ∎