“Gari eta goroldiozko” (Susa, 2022), que en español significa “De trigo y musgo”, fue el título del estreno literario de Anari Alberdi Santesteban (Azkoitia, 1970), una novela. Así venía firmada y pronto conocerá también una versión en castellano. Justo lo que acaba de suceder con todos los textos de sus canciones traducidas por ella misma –desde su primer álbum homónimo hasta sus más recientes colaboraciones con Petti, o para -Gailu, Inoren Ero Ni o la compilación “Acuarela Songs 3” (2004)– en el libro “Demoliciones controladas” (2023), que ha publicado la editorial riojana Pepitas de Calabaza.
Uno podría decir que Anari es una debilidad si no fuera porque su categoría es de una obviedad aplastante. Indiscutible en el rock de autor(a) de las últimas décadas, bebe de nombres como Nick Cave, PJ Harvey, Low, Mark Lanegan o Come, aunque si algo derrocha es emotividad y alegato propios.
Una demolición controlada lo es a nivel de seguridad, hecha sin riesgos para personas y estructuras cercanas. ¿Cómo acometerla cuando se trata de sueños?
Pues de la misma manera que se acomete cuando se trata de un edificio: sin dañar a terceros y, sobre todo, a terceras. Implosionando. Es una metáfora que desarrolla la canción “Ametsen eraiste neurtua”. Una especie de rectificación o actualización de la relación de una misma con la vida y el entorno.
¿Es ciertamente tan laborioso pasar un texto lírico de un idioma a otro? Iñigo Astiz –que es quien se ha encargado de organizar los textos del libro– habla de “demolición y rescate”, de texto en conflicto con el tiempo. ¿Se puede hablar de recomposición?
Sí que lo es, la verdad. El verbo traducir lleva con él otros verbos como resignificar o reescribir. Por un lado, en el caso del vocabulario, porque tienes que elegir uno de entre todos los sinónimos que te ofrece una traducción, y esto te lleva a elegir el registro, el tono. Y por otro lado, en el caso de la estructura, la sintaxis. En las canciones, además, aunque me he tomado mi libertad, existe como un andamio previo, que es la propia canción, en este caso la canción en euskera, en el que tiene que encajar el texto traducido. Hay que tomar muchas decisiones, la verdad.
¿Y al contrario, del castellano al euskera, como hiciste con Nacho Vegas? ¿O del inglés al euskera, con Thalia Zedek?
La verdad es que me tomo más licencias. En el caso de Nacho Vegas o Thalia Zedek, diríamos que negociadas con ellos. La versión de “Vinu, cantares y amor” es quizá la traducción con la que más he aprendido; había que cambiar la toponimia para que la canción tuviera sentido en euskera y en Euskal Herria, por ejemplo. En el caso concreto de Thalia Zedek (se refiere a su versión de “Ladder”), reinterpreté la letra, mezclándola con otra mía. Es difícil pero al mismo tiempo imprescindible que la letra de la canción que estás versionando hable también desde tu propia lírica.
¿Qué fue lo primero que pasó por tu cabeza cuando Pepitas de Calabaza te encarga la traducción?
Pues que me estaba haciendo vieja ya… No, lo primero fue un gran agradecimiento hacia ellos, porque este libro es un regalo. Sí que me costó justificar el momento o el disco hasta el que tenía que llegar. Sigo escribiendo canciones, por lo que, de alguna manera, era difícil decidir hacer un corte en la discografía. Pero el año pasado me puse a escribir un libro que edité en otoño y vi que ese podía ser un buen punto de inflexión, porque siento que algunas canciones que estoy escribiendo ahora mismo parten del libro, de alguna manera.
Aunque poca gente lo conoce, cantaste en castellano en una colaboración con el grupo navarro Brecha, en la canción “Los huecos”. ¿Qué sensación te quedó?
Y con Tulsa también, una preciosa canción llamada “Araña”. La verdad es que buena. Es una lengua que domino, por supuesto, que no es cantar en alemán… Muy bien, para mí es bastante natural, aunque no sea lo habitual.
En tu generación, y quizá aún más en la de pioneros como Mikel Laboa o Benito Lertxundi, el euskera no era solo una necesidad natural, sino también una reivindicación tras muchas décadas de prohibición. Hoy muchos músicos jóvenes vascos son bilingües o incluso trilingües, y saltan de un idioma a otro, siendo lógicamente el euskera el que más ha avanzado. ¿Cómo has vivido este proceso?
Diría que en esto estoy más unida a la generación anterior y a su compromiso con la lengua que a la posterior que mencionas. Aunque ahora hay también bandas que eligen cantar solo en euskera. Querría incidir en el concepto de elegir, porque hay gente o bandas que ni se lo plantean; lo hacen de una manera natural. En cambio, en el caso en el que eliges conscientemente cantar en euskera, sí es una decisión política e ideológica; sin duda sigue siéndolo. El camino, la proyección, no tiene nada que ver si cantas también en castellano o en inglés. Cada una hace, por supuesto, lo que mejor le parece, pero está claro que la decisión de cantar solo en euskera es una decisión que implica una serie de factores. Me viene el ejemplo de la banda Vulk, que empezó cantando en inglés y ahora canta en euskera. No se trata de una decisión artística. Por supuesto que la situación cultural del euskera está mucho mejor que en los años setenta u ochenta, pero esto es como el feminismo: a la gente mayor que ha visto los grandes cambios de los últimos años le parece que nos quejamos demasiado. En ambos casos habrá que aguantar la cuerda siempre, me temo, porque a nada que la sueltes se retrocede muchísimo. La cultura es lo que alimenta simbólicamente una lengua, y viceversa. En nuestro caso, solo nosotras podemos hacerlo.
Compaginas tu vida artística con la docencia como profesora de secundaria de Lengua y Literatura Hispánicas. ¿Qué aporta a tu faceta musical?
No lo sé muy bien, estabilidad económica es lo primero que me viene. La verdad es que me gusta mucho dar clase, aunque ahora estoy en un paréntesis para dedicarme a escribir y componer, y no se puede decir que lo eche mucho de menos.
“Siempre he tenido la impresión de que las canciones de radiofórmula tienden a tratar lo romántico en sus momentos álgidos, mientras que en la música independiente el tema se centra más en el ocaso, en el fin del amor”. Se lo leí hace poco a Abraham Boba y creo que te viene al pelo, sobre todo en la primera fase de tus textos.
La verdad es que nunca lo había teorizado así. No sé. A mí toda la corriente esta del trap me parece muy triste y derrotista en muchos casos. Por eso me encanta… Aunque quizá esto también es underground…
“El escepticismo no es más que empezar a morir”, dices en una canción. ¿Se puede aplicar a distintas reacciones humanas, incluida la relativa al arte?
Por supuesto. Al arte, a la política, al amor… Bien entrada en la cincuentena, aunque es feo el autocitarse, he escrito en el libro: “Me he prometido a mí misma envejecer solo un año cada año que cumpla”. La frase que tú citas la escribí con 25 años, ahora es más real.
Diría que tus textos tienen tres grandes etapas: una primera centrada en el miedo a la soledad, una segunda sobre la dolorosa aceptación de la misma –“ya no temo a la bestia, ahora temo al bosque”– y una última más compleja sobre la demolición de los primeros sueños.
Añadiría que ahora la mirada apunta más al perímetro social o político. Siempre desde un punto literario, diría, porque la mayoría de las veces escribo desde las palabras y no al revés. En eso estamos ahora.
Me contaste que en tu adolescencia ochentera te aficionas a la poesía castellana de García Lorca, Pedro Salinas o Antonio Machado y que a la vez, en Azkoitia, un pueblo muy euskaldún y cuna de la trikitixa, escuchas a bandas como Matrona Impúdica o La Insidia. Es decir: no tenías una tradición de literatura euskaldún, pero todo cambia en la noche lluviosa que oyes a Ruper Ordorika cantar a Bernardo Atxaga en “Berandu dabiltza”.
Bueno, descubrí a Machado o Lorca en el bachillerato por medio de una buenísima profesora de Literatura. La verdad es que leerlos me conectó con una parte de mí que no conocía. En mi casa no se ha leído, no ha habido discos ni libros. Y el ejemplo que das es lo que antes intentaba explicar con el euskera: yo vengo de unos de los pueblos en los que más euskera se habla, pero, aun así, el capital cultural español tiene mucho peso. Se habla mucho pero no hay una conciencia de la situación global del euskera; es un poco como el que vive en tres bosques y no entiende, e incluso es escéptico, respecto a la desertización. Así que empecé a cantar rock en euskera sin grandes referencias en el entorno. El grupo más famoso de mi pueblo cantaba en castellano, rollo Nacha Pop… El pop español tenía un gran prestigio, mientras que el euskera era un poco para la verbena y lo tradicional. Esos años empezaba a cambiar, pero aún hay de eso… Aún hay resistencias. Retomando la pregunta, sí es verdad que por medio de Ruper Ordorika descubrí a Bernardo Atxaga y, sobre todo, la eclosión de la música y esas letras juntas. Me explotaron la cabeza. Y me puse a imitar ese universo al escribir mis primeras canciones.
Precisamente en el prólogo del libro, Bernardo Atxaga resalta de tu escritura “un ancla con alas”, que en “Sustraiak” sustituyes por “un árbol alado, sin raíces”. Textos de “Zebra” (2005) como “(H)egoak”, “pájaros que habitamos en nidos equivocados”, ¿tienen que ver con un período especial para ti?
Sí, ese disco es un disco de ruptura emocional pero, más allá de lo íntimo, es un disco que por primera vez me pone a pensar en qué, cómo y por qué escribo lo que escribo. En ese momento me doy cuenta del ejercicio de estilo que son los dos discos anteriores, sobre todo “Habiak” (2000). Un ejercicio de estilo de la tristeza, rollo muy Nick Cave, Leonard Cohen, Tindersticks… Y de tanto nombrar al diablo, pues cuando tengo todos los elementos vitales y reales para hacer el gran disco triste de mi vida, por suerte reaccioné y me tomé mi tiempo para recuperarme y hacerme un disco a mí misma que empieza con la canción del ancla y las alas.
Hace solo unos meses publicaste también una especie de novela, “Gari eta goroldiozko”, y preparas nuevas canciones. ¿Tienes intención de seguir en ambas facetas?
De momento estoy escribiendo canciones. Ojalá escriba más libros y más canciones, pero esto es algo que yo no sé prometer nunca. Hay un momento de la creación donde te vacías y, aunque sabes que siempre se ha vuelto a llenar, piensas que puede llegar un día en el que no. Así que el tiempo dirá. La verdad es que he disfrutado escribiendo el libro. Pronto empezaré a traducirlo y después, a saber, ojalá.
El hecho de convivir con una persona tan creativa también como Maialen Lujanbio, la bertsolari con más txapelas-campeonatos después de Andoni Egaña, ¿qué supone para ambas a nivel artístico, hay interferencias en ese sentido?
Por supuesto que hay interferencias enriquecedoras, en ambas direcciones. Cuando convives con otra artista, por muy distinto que sea el contexto de la improvisación, de lo que se trata, finalmente, es de leer el mundo y lo que nos rodea. Ella, además de a la improvisación, se dedica a otro tipo de obra más escrita que se acerca más en forma a la mía.
Tengo la impresión de que en el rock independiente, y el del sello Bidehuts lo es al cien por cien, se respira históricamente un mayor respeto hacia la mujer músico. ¿Cómo ha sido tu experiencia de encabezar grupos masculinos?
La verdad es que, visto con perspectiva, he tenido y tengo una gran suerte de haber hecho este camino con unos tíos muy sensibles, con sus reticencias y sus aprendizajes. Siempre me he sentido muy valorada en el entorno de Bidehuts y el círculo más cercano que me ha rodeado. Fuera de ahí estoy segura de que los hombres que me acompañan han sido testigos del machismo estructural que rodea también a la música; y seguro que el tocar conmigo les ha puesto en tesituras que nunca les pondría tocar con un tío de líder en la banda. Claro, a mí también me parecía que todo iba bien hasta que empiezas a leer las evidencias de desigualdad estructural –que por supuesto también sufrimos las mujeres artistas– que ha subrayado el feminismo. Y empiezas a revisarte, claro, pero también a revisar, y te das cuenta tarde de muchas cosas. Ahora lo vivo sin victimismo, pero muy alerta. ∎

En cierta forma los textos de Anari caminan en paralelo a su música, forzando sin forzar hacia una intensidad que viene sola, desde el intimismo de una propuesta que en sus primeros pasos veinteañeros ronda una trabajada omisión del amor (“Conduzco y conduzco hacia ese lugar llamado olvido en el que tú no existes”), el pánico a la pérdida (“Todas las preguntas ocultan una sola respuesta: el miedo a la soledad”) y el aprendizaje a no vivir del pasado (“Aún escucho tu voz en el dial de la memoria”). También se descubre que el tiempo no pasa en balde (“El escepticismo no es más que empezar a morir”), que hay preguntas de difícil respuesta (“¿Los árboles de los jardines del manicomio están también locos? ¿Los pájaros al morir, se caen o se suicidan?”), que no siempre sucede lo deseado (“Llevamos toda una estación esperando a los pájaros, pero solo regresan los buitres”) o que se puede usar la precaución como escudo (“Te daré mi corazón envuelto en piel de erizo, para que no se rompa”).
“Demoliciones controladas” descubrirá a todos los seguidores castellanoparlantes de Anari (presentes y futuros) que esta gran autora euskaldún –y su voz con la calidez de la hoguera– también se arroja por el crepitante aullido del fuego, rasgada y sensorial, compungida y escalofriante al unísono. La parte central de su carrera, que comienza en el álbum “Zebra” (2005), desvela el lado oscuro pero honroso de la asunción del desengaño: “Caí, sí, pero caí hacia arriba, igual que los peces. Sigo siendo cebra, antes blanca con rayas negras, ahora negra con rayas blancas. He vuelto a sentirme una yegua blanca, aunque creo que he sido media cebra”. En “Irla izan” (2009) persisten la duda y las preguntas: “Una vez me quemé la mano y hoy, solo con ver humo, huyo”. Y “Zure aurrekari penalak” (2015) confirma el anunciado derribo de esos sueños de juventud: “Siempre temiendo el abismo, que resultó ser la salida”.
Es en esa última parte de su obra cuando Anari se adentra en irónicos símiles de trasfondo idiomático (“Y esa lengua que hablamos, y que tus silencios vuelven aún más minoritaria”), político (“Ya conoces todos mis antecedentes penales, te entregué las armas y te confesé donde estaban los zulos”) o social (“Mientras, la industria de la tristeza fabrica ansiolíticos y canciones para ti, redes sociales y farmacias que atenúan tu melancolía burguesa”). Como bien señala el editor Iñigo Astiz a modo de conclusión, son rastros de una transformación biográfica e histórica que por bellos no dejan de doler y que, aunque duelan, no dejan de ser bellos. La vida y el arte, pues, “como ese bosque que tanto cuidas para que sea verdadero y bello”. Tal vez ahí radique la salvaguarda de los hermosos muebles de lo que se anheló. ∎