El lenguaje es capaz de retorcerse y afilarse y herir. Sin metáforas. De forma literal. Las palabras tienen esa capacidad. Angélica Liddell (Figueres, 1966) lo sabe muy bien. La Premio Nacional de Teatro, después de abrir nuevos caminos en la dramaturgia contemporánea, se atreve ahora con el relato corto, cortísimo, en “Cuentos atados a la pata de un lobo”. En estas historias hiperbólicas escribe sobre humillaciones, sobre mutilaciones, laceraciones, daños, dolor, vejaciones; escribe sobre sangre y vísceras y tumores, sobre asesinatos y suicidios y parricidios; escribe para matar y para morir y para exorcizar; escribe sobre sexo y violencia y el cuerpo vivo; y escribe para dejar claro que la literatura no sirve para alumbrar un ideal, ni para el confort burgués o el entretenimiento pasivo, sino para derruir todas las imaginaciones vanas y a sus falsos profetas. Si Antonin Artaud quería un “teatro de la crueldad”, Liddell no solo lo quiere, sino que lo reinventa e incluso va más allá.
En total, esta genial poeta y performer teatral reúne 35 relatos en los que vemos un poco de todo, pero siempre con asco y repulsión contra sus semejantes. Nos presenta a escritores furiosos contra los autores biempensantes que gustan a todo el mundo y a los que dan premios solo por no escocer con lo que dicen; a madres que matan a sus bebés lactantes; a hijos trastornados que no solo fantasean con matar a sus progenitores, sino que lo anhelan incluso en las fauces y lo cumplen llenos de autoafirmación; a pirómanos que ven regocijados cómo arde su propia familia. Liddell no escribe para provocar, sino para matar la complacencia, para acabar con el cuerpo construido a base de bienestar, productividad e hipocresía. Sus cuentos, por tanto, no son una provocación, sino más bien una venganza.
Al leerlos, uno no solo piensa en la conexión evidente con Artaud, otro poeta icono del teatro del siglo XX, sino en el decadentismo francés de finales del XIX, en Gérard de Nerval, en Huysmans, en Jean Lorrain o Villers de l’Isle-Adam. Aunque su salvajismo extremo remite sobre todo a los simbolistas y en especial a “Los cantos de Maldoror” (1869), del maldito Conde de Lautréamont. La imaginación de Liddell es más directa, más carnal, no tan imaginativa y simbólica como el mítico texto de Isidore Ducasse, pero su estrepitoso gusto por destrozar todos los tópicos e hipocresías contemporáneas es el mismo.
Al lector que le gusten los cuentos morales, que se abstenga de leer estos relatos. A quien le gusten los “abracadabra” con sorpresa final tipo O’Henry, que también se olvide. Y a quien le encanten las historias realistas a lo Chéjov, que también busque en otro lado. Pero a quien le guste la poesía y que le reten, a quien crea que la palabra es un cuerpo y nuestra relación con él es tanto una pelea como una danza, no puede dudar en coger estos cuentos crueles y empezar la batalla.
En definitiva, estos cuentos no dejan de ser una extensión más del nervio creativo de los montajes teatrales que Liddell ha construido desde hace más de tres décadas. No dejan indiferente a nadie, nunca lo han hecho. Y estos cuentos tampoco. Si buscas pasar una tarde tranquila con un libro, olvídate de Liddell. Si quieres vivir aventuras y descubrir nuevos mundos, ya te digo yo que no. Pero si crees en la palabra como tótem mágico, como potencia capaz de abrir los cuerpos fatídicos que esconden la verdad, Liddell será tu autora de cabecera.
La literatura española no cree mucho en la potencia de la crueldad. No hay ni Marqueses de Sade, ni los ojos de Bataille, ni por supuesto condes de Lautréamont, pero sí que hay una Angélica Liddell. Y eso hay que agradecerlo. Lo que más se acerca, por compromiso y sensibilidad, son las letras del joven Fernando Alfaro cuando revolucionaba la escena del pop nacional con Surfin’ Bichos. “Arrepentíos, masturbaos, crucificad al Señor con salmos, asesinad, regocijaos y comed tortillas de clavos”, cantaba en “Malaventuranzas”, en el disco “La luz en tus entrañas” (1989). Leed estos “Cuentos atados a la pata de un lobo” y escuchad a los Surfin’ Bichos de fondo. Vuestra imaginación se llenará de escalofríos y sangre. ∎