Rodrigo Sorogoyen y su guionista Isabel Peña se han especializado en un tipo de thriller de un realismo crudo a la par que estilizado, donde los familiares códigos del género sirven de paleta para la elaboración de un retrato social, el de un país quebrado y con las vergüenzas al aire, cuya intencionalidad política es cada vez más acusada: lo que en “Que Dios nos perdone” (2016) era subtexto, en “El Reino” (2018) y la miniserie “Antidisturbios” (2020) ya es el asunto principal. Este modelo se mantiene en “As bestas” (2022), si bien en condiciones distintas que acentúan sus fortalezas, así como sus puntuales pero significativas debilidades. Cambia el escenario del asfixiante y putrefacto paisaje urbano a una Galicia rural que, por otra parte, revela cualidades similares. Lejos de las bulliciosas huidas hacia adelante que han caracterizado a sus personajes en el pasado, aquí el conflicto es estático y hunde sus raíces en la tierra: bajo la mirada de los molinos que presiden la montaña como ominosos gigantes, el bienintencionado proyecto reformista de una pareja francesa –los tranquilos Denis Menochet y Marina Foïs– colisiona con el deseo de los lugareños de huir con el dinero que una energética noruega les ofrece por sus terrenos.
Ello conlleva un sutil reajuste en el ritmo del relato y del trabajo de cámara, las acciones se espacian y los planos reposan aunque persista la querencia de Sorogoyen por la toma larga –una de las más memorables de la película dura unos diez minutos–, lo cual resulta en un moroso desarrollo que recuerda a “Perros de paja” (Sam Peckinpah, 1971). Todo, eso sí, al servicio de una lógica narrativa familiar para el dúo madrileño: la del cercamiento fatal de unos personajes por parte de fuerzas que escapan a su control.
Resulta representativo del conjunto de la película su rechazo al paisajismo, tan característico de otras producciones gallegas, y la apuesta por atmósferas interiores, ya sea la casa de los franceses, refugio precario, o el decadente bar de la aldea, en el que se alían la paranoia y la masculinidad tóxica. Si hay un paisaje en “As bestas”, este es más bien humano, una colección estimulante de personajes con actitudes e intereses irreconciliables entre los que destaca el interpretado por Luis Zahera, el cacique con pies de barro que se convertirá en némesis de los protagonistas. La tensión escala metódicamente dentro de estas coordenadas hasta reventar en una secuencia extraordinaria y terrorífica, un paseo por el bosque, la cual presenta una rima visual con el principio del filme y justifica el título de este. El espectador se preguntará: “¿Y ahora, qué?”.
La película se parte en dos desde ese momento, introduciendo un punto de vista nuevo e iluminando rincones del conflicto que habían permanecido oscuros hasta entonces. Una propuesta estimable y ambiciosa aunque a Peña y Sorogoyen –seguidores de “Memorias de un asesino” (Bong Jong-hoo, 2003) y “Zodiac” (David Fincher, 2007)– no les es ajeno el anticlímax deliberado, cuya ejecución no termina de estar a la altura. Si bien el desarrollo de la trama durante la primera mitad no sorprende demasiado, una puesta en escena magnética y eficaz actúa de contrapeso; por ello resulta especialmente desafortunado que esta pierda fuerza en sus últimos compases, ante la oportunidad de abordar un material menos familiar. Sorogoyen no parece disponer todavía de las herramientas para subvertir su convincente pero limitado estilo personal. A pesar de ello, “As bestas” es un ejercicio de género efectivo y electrizante, prueba suficiente de que a su director no le falta talento para conseguirlo en un futuro. ∎