“Argo” (2012), el tercer largometraje de
Ben Affleck como director, parte de un suceso real a las puertas de lo inverosímil: el rescate de seis funcionarios norteamericanos durante la crisis de los rehenes en Irán que tuvo lugar en 1979, haciéndolos pasar por miembros del equipo de una ficticia película fantástica. Más interesado en la construcción de una narrativa de género que en la cuestión política e histórica, Affleck halla el gusto en el hecho de observar a un puñado de personas trabajando en una situación límite, describiendo los pormenores de la invención de una mentira que otorga al concepto de “cine de evasión” una dimensión completamente nueva.
Decepcionante tanto para quienes esperen grandes cantidades de bilis contra la política exterior estadounidense como para los que quieran hallar en ella un objeto metalingüístico (cuando fuerza ese aspecto, el filme patina: véase el montaje en paralelo de la lectura del guion de la inexistente película con el tormento de los rehenes en Teherán), “Argo” se hace fuerte en la orquestación de un suspense sostenido a lo largo de todo el metraje, demostrando el aplomo de su realizador a la hora de confeccionar obras de entretenimiento adulto; artesanía que Hollywood parece estar condenando al olvido. ∎