En sus páginas, Jaime Hernandez (1959) desarrolló la historia de los vecinos de Hoppers, un barrio ficticio que remedaba su Oxnard natal. El californiano Beto Hernandez (1957), por su parte, creó Palomar, una localidad fronteriza entre los Estados Unidos y México, pero también entre el mundo real y el particular mundo de fantasía que anidaba en la mente de su autor. Deudor tanto de los viejos tebeos de “Archie” (John L. Goldwater, Vic Bloom y Bob Montana, 1942-2020) como de los culebrones latinos, a Palomar se la situó en las mismas coordenadas del Macondo de García Márquez –el propio Hernandez confesó no haber leído “Cien años de soledad” (1967) hasta mucho después de haber empezado a dibujar sus historias–, pero la sensibilidad de su autor dista mucho de la del colombiano. En “Palomar” (1983-1996) se habla lo justo, los secretos son de cada uno y el amor siempre hace daño. Hernandez ha dibujado innumerables historias de los habitantes de Palomar en estas cuatro décadas, en las que sus personajes han reído, sufrido, envejecido y muerto.
La editorial La Cúpula, que publica el trabajo del californiano en nuestro país, ha reeditado el primer tomo recopilatorio de las historias de Palomar (del período 1983-1989). Para presentarlo, durante el pasado mes de mayo, Hernández visitó nuestro país en una gira que lo llevó a visitar Barcelona, Bilbao, Valencia y Madrid, donde pudimos hablar con él sobre su trabajo.
Tu madre es quien te introduce a ti y a tus hermanos en los cómics. Siempre has dicho que en la casa familiar había cómics por todas partes. ¿También has significado lo mismo para tu hija Natalia?
Realmente sí. Mi madre era artista, dibujaba y nos leía cómics sin parar. Y mi hija me ha visto dibujar en casa continuamente y siempre decía que quería ser como papá. Y bueno, finalmente lo consiguió. Es dibujante, empezó haciendo diseños para pegatinas, cosas así, y ya es profesional; debutó en un cómic para DC, “Shade, The Changing Girl” (2016-2017), una historia de tres páginas en la que yo mismo la ayudé con el guion y la tinta, y ahora ha hecho una historia para una antología de terror.
Tu hija creció con tus tebeos y tú te formaste con los cómics de “Richie Rich” o “Archie”, pero también con los viejos tebeos de la DC. En 2014 dibujaste a Wonder Woman y a Supergirl en un especial. ¿Qué supuso trabajar con ese material?
Adoraba esos cómics, sí. En este caso fueron ellos quienes me preguntaron si quería dibujar a los personajes, y claro, dije que sí. ¿Mary Marvel, Supergirl, Wonder Woman? ¡Son las mejores! Bueno, lo que pasa es que hice mi propia Wonder Woman, claro, muy musculada y tal. No sé si a la gente le hizo gracia, pero yo me lo pasé muy bien haciéndolo.
De hecho, en alguna ocasión has comentado que la mayoría de los tebeos que lees son reimpresiones de antiguos comic books. ¿Sigues sin prestar mucha atención a la escena contemporánea?
Exacto, amo los viejos tiempos, esos tebeos de los cuarenta, cincuenta, sesenta… Son mis favoritos, adoro sus dibujos y su manera de contar las historias. Y ahora, bueno, no leo nada de lo que se publica porque trabajo 24 horas al día siete días a la semana y cuando acabo no me apetece ponerme a leer tebeos que no haya leído ya antes, solo me apetece divertirme.
Tu hermano Jaime dice que tienes las historias perfectamente diseñadas en tu cerebro antes de ponerte a dibujar. ¿Cuando arrancas ‘Love And Rockets’, hace ya más de cuarenta años, tenías claro lo que querías hacer?
¡Siempre dice eso! Pero no es verdad, y ni mucho menos cuando empecé. Mira, yo quería dibujar ciencia ficción, como lo que se hacía en la revista ‘Metal Hurlant’, ¿sabes? No había nada planeado, yo simplemente dibujaba aquellas naves y monstruos y esas cosas y entonces apareció Luba (la protagonista de las posteriores historias de “Palomar”). Yo solo quería dibujar a una mujer exuberante, con esas curvas, y de repente me gustó tanto el personaje que quería escucharla, tenía que escribir sobre ella, quería continuar con su historia. Y entonces sucedió que no podía seguir haciendo ciencia ficción, y así cree Palomar, que nació como un hogar para que ella pudiese vivir.
Palomar fue su refugio.
Sí, eso es, porque ella ya no era el mismo personaje de las primeras historias, necesitaba otro espacio.
“Palomar” no es ciencia ficción, pero es una construcción cimentada más en los culebrones latinos que en el mundo real. ¿Cómo es tu relación con tu herencia mexicana? ¿Cómo fue enfrentarse a los cómics como autor latino?
Bien, fue complicado, porque es quien soy, soy latino, y no había nada de eso en los cómics cuando dibujé las historias de “Palomar”. No tenía referentes, ni colegas que hicieran algo parecido. Pero sí que podía ver las novelas en español por la tele, y quería trasladar algo de eso a los cómics, crear un mundo de cultura latina donde cualquier lector latino pudiera identificar cosas de su propio mundo en mis tebeos.
Entonces Palomar no es solo México. Es también Puerto Rico, o Cuba, o Colombia…
Sí, quería mezclarlo todo, referencias culturales de todos los países latinos, porque nos parecemos, pero cada país tiene su propia gastronomía, su propia música… Quería que Palomar fuera un sitio que cualquier lector pudiera leer y se dijera a sí mismo “ah, sí, conozco este sitio, sé lo que es”, que fuera familiar.
Volviendo a las telenovelas, ¿han tenido influencia en tu trabajo, en la manera de contar historias?
Esa estructura, la de un personaje principal al que le pasan cosas, que choca continuamente con otros personajes… Esa manera de construir los conflictos, con todo el mundo llorando, con muchos niños (y adoro dibujar niños), me encanta. Pero la verdad es que no he visto muchas novelas mexicanas, creo que es que manejamos el mismo material arquetípico.
En una reciente entrevista concedida al diario ‘Ara’, dijiste que estás en conversaciones con Warner para adaptar tu obra. ¿Te hace ilusión que Palomar pueda llegar a ser el escenario de una de esas telenovelas?
¡No creo que sea una novela! Pero, sí, después de 40 años donde he tenido multitud de charlas con productores, creo que ahora estoy teniendo una buena, pero seguro que será diferente a mis cómics. En Hollywood tienen un truco, se sientan contigo y te preguntan “bueno, ¿y tú cómo lo harías”?. ¿Cómo que “cómo lo haría”? ¡Yo ya lo he hecho, llevo 40 años dibujando esto! ¡Ahora os toca a vosotros hacer el trabajo! No les voy a hacer el trabajo gratis. Pero sí, está bien, hay mucho dinero, yo ganaré parte de ese dinero, hay gente importante implicada, parece que va a salir adelante y me parece muy bien. Pero hay que vender todavía el producto. Afortunadamente, con el streaming hay hueco para una serie con contenido latino, que es algo que gusta mucho a los chicos blancos, la diversidad. Veremos qué pasa.
Si en algo se parecen tus cómics a una serie de televisión es en esos multitudinarios elencos de personajes. ¿Cómo es trabajar con un reparto tan nutrido de diferentes personajes, cada uno con sus particulares registros?
Me fío mucho de su apariencia. Quiero decir, Luba tiene su propio rostro, Chelo el suyo, Tonantzín el suyo… Trabajo sus personalidades desde sus rostros, de ahí sale todo. Me fío mucho de esto y, a partir de ahí, construyo las historias, alrededor de cómo son.
Alguna vez has dicho que tus personajes son proyecciones de diferentes partes de ti. ¿Cuáles son los personajes que más has utilizado para expresar tu visión del mundo?
En realidad todos. A ver, es cierto que Luba tiene mucho de mí, pero yo no tengo algunos rasgos de Luba; desde luego no tengo su mala leche. Pero todos tienen algo de mí, aunque esté en desacuerdo con ellos de vez en cuando. ¡Así es la ficción!
¿Por qué piensas que la crítica no presta tanta atención cuando te “sales del camino”, que tus trabajos fuera de “Palomar”, como “Los timadores” o “Una oportunidad en el infierno”, sean consideradas “obras menores”?
Ya sabes, los géneros siempre son considerados algo menor… Puede ser que no sean trabajos tan sólidos como las historias de “Palomar”, pero te aseguro que los hago de la mejor manera que sé. No lo sé, la crítica tendrá sus razones. Pero yo disfruto muchísimo al dibujarlos, y mucho más al escribirlos, me siento más libre. No voy a volver a escribir algo tan complejo como “Río Veneno” (1996-1997), que fue extenuante, y con estos cómics lo paso muy bien.
El punk rock es otro de los vértices de tu formación. El momento político en Estados Unidos es propicio para que florezca el punk. ¿Es así? ¿Sigues en contacto con la escena de California?
Adoraba el punk, pero ya me he hecho viejo, y el punk es para jóvenes. En los setenta era todo tan efervescente… Los Ramones cambiaron la música para siempre, fue increíble. Pobres, lo peor de los Ramones es que no se hicieran millonarios, pero nos influyeron mucho, muchísimo. El caso es que el punk fue una sensación de libertad increíble, y mi hermano Jaime dibujó todo aquello en sus cómics. Pero no, ya no escucho bandas de ahora, así que no sabría contestar a su pregunta.
¿Crees que el legado de ‘Love And Rockets’ ha sido continuado por los nuevos artistas de cómics? ¿Hay sucesores de los hermanos Hernandez?
Me gustaría pensar que sí, que hemos inspirado a algunos chicos, pero no sé decirte nombres. Aunque sí le diré algo a los nuevos artistas: los cómics son un arte estupendo, pero no se gana un duro con ellos. ∎

La génesis del mito, el lugar donde comenzó la carrera de Beto Hernandez hasta convertirse en uno de los mejores autores de cómic de todos los tiempos y donde, presumiblemente, terminará su viaje. El mayor culebrón jamás contado, cuarenta y pico años de vidas cruzadas, constelaciones familiares, amores perdidos, violencia salvaje, chistes malos, pasión desenfrenada y requiebros argumentales. La Cúpula ha lanzado una nueva edición remasterizada de “Palomar”, de mayor tamaño y con una traducción revisada. Para el viejo visitante, una nueva ocasión de pasear por el pueblo donde “los hombres son hombres y las mujeres tienen que tener sentido del humor”. Y para quien viaje por vez primera, aquí van algunas advertencias antes de ponerse en marcha. Este “Palomar” recopila las historias aparecidas bajo el nombre genérico de “Heartbreak Soup” (uno de los mejores títulos que nunca hayan bautizado a un cómic, “Sopa de gran pena” en la traducción española) en la revista ‘Love And Rockets’ entre 1983 y 1989. En ellas, Hernandez presenta a los habitantes de Palomar, un pueblo fronterizo imaginario entre México y Estados Unidos que tiene mucho de enclave mágico y que antecede a otras poblaciones de ficción que respiran entre dos mundos (el real y el soñado), como las catódicas Twin Peaks o Cicely (donde se puede rastrear sin mucho esfuerzo la huella de “Palomar”). La primera historia del volumen es un modélico dramatis personae donde un narrador omnisciente nos cuenta una historia tras otra.
Porque si de algo está plagado Palomar, es de historias.
Historias que, en “Palomar”, se cuentan y se intuyen. El texto de Hernandez tiene mucho de tradición oral, que pasa de boca en boca. Pero es con el dibujo, de un blanco y negro tajante, donde Palomar y sus habitantes terminan de cobrar vida. La caricatura del californiano, ya en estos trabajos tempranos, apabulla: señores con bigote y ojeras, mujeres rotundas y tiernas, gatos que hablan y niños que son, bueno, niños. Heredero del comic book romántico americano, Hernandez recoge lo mejor de la tradición para convertirlo en otra cosa. Su puesta en página abraza y mima el gesto mínimo, sus elipsis son sugerentes, todo fluye subordinado al gozo narrativo. “Palomar” es sexi, divertido y dramático a la vez. Hernandez cultiva el melodrama y lo explora hasta alcanzar su máxima expresión. Más de cuatro décadas después, volver a estas primeras historias de la “Heartbreak Soup” es un ejercicio de constatación de un talento superdotado que, afortunadamente, no se quedó por el camino: la forja de un clásico del cómic que quedará para la historia. ∎