Como el código que desbloquea la cueva de Ali Babá, para estar abiertas a otros mundos nos hacen falta palabras. Y para evidenciar estos huecos llega el ensayo “Blandito blandito: ¿Qué le hacemos les feministas al arte?”, puesta de largo literaria de la comisaria blanca arias (Barcelona, 1998). Un texto que nos anima a buscar desvíos frente al lenguaje de lo rígido, lo inamovible, lo áspero y lo duro, como el asfalto; frente a la resistencia y frialdad del acero. Incluso frente a lo flexible que, con un punto justo de presión, se quiebra. No queremos estar sitiadas en un marco de vocabulario estoico, material para un muro que no deja que se traspase, donde la defensa y el aislamiento se convierten en prioridad. Tener que ser fuerte, no dejarse permear.
Sin embargo, en todo hay huellas que evidencian lo contrario: somos propensas al efecto y a los afectos. Puede que el contacto no genere “desgaste”, sino la posibilidad de transformarnos en otra forma intuitiva, dúctil, que ha aprendido y se ha dejado permear. Aquí se nos propone lo blandito, lo moldeable, urdir entre todes un nuevo “compost” –concepto interespecie heredado de Donna Haraway– de cuerpos flácidos, eróticos y desbordantes, donde la poesía y la teoría se mezclan en una misma base, a la que ya no nos gusta llamar humanismo. Un despertar de otros sentidos como el tacto en todas sus dimensiones: tener tacto, suavizarse con el contacto, contactarnos y seguir en contacto con todo lo sucedido y lo que acontecerá dentro de las corrientes de resiliencia. Nada más resiliente que el barro, la plastilina, los cuerpos blanditos, las metodologías e ideas que se dejan moldear, reconocer lo vivo en cualquier tipo de materialidad.
“Blandito blandito” es una revolución irresistible de los cuerpos derretidos, estrategías blandas contra la dureza sistémica. Un archivo y una somateca de artistas feministas enamoradas de la materia y que piensan nuevas vías de enternecer el mundo del arte. Un despertar de otros sentidos hiperfeminizados, la memoria en y más allá de las pieles, el trabajo de desentrañar las entrañas y ponerlas a la vista. Una solidaridad entre órganos y organismos que buscan sostener desde más allá de la rigidez para no romperse. Y desear. Sobre todo hay mucho deseo aquí: de entendernos como esculturas sociales, que llevan consigo y a la vista otras maneras de habitar, con todo lo político y lo erótico de una presencia. Pero no dejemos que tanto concepto sesudo nos lleve demasiado lejos la una de la otra. Pongamos algún ejemplo de todo lo que puede contener un libro que va sobre todo lo que puede sostener un cuerpo (risas).
Aparte de un repaso cercano a lo que ocurre en las salas de arte y museos de Barcelona, hay aquí un diálogo muy cercano a todes les autores (trans)nacionales que tienen discursos complementarios: Personaje Personaje e Iki Yos sobre las fábulas y las temporalidades queer; Lucía C. Pino, Maria Alcaide, Alba Mayol, Elena Castro Córdoba, Núria Gómez Gabriel, Víctor Ramírez Tur o Marta Segarra, generando un archivo de sentires, una somateca en vivo. Todes con la fantasía de tejer una genealogía propia. Está la obra de Bea Camacho sobre el confort –y las contracturas– que deriva de tejerse un caparazón, o Navild Acosta y Fannie Sosa sobre las “Black power naps” o los entornos para que las personas racializadas –aún– esclavizadas por el sistema encuentren entornos de descanso a medida de sus desgastes sistémicos. Hay piezas blanditas de todo tipo con muchas historias detrás que blanca arias expone con toda la calma que requiere un libro. Y al final, entre muchos dilemas, nos pone a desear: “¿Qué necesita un cuerpo fatigado? Un descanso blando. ¿Qué necesita un cuerpo afligido? Un abrazo blandito. ¿Qué necesita un cuerpo entumecido? Un capullo, una manta, un abrigo blandito blandito”. Que así sea también este ensayo para todes vosotres. Una respuesta frente a los discursos no solo de lo rígido, también de lo veloz, de lo que atropella y descarrila a su paso. ∎