En la interminable lista de atributos que han venido alimentando durante décadas el mito Bob Dylan, siempre ha figurado en zona preferente la imprevisibilidad. Fehacientemente en la parcela musical, pero también en la bibliográfica, desde aquel desconcertante “Tarántula” (1971). Ahora, con un Premio Nobel de Literatura 2016 a cuestas y casi dos décadas de espera de continuación de aquel jugoso y memorístico “Crónicas. Volumen 1” (2004), llega por sorpresa esta “Filosofía de la canción moderna” (“The Philosophy Of Modern Song”, 2022) erigida en canon de pasiones y devociones del genio desde su prisma como escuchante y selector. Un papel que desde 2006 venía jugando, aunque de forma intermitente, su programa de radio “Theme Time Radio Hour” y del que ahora parece querer tomar posesión este tomo de 339 páginas.
Obviamente, los lenguajes y códigos –también los resultados– son distintos por más que las intenciones se compartan a la hora de disponer este infalible catálogo de canciones, de ortodoxa identidad y anglosajona impronta, como tablero sobre el que combinar poéticas sensaciones con crónicas de sus intérpretes y épocas además de con reflexiones a vuela pluma sobre materias universales como amor, dinero, sexo, poder, arte, religión o guerra. No, no se muestra Dylan aquí como un ensayista profundo y argumentado. Para él, “lo importante es lo que la canción te hace sentir sobre tu propia vida”, y a ellas se consagra con la finalidad de trazar este relato privativo e intergeneracional que entrelaza a consagrados con malditos, poniendo el foco antes en intérpretes que en autores.
A bocajarro, sin prólogo o preámbulo alguno, y tomando como arranque una portada que declara intenciones con una foto de Little Richard, Alis Lesley y Eddie Cochran, Dylan brinda un índice de sesenta y seis canciones a las cuales dedica otros tantos textos de variable extensión y desarrollo. Cerca de ciento cincuenta fotos de los protagonistas, de citas cinematográficas y literarias, de eruditas listas o de personajes y hechos relacionados, consuman un atractivo mosaico ciertamente zigzagueante y carente de articulación u ordenamiento aunque aupado por episodios de penetrante exposición y, obviamente, por una playlist de altura cuyo arco cronológico queda ejemplificado por una canción decimonónica –“Nelly Was A Lady”– registrada en 2004 por Alvin Youngblood Hart.
No obstante, la década de los 50 del pasado siglo XX se impone por goleada en un guion que alterna a Hank Williams o Judy Garland con Elvis Costello o The Fugs, pasando por The Clash, Jackson Browne, Domenico Modugno, The Tempations, Cher, Warren Zevon e incluso por entradas con repetida presencia como Bobby Darin, Willie Nelson o Johnny Cash. Todos se convierten a la vez en medio y fin de una acogedora obra, traducida al español por Miquel Izquierdo, que cumple generosamente con su función de divertimento/tributo a un privado santoral, pero a la que, no obstante, no conviene acercarse con mayores expectativas. Las mismas que es más que probable que el propio Dylan no haya querido depositar en ella. ∎