Todos los buenos relatos de iniciación y aprendizaje pasan por la mirada de un niño que aprende a ver la realidad que le rodea a través de su perspectiva, afrontando como puede los cambios que se producen a su alrededor para pasarlos por el filtro de su propia interioridad. Es lo que ocurre en
“Estiu 1993” (“Verano 1993”, 2017), la ópera prima de
Carla Simón en la que la directora vierte su propia experiencia de cuando era una niña que acababa de perder a sus padres, enfermos de sida. Ese sentimiento de desorientación y de pérdida se instala así en los ojos de la pequeña, que no solo tiene que afrontar el dolor de la muerte a tan temprana edad, sino encontrar su nuevo lugar en el mundo, amoldándose a una situación familiar que la sume en el desconcierto y en un constante sentimiento de extrañeza.