Libro

Clara Usón

Las fierasSeix Barral, 2024

A la hora de empezar a leer la nueva novela de Clara Usón (Barcelona, 1961), lo primero que debemos hacer es responder a dos simples preguntas: quién narra la historia y, sobre todo, por qué. Ese es el quid de la cuestión. Porque la respuesta a estos interrogantes siempre determina si una novela merece la pena o no. ¿La nueva novela de Usón merece la pena? Veamos.

En “Las fieras”, Usón nos traslada al corazón del conflicto vasco durante los años ochenta y primeros noventa. Para hacerlo utiliza a uno de esos personajes sacados a dedo de las leyendas más negras de la historia contemporánea española, Idoia López Riaño, conocida como la Tigresa. La etarra, condenada por la muerte de 23 personas, es el motor de una narración que nos sumerge en las entrañas de los porqués y cómo de la escalada de violencia entre ETA y los GAL. El contexto histórico del texto está clarísimo, pero este contexto es lo que los anglosajones llaman “decoy”.

En realidad, la historia de López Riaño solo es una estratagema para hablar de un tema más profundo, la culpa. El tema central es la culpa y cómo podemos vivir con o sin ella, cómo nos encadena y cómo determina la opinión que los demás pueden tener de nosotros. Los condenados, como su nombre indica, son aquellas personas que han perdido por completo la libertad de conceder culpabilidades propias o ajenas y ya solo son lo que los demás dicen de ellos. Nada más.

La Tigresa es una de esas condenadas y poco nos importa lo que pueda decir en su defensa. Y ahí radica el principal acierto del libro, cómo Idoia López Riaño se defiende en primera persona de esta condena y de lo que los demás dicen de ella. Interpela a la narradora y la corrige con rabia, como diciendo “¡yo no soy esa!”. Sin embargo, como condenada, ya no tiene ese derecho. Eso deja al personaje indefenso y algo desdibujado, como un simple anecdotario cronológico que cree que con la abundancia de datos se establecen historias reales.

Lo único que logra la sobrexplotación de las “hazañas” contadas hasta el detalle de la etarra es despistarnos del drama real del libro. Porque la Tigresa no es ni mucho menos la protagonista del relato. No puede serlo. Ya lo hemos visto. Es una condenada. No importa. La novela nos dice que ella ya no existe, solo es un personaje novelado por los demás. Entonces solo hay una protagonista, la narradora, la que sí nos cuenta su historia.

Siempre hay que aplaudir la ambición y “Las fieras” es una novela ambiciosa. La historia arranca con un doble asesinato perpetrado presuntamente por etarras a un miembro de los GAL. Luego nos habla de una extraña inspectora de ascensores obsesionada con López Riaño, que nos cuenta la vida de la Tigresa. Y, por último, nos presenta a una confusa adolescente, hija de un policía en el País Vasco, y cómo tiene que lidiar con su propia melodramática historia dentro de un contexto de violencia terrorista. Por supuesto, esto es ficción, y en ficción no hay azar como en la vida. Todo tiene que estar ligado irremisiblemente.

Y aquí está la clave. Si Idoia es una condenada y las condenadas no tienen derecho a su propia historia, ¿por qué esa descripción al detalle de todos los movimientos de la Tigresa? ¿Por qué esa superficial recolección de hazañas y crímenes si sabemos de la imposibilidad de conocer la verdad de los mismos? Si la conclusión del texto es que esa mujer ya no tiene historia, solo culpabilidades, ¿por qué contar dicha historia? ¿Por qué no centrarnos más en la narradora, en la triste vida de esta misteriosa inspectora de ascensores?

Lo cierto es que la ficción contemporánea vive en crisis. No sabe cuál es su valor, si lo tiene. Y el mundo editorial es precisamente una industria de valor. Es a lo que se dedica. Su trabajo es otorgarlo a unos textos que por sí mismos no lo tienen y cree que la única forma de conseguirlo es llenarlos de realidad, o sea, de documentos históricos. Para dar relevancia a esta gran historia sobre la culpabilidad, Usón usa el conflicto vasco y a una terrorista despreciable. Nada más. La escritora debería saber de su gran talento para la ficción y que no necesita estratagemas comunes para conseguir “verosimilitud”.

Si en “Crimen y castigo”, Dostoievsky se hubiese obsesionado en contarnos al detalle los hechos históricos de un asesino real, dejaría de ser una novela sobre la culpa para ser una biografía más del personaje de turno. Y todo el mundo sabe las obras de arte que son las biografías. De la misma forma, esta no debería venderse como una novela de la Tigresa, pero el mundo editorial pondrá el foco en la etarra al creer, obstinados, que eso es lo que vende. Una gran novela mal editada siempre pone el valor del texto donde no lo tiene. Una pena. ∎

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