Cuando la leyenda trasciende y desborda los límites de la realidad y las metáforas se hacen carne, pueden ocurrir cosas tan maravillosas como esta. A saber: una novela que toma el nombre de la red de caminos y refugios orquestada en el siglo XIX para que los esclavos de las plantaciones del sur de Estados Unidos pudieran escapar a los estados libres del norte y que transforma lo que se conoció como ferrocarril subterráneo en un entramado ficticio de vías, estaciones y locomotoras traqueteando bajo tierra. Un sótano oscuro, polvoriento y repleto de monstruos desde el que
Colson Whitehead (Nueva York, 1969) recorre una de las más dolorosas cicatrices de cuantas atraviesan el mapa estadounidense.
Con dos galardones tan jugosos como el Pulitzer y el National Book Award allanando el camino y una biografía en la que la subversión siempre ha sido norma de la casa –ahí están, sin ir más lejos, el retrato en clave de jazz de
“El coloso de Nueva York” (2003) o los zombis de
“Zona Uno” (2011)–, ya era de suponer que “El ferrocarril subterráneo” (“The Underground Railroad”, 2016; Literatura Random House, 2017) no sería otro libro más sobre la esclavitud, el supremacismo blanco y las atrocidades que se cometieron en nombre de
“el imperativo americano”, como sostiene uno de los personajes. Lo que no era tan fácil de imaginar, sin embargo, es que Whitehead equilibraría a la perfección relato de aventuras, narración épica y discurso político, y convertiría atrocidad y esperanza en los dos extremos de una misma cuerda por la que vemos avanzar, siempre en precario equilibrio, a la joven Cora.
Hija de una esclava huida y nieta de la africana Ajarry, ella es la locomotora y el furgón de carga de este imponente artefacto narrativo que podría colar como aterradora distopía (o imponente homenaje al realismo mágico)… si no fuera porque casi todo lo que aquí se cuenta es brutalmente real. Así, de la plantación algodonera de Georgia a los escondrijos improvisados y la huida por túneles subterráneos, pasando por los complots para esterilizar a la población negra de Carolina del Sur, los linchamientos inhumanos y la alargada sombra de ese villano cazador de fugitivos que le sigue los pasos a Cora, Whitehead retuerce la historia para establecer no pocos paralelismos con el presente y abonar, una vez más, la idea de que los lodos del presente no se entienden sin los polvos del pasado. ∎