Cómic

Conor Stechschulte

UltrasoundLibros Walden, 2023
Fake news, posverdad o, sencillamente, tener más cara que espalda. Las líneas entre ficción y realidad se diluyen a golpe de tuits, titulares que buscan el clickbait o editoriales televisivo-tendenciosos. Formas poco refinadas de control mental que han resultado ser más efectivas que la manipulación conspiranoica, gubernamental y secreta. “El mensajero del miedo” (Richard Condon, 1959), novela posteriormente llevada al cine en dos ocasiones, advertía del peligro real de los lavados de cerebro y sus consecuencias para la democracia. Si trazamos una línea desde la obra de Condon a la reciente serie “Severance” (Dan Erickson, 2022-), la depuración del sistema resulta completa: en “Severance”, los miembros de una empresa aceptan voluntariamente que sus recuerdos como trabajadores de la misma solo sean accesibles mientras operan en sus instalaciones. Es el sueño definitivo del capitalismo, el currante como unidad autónoma, un esclavo voluntario. Como ya aprendimos –bueno, suponemos que aprendimos– con la reciente pandemia, los escenarios más terribles no son espectaculares. El apocalipsis, por mucho que se esforzara la CNN en su momento, no será televisado, nos encontraremos con él en algún post desganado de la red social que usemos frecuentemente y recemos porque a nadie se le ocurra monetizarlo.

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Todos estos ecos resuenan en “Ultrasound” (2022; Libros Walden, 2023), la obra de Conor Stechschulte (Pensilvania, 1985) que se presenta como un endiablado entramado de giros argumentales desde su génesis como extraña peripecia de trío sexual sobrevenido. Desde ese momento, el lector no va a dejar de asistir boquiabierto al despliegue de líneas argumentales paradójicas, equívocos locuelos y derrame de piezas de un rompecabezas que terminarán por encajar en algún momento que se nos antoja lejano. “Ultrasound” es una obra de ciencia ficción canónica, pero dotada de ese espíritu pocho (preferimos este apelativo que aquello del lo-fi) que ilumina obras como “Primer” (Shane Carruth, 2004) o “Los cronocrímenes” (Nacho Vigalondo, 2007).

El dibujo de Stechschulte, que nos recuerda a la urgencia abigarrada de Miguel Noguera y está cimentado sobre dos gamas de verde y morado, resulta crucial para jugar al despiste sobre una obra que, sí, se encuentra en la tradición de la ciencia ficción contemporánea (aunque con un pie en la hipnosis decimonónica), pero se nos revela como brutalmente nueva en su forma. Hay más de Nathan Fielder que de Lynch en esta obra, algo que personalmente me hace albergar esperanzas en el futuro del cómic norteamericano. Por tener esperanzas en algo, digo. ∎

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