Libro

Darryl W. Bullock

David Bowie me hizo gayMalpaso, 2024

Son más de 400 páginas, pero resumir en ellas “100 años de música LGTB” –como reza el subtítulo– es tarea imposible. El británico Darryl W. Bullock lo sabe y él mismo se encarga de recordarlo en el prólogo de “David Bowie me hizo gay” (“David Bowie Made Me Gay”, 2017; Malpaso, 2024; traducción de Manuel Manzano), un extenso recorrido histórico por la influencia de la disidencia sexual en el ámbito de la cultura musical pop.

Bowie no es, claro, el protagonista absoluto del libro, pero sí una figura referencial que consiguió expandir a las masas los contornos de la ambigüedad sexual.

Más descriptivo que analítico –lo dicho: imposible encajonar un arco temporal tan amplio en un solo volumen–, el libro –que está dedicado a las víctimas del atentado homófobo acaecido en la discoteca Pulse de Orlando en junio de 2016– comienza, sí, con el Duke Blanco para luego retroceder a los principios del siglo XX en los antros queer de Nueva Orleans, con el jazz y los espectáculos de variedades como refugio de artistas homosexuales que encontraban una (relativa) libertad sobre los escenarios de tugurios con regulaciones más o menos laxas.

Las ambivalentes reinas del blues –Ma Rainey, Bessie Smith–, los/las “mariquitas” de los shows de Broadway, los cabarets de la Europa pre Guerra Mundial y las excentricidades de Liberace, Esquerita y Little Richard se mezclan con capítulos dedicados a los “discos camp” (verdaderas rarezas de tiradas muy limitadas con el ojo puesto en el público homosexual), la gloria y el tormento de Joe Meek, los experimentos electrónicos de Walter/Wendy Carlos, la revuelta de Stonewall, los colectivos lésbicos del National Women’s Music Festival, el country –con Lavender Country como figura referencial–, la revolución de la música disco, el sarpullido punk, los Nuevos Románticos y las salidas del armario (más o menos forzadas) de figurones como Elton John y George Michael.

Bullock quiere abarcar demasiado y la lectura se hace algunas veces confusa y excesivamente dispersa –la traducción tampoco ayuda: una revisión más profunda no estaría de más– y demasiado a menudo se tiene la sensación de estar ante un mero listado de nombres que necesitan un contexto biográfico mucho más amplio. Lo que sí queda claro, tras pasearse por el volumen, es que la diferencia sexual nunca, salvo excepciones, ha sido un camino de rosas para los artistas y que incluso en pleno siglo XXI, a pesar de las apariencias que expanden las redes sociales y la cultura de internet, es complicado compaginar una carrera musical de largo recorrido con explícitos posicionamientos en materia de sexo no normativo.

Otro pero: el apéndice bibliográfico incluye varias obras que han sido editadas en español, sin que se indique. Malpaso, revisen, please. Esperamos (deseamos) que si algún día nos llega el monumental “The Secret Public” (2024) de Jon Savage, también dedicado a desbrozar los lazos entre lo pop y lo queer –en este caso con el foco puesto entre los años 1955 y 1979–, corra mejor suerte. ∎

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