Película

Dogville

Lars von Trier

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“Dogville” debería servir para poner fin a la ya cansina discusión sobre si Lars von Trier es un genio o es un farsante.

Porque “Dogville” demuestra que no están agotados los caminos de exploración del lenguaje cinematográfico.

Porque la película vuelve a las fuentes primigenias del cine (el teatro, aunque el rompedor de Bertold Brecht; la literatura, aunque sea la del Marqués de Sade) para sentar posibles bases para un cine del futuro.

Porque tomando como base la técnica brechtiana del extrañamiento (rompiendo radicalmente la noción de verosimilitud representativa a través del escenario único y la no presencia de decorados) consigue, sin embargo, la plena implicación del espectador en el desarrollo de la historia.

Porque Trier logra mantenerse fiel a sus constantes dramáticas (protagonista mártir, aquí laica, también tan brechtiana, como fuerza centrípeta de la historia) y a la vez reinventarse a sí mismo (dándole la vuelta al sino de su personaje tipo).

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Porque consigue que Nicole Kidman, una actriz aún dudosa (véanla en “Las horas” o “La mancha humana”) pero de miras amplísimas (lo más de Hollywood metido en un proyecto tan arriesgado), aguante sobre sus hombros un filme de este peso y esta duración sin un solo momento de flaqueza.

Porque se permite el lujo de contar con unos secundarios de lujo (James Caan, Harriet Andersson, Lauren Bacall, Philip Baker Hall...) y desaprovecharlos.

Porque “Dogville” ostenta la calidad de ser una obra única dentro de la historia del cine –como lo son “Persona” (Ingmar Bergman, 1966), “La maman et la putain” (Jean Eustache, 1973), “Arrebato” (Iván Zulueta, 1979), “No quarto da Vanda” (Pedro Costa, 2000)–: inclasificable, inimitable, irreferenciable, inigualable... (falta ver, y qué ganas, cómo serán “Manderlay” y “Washington”, segunda y tercera parte de la trilogía americana de Trier que inicia esta película).

Porque, definitivamente, Lars von Trier es un puto genio. ∎

El reto de una película única.
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