Libro

Don Winslow

Ciudad en ruinasHarperCollins, 2024

“Danny Ryan ve salir a la mujer del agua…”. Así comenzaba la trilogía de Don Winslow (Nueva York, 1953) centrada en los avatares familiares y criminales de un tipo aparentemente común de Providence, en el estado de Rhode Island, estibador a tiempo completo y matón del sindicato del crimen irlandés a tiempo parcial. Un individuo con luces y sombras, con muchas aristas, violento a la vez que comedido, delincuente a la vez que honrado. ¿Se puede ser varias las cosas a la vez? Winslow nos da las pautas en tres libros que conjugan thriller, crimen organizado, drama familiar, tragedia griega y disputas intestinas. La visión de la mujer saliendo del agua acontecía en una playa de Rhode Island en agosto de 1986. Abría el primer libro, “Ciudad en llamas” (2021), precedida de una cita del Canto II de “La Ilíada” de Homero: “Ahora, comed. Hemos de prepararnos para la batalla”. Y batallas las había. El tercero, “Ciudad en ruinas” (2024; traducción de Victoria Horrillo Ledesma) transcurre en Las Vegas, urbe de casinos y gánsteres megalómanos, y se cierra en la misma localidad de Rhode Island, doce años después. Antes, una cita de “Las Euménides” de Esquilo: “Conoces ya las reglas de la justicia, y las conoces bien. Ahora, aprende también la comparación”; después hay un epílogo, en 2023, recuerdo y celebración de unos tiempos que fueron igual de buenos como sangrientos. En medio, “Ciudad de los sueños” (2023), con un largo pasaje en California y pertinentes frases de “La Eneida” de Virgilio sobre el exilio y la fama. El trazado trágico nos podría hacer pensar en Shakespeare y en el David Simon de “The Wire” (2002-2008), pero durante la lectura de los tres volúmenes no se me ha ido de la cabeza a la hora de visibilizar a Danny Ryan el rostro de James Gandolfini en “Los Soprano” (David Chase, 1999-2007). La trilogía “de las ciudades” de Winslow es lo más parecido, a nivel argumental, a una síntesis de aquellos dos universos catódico-criminales-realistas, los de “The Wire” y “Los Soprano”, por mucho que se haya escrito sobre estos tres libros que son un equivalente literario del filme “El padrino” (Francis Ford Coppola, 1972), y teniendo en cuenta, también, que algunas situaciones remiten sin rubor a los filmes sobre mafiosos de Martin Scorsese.

“Ciudad en ruinas” no solo cierra la trilogía. Winslow, que tiene 70 años, ha anunciado que se trata de su última novela. Todo termina, aquí por decisión propia. Fin a una obra esencial de la serie negra contemporánea que cuenta con otros títulos mayores como “El cártel” (2015): el (neo)realismo sucio de nuestro tiempo.

En el primer libro, Winslow describía a Ryan asegurando que es un tipo que nunca ha sabido lo que le conviene. En el tercero sigue en idéntica situación, aunque baqueteado por una existencia repleta de muertes –y no solo asesinatos: su esposa fallece de cáncer en la primera novela y la otra mujer que más ha querido, una actriz de cine, se suicida en la segunda– que le han endurecido a la vez que han hecho aflorar una visión algo más romántica que nihilista sobre la vida de personajes como él, quienes conviven con la muerte y la muerte hace mella en ellos. Su madre, que lo abandonó de pequeño, vuelve a escena y esa relación tensa que se torna poco a poco comprensiva, aunque sin ser afectiva, marca uno de los estadios dramáticos de la saga. Winslow pinta a través de Ryan un óleo natural de los irlandeses, aquellos que, sin padecer alzhéimer, se les olvida todo, menos los rencores. El mismo tipo de situaciones simples que vertebraron el inicio de los conflictos entre familias en “Ciudad en llamas” –que uno de una banda “robe” a la novia de un miembro del otro bando genera una violencia insostenible y expansible– se repite a lo largo de la trilogía cristalizando en los mil y un detalles que desperdiga esta tercera entrega. “Si las paredes pudieran hablar, se acogerían a la quinta enmienda”, escribe Winslow en “Ciudad en ruinas”.

Ryan idea en Las Vegas un casino-hotel-experiencia para competir con los clásicos locales de la ciudad del juego. Quiere que sus clientes se sientan siempre importantes, un lugar que procure belleza según su nuevo ideario de empresario multimillonario. Lo quiere hacer de forma limpia; bueno, todo lo limpio que puede ser alguien cuyo pasado criminal siempre le perseguirá y que además, como buen lugar común irlandés, arrastra el sentimiento de culpa aunque no quiera. La violencia llama a la violencia. Aquí, como en sus historias sobre cárteles de la droga, es brutal: actuaron mal, “pero no merecían morir así, atados, quemados, decapitados y con la cabeza clavada en un palo como advertencia”, comenta Ryan de dos de sus díscolos hombres. La descripción del ecosistemas criminal-capitalista abarca todo tipo de tipos y arquetipos: capos encallecidos, padrinos jubilados que aún tienen poder, matones psicóticos, guardaespaldas entregados a su jefe, consejeros que se manejan mejor con los números que con las armas o un individuo llamado Johnny Marks que no pertenece a ninguna familia y trabaja bien para todas: el mafioso autónomo. El estilo de Winslow es cada vez –la última vez– más fluido, directo, a veces con la urgencia telegráfica de Joan Didion, descriptivo como Georges Simenon, crudo como Ross Macdonald, enriquecedor con los múltiples personajes secundarios que juegan siempre un papel importante o trascendental. Siendo la obra postrera de su autor, es también un canto de cisne para una forma de entender el crimen organizado: “Es malo para el negocio, o para lo que queda de él”. Se impone el recuerdo, lo que sí conecta con el episodio siciliano del primer padrino de Coppola: los mafiosos añoran el mundo que tuvieron porque ya no pueden comer cannoli, buñuelos de almejas o sopa de marisco. Así de simple.

En este último relato, en el que el desierto de Las Vegas es descrito como una lámina de plata bajo la luna llena, la estructuración de Winslow se acoge a un prodigioso montaje cinematográfico que narra en diecisiete velocísimos capítulos, del 82 al 98, el crescendo y culminación de tres situaciones en paralelo. Ascesis de un estilo que Winslow ha convertido a lo largo de su obra en elogio y cruce de la modernidad documental con el clasicismo hardboiled. ∎

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