Miedo y asco en Escocia. Shuggie Bain no está, Shuggie se fue, pero Douglas Stuart (Glasgow, 1976) tenía un prodigioso as guardado en la manga: Mungo Hamilton. Otro crío sensible, lirio entre los cardos, con una necesidad abrumadora de querer y ser querido. Un personaje estelar, inmenso, para una novela que es el negativo casi perfecto de “Historia de Shuggie Bain” (2020), el debut del escritor escocés. O, mejor que negativo, el siamés imperfecto. Un gemelo narrativo con el que Stuart arroja sobre el tablero prácticamente los mismos ingredientes, pero los emplea y ordena de un modo diferente. Otro espléndido fresco de las catacumbas de la working class, otro acertado y desgarrado retrato de la diferencia, de la nota disonante, con los nudillos pelados y el gris plomizo del paisaje infectándolo todo.
Ahí sigue la ciudad azotada por la desindustrialización, la madre alcohólica y la familia decididamente disfuncional. Ahí sigue también la miseria, la pobreza y la violencia como reacción física a casi todo lo anterior. Y ahí siguen, omnipresentes, los zarpazos neoliberales, el fantasma de Thatcher y los personajes que surfean como buenamente pueden una vida de marginalidad suburbial, precariedad crónica y algo de luz, aunque sea solo una linterna, al final del túnel. Como en la laureada “Historia de Shuggie Bain”, galardonada con el Booker, Stuart vuelve sobre sus pasos y convierte su propia infancia en la plataforma de lanzamiento de “Un lugar para Mungo” (“Young Mungo”, 2022; Random House, 2023) –traducción de Francisco González López, portada de Wolfgang Tillmans–, una historia de amor, ruina y escozores en el Glasgow de los primeros noventa. Una suerte de tragedia shakesperiana ambientada en un lugar y un momento en que el que “no había nada más vergonzoso que ser maricón: alguien indefenso y sumiso como una mujer”.
Porque si en su primera novela lo que mandaba era la mirada femenina a partir de la relación de Shuggie con su madre, Stuart explora aquí un mundo de masculinidades casi siempre tóxicas y alcoholizadas en el que Mungo no encaja ni por accidente. Es más: cuando su madre tiene la feliz idea de fomentar su hombría enviándolo de acampada con dos tipos que acaba de conocer en las reuniones de Alcohólicos Anónimos, la cosa acaba peor que mal. “Entonces, ¿qué le contarás a tu familia de este fin de semana?”, le dice uno de ellos.
Junto a la trama de la acampada avanza en paralelo la del despertar emocional y sexual de Mungo, su relación con el también quinceañero James y sus desesperados intentos por escapar de las garras de su hermano Hamish, cabecilla de un gang local de protodelincuentes. Una panorámica completa a una juventud trastabillada y atravesada por la fatalidad con la que Stuart, narrador elegante y certero, reflexiona sobre las violencias, los lazos familiares, la rivalidad enquistada entre católicos y protestantes y el amor como insospechado camino a la redención. “Le di a Mungo la historia de amor que me habría gustado vivir y que nunca tuve”, como explicó el propio autor en una entrevista. ∎