Película

Eddington

Ari Aster

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Resulta obvio, pero si algo comparten las ficciones en torno al COVID es su potencialidad para la angustia. No obstante, cuesta encontrar dos películas que aborden la pandemia de una forma tan distinta y cercana al mismo tiempo como “Ceros y unos” (2021) y “MMXX” (2023). La primera, firmada por Abel Ferrara, proponía un errático thriller de espías con Ethan Hawke en la piel de dos hermanos gemelos –uno en busca del otro– en una Roma laberíntica, afectada por una plaga desconocida, donde no faltaban conspiraciones, agentes rusos y fuerzas militares. La segunda, en cambio, se despliega como un ejercicio radicalmente antinarrativo, despojado de códigos y asideros. Su director, Cristi Puiu, plantea así distintas situaciones de marcado naturalismo, a medio camino entre el humor sutil y la tragedia severa, en la Rumanía del confinamiento y los test de antígenos. Desde una primera sesión de terapia con lectura de cuestionario incluida hasta la confesión sobrecogedora de una madre en luto atrapada en las dinámicas mafiosas del tráfico de órganos.

Lógicamente, son múltiples las formas de abordar el Apocalipsis, pero entre las obsesiones descontroladas de Ferrara y la desnudez extrema de Puiu, bien podría nacer una tercera vía sobre ese año cero que fue el 2020. “Eddington” (2025; se estrena el viernes), cuarto largometraje del ambicioso Ari Aster, da positivo como ejercicio de estilo en tiempos del coronavirus, pero esta vez nos trasladamos a una América en plena crisis de identidad. Los primeros en reflejar síntomas de dicha crisis son los líderes del pueblo ficticio que da nombre al filme. Joe Cross es el sheriff sureño de toda la vida –Joaquin Phoenix en otra de sus proezas actorales– que no quiere ponerse la mascarilla en plena subida de casos de COVID porque se ahoga. Ted Garcia, en cambio, es el alcalde de ascendencia latina y fachada impecable –irresistible Pedro Pascal– con una propuesta política a favor de las renovables y la diversidad, pero con trapos sucios detrás del bigote.

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Llama la atención la forma en que Aster sube la tensión de un conflicto inminente. De unas palabras a un bofetón y de un bofetón a dividir el pueblo en un campo de batalla como si estuviera reescribiendo la gramática del duelo entre opuestos en un territorio de frontera. Lo que empieza como una sátira con alguacil bobo –que quiere dejar a medias su labor como fuerza del orden para hacerse streamer y quitarle el puesto al alcalde– deriva en thriller de asesinatos muy cerca del patetismo criminal de los hermanos Coen para terminar con la fiebre de una versión paranoica de “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952).

Hasta aquí, queda claro el dominio de Aster con los géneros. Lo demostró con el terror –en dos soberbias ocasiones, “Hereditary” (2018) y “Midsommar” (2019)– y en la inclasificable “Beau tiene miedo” (2023). Ahora, más bien peca de literal, siguiendo el presente al pie de la letra. Como si quisiera aterrizar su discurso después de lograr un salto mortal. Su inquietud por escarbar en el desequilibrio social de su propio país es obvia. Se siente pensada y escrita. Desde el sheriff consumiendo Instagram en modo scrolling y el deseo de su mujer –magnífica Emma Stone– por un gurú de las conspiraciones hasta la hipocresía de algún que otro activista que se une al Black Lives Matter para ligar. La desinformación y la posverdad están allí, subrayando el relato. Por suerte, Aster sabe conjugar la comedia negra con el wéstern asfixiante, sacando a relucir un sangriento clímax que se antoja, literalmente, como una rotunda lección de cine. ∎

Duelo en la cumbre: Joaquin Phoenix-Pedro Pascal.
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