Al sumergirse en “Kraftwerk: la máquina humana. El legado del grupo electrónico más influyente de la historia” (Muzikalia, 2025), el libro sobre Kraftwerk de Pablo Ferrer Torres (Valencia, 1978), uno no puede evitar imaginarse la Düsseldorf de posguerra: calles aún heridas, fábricas reconstruidas a trompicones, un país intentando rehacerse mientras los sonidos del futuro comenzaban a germinar en los estudios. Ferrer, experto en música electrónica, periodista, programador y promotor de conciertos y sesiones, nos habla de todo ello en esta obra.
El autor sitúa al grupo en el cruce de esa historia de la posguerra mostrando cómo sus miembros crecieron en un país totalmente devastado y triste: “Sentí la necesidad de contextualizar la trayectoria previa del grupo en aquella Alemania destrozada tras la Segunda Guerra Mundial porque es algo que se desconoce mucho. Cuando se piensa en Alemania, se tiende a creer que siempre fue un país rico y con todo tipo de posibilidades. Los componentes de Kraftwerk nacieron y se criaron en un país pobre, destrozado material y anímicamente. Me atrajo mucho tanto la biografía del cuarteto clásico como el enorme impacto de su obra. Su década creativa de los setenta tuvo una importancia vital en el desarrollo de la música electrónica que aún llega hasta nuestros días”, explica.
Leer sobre el contexto en que surgió Kraftwerk obliga a contemplar la música como espejo de la sociedad. La banda no solo inventó sonidos: inventó una manera de pensar Alemania y Europa a través de la máquina. “Por supuesto que sí. Siguen surgiendo propuestas muy interesantes que defienden una identidad local y que por suerte consiguen llegar a un público de lo más transversal. Espero que en el futuro sigan surgiendo este tipo de propuestas. No hay nada que me dé más miedo que un mundo uniforme y homogéneo. Los compatriotas de Kraftwerk, Rammstein, llenan estadios en Estados Unidos cantando en alemán. Y en España, sin ir más lejos, suceden fenómenos similares. Bandas que cantan en valenciano llenando pabellones de Madrid”.
Los primeros años del grupo estuvieron marcados por la incomprensión, tanto fuera como dentro de Alemania. La crítica tardó en reconocer que la música electrónica podía tener tanto valor artístico como cualquier otro género popular. “Fueron incomprendidos en el extranjero por ser alemanes cantando en alemán y por hacer música electrónica, y en Alemania por no seguir la corriente anglosajona. Comenzaron a ser valorados cuando demostraron que con aparatos electrónicos podían hacer grandes canciones y cuando fue cambiando la mentalidad de que la música de masas no solo debía ser creada con guitarras. La llegada de la ola anglosajona del synthpop los subió al olimpo de referentes”, dice Ferrer a este respecto. Kraftwerk transformó las máquinas en lenguaje y cultura. La relación del grupo con la tecnología anticipa debates contemporáneos sobre inteligencia artificial y creación musical: “Ellos fueron unos adelantados a su tiempo en una época en la que era muy difícil acceder a los aparatos que necesitaban para crear la música que tenían en su cabeza. En la actualidad pasa lo contrario, está todo a disposición del músico. Creo que Kraftwerk no se habrían sentido cómodos hoy en día. Es más, realmente dejaron de estarlo cuando comenzaron a tener la tecnología a su alcance y ya no tenían que crear, inventar o experimentar con sonidos inventados por ellos mismos”.
El libro va más allá de la simple biografía: combina historia, técnica y emoción, un equilibrio difícil de mantener. “El mayor reto fue hallar información contrastada de la banda. Es un grupo muy hermético ya desde sus inicios”, afirma Ferrer. “Tanto Florian Schneider como Ralf Hütter, no hay que olvidar que son las piezas centrales de toda esta historia, han sido siempre muy reacios a aceptar entrevistas. Pero por suerte conservaba en casa bastantes recortes de prensa escrita. Y en internet siempre se pueden encontrar entrevistas y contenido muy valioso. Los libros que se han escrito sobre Kraftwerk en otros idiomas y los creados por los dos artistas que abandonaron la banda, Flür y Bartos, también me sirvieron de gran ayuda”. Se refiere a “Kraftwerk: yo fui un robot” (2000; Milenio, 2011), de Wolfgang Flür (en el grupo entre 1973 y 1987), y a “Der Klang der Maschine. Autobiografie” (2017), de Karl Bartos (en Kraftwerk entre 1975 y 1990).
El álbum “Autobahn” (1974) marcó un antes y un después en la música electrónica, y revisitarlo hoy permite reflexionar sobre la relación de Kraftwerk con su propio legado. “Llevan desde 2003 en permanente tour. Durante los ochenta y noventa pasaban largas temporadas escondidos en su estudio Kling Klang sin grandes progresos, puesto que no sacaban discos nuevos. Eso es lo que desesperó a Bartos y Flür para que acabaran abandonando la banda. Sin embargo, desde 2003, y especialmente tras la marcha de Schneider en 2008, tocan en directo todo lo que no habían hecho previamente. Perdieron el interés por crear nueva música, eso ya no les interesa, pero sin embargo les interesa proteger su enorme legado y actualizar sus lanzamientos. Sin ir más lejos, en marzo de este años sacaron una edición especial 50º aniversario de ‘Autobahn’. Imagino que seguirán haciéndolo en el futuro”. Ferrer también se interroga sobre la tensión entre pasado y futuro creativo con perspectiva ajena a la devoción del fan: “Siempre he sido muy crítico con las bandas que solo miran a su pasado. Y en el libro lo digo claramente en la parte final. Me parece asombrosa la capacidad de artistas como The Cure, Depeche Mode, David Bowie, OMD o Pet Shop Boys, que han seguido publicando discos muy dignos, en algunos casos muy buenos discos, tras cuatro o cinco décadas juntos. Pienso que Kraftwerk podrían haber sacado más discos, pero se volvieron demasiado conformistas. Ni siquiera supieron valorar su etapa arqueológica desde 1970 hasta 1973, aun teniendo temas de gran calidad como ‘Kristallo’ o ‘Ananas Symphonie’”.
Sobre la salida de Fritz Hilpert, opina que marcó cambios menores –“poco afectará, puesto que Hilpert, aun con su importancia, nunca tuvo un papel primordial en las decisiones”–, y le parece más relevante la estrategia de presentaciones en espacios históricos, que convierte la música en arte tangible: “Totalmente. Kraftwerk es un grupo de museo. Su música es arte y el arte se expone en los museos y galerías. Era inevitable acabar su maravillosa trayectoria en estos espacios tan prestigiosos. Y no solo Kraftwerk. El techno de Detroit ya se baila en teatros o museos. La música electrónica en general ha acabado accediendo a espacios que hace años parecía imposible. Y eso se debe al enorme trabajo de bandas como Kraftwerk”. Ferrer considera que si Ralf Hütter y Henning Schmitz siguen al frente, la esencia del grupo se mantendrá: “Mientras que Hütter permanezca motivado y le dure su salud, no olvidemos que tiene 79 años, hay Kraftwerk para rato. Cuando lo deje, se habrá acabado la banda para siempre. Dudo que llegue la típica fiebre de recopilatorios o discos fantasmas guardados en un cajón. Si por casualidad eso sucediera sería el primer sorprendido”. La tensión entre su mirada al pasado y la voluntad de avance es lo que define la identidad de Kraftwerk para el escritor: “Es bueno mirar al pasado para ciertas cosas, y más en una trayectoria tan inmaculada como la de Kraftwerk, pero evolucionar es primordial en una banda, aunque cometas errores en el intento. De ahí los bajones creativos, por otro lado inevitables. Ese fue uno de los conflictos de Bartos con Schneider y Hütter. El problema es que estos últimos miraban adelante pero sin realizar grandes progresos. A la vista está lo que han creado en las últimas tres décadas. Con perspectiva, sus problemas perjudicaron a todos los implicados. Kraftwerk dejó de crear y Bartos y Flür, en solitario, nunca pudieron tener relevancia musical”.
Entre los asuntos que aborda el libro cabe destacar la visión europea y tecnológica del grupo, que se constituye en eje central de su obra: “En una época tan convulsa como la Guerra Fría, y con la creación de la Unión Europea tal como la conocemos, el papel que desempeñó Kraftwerk fue primordial. Ellos estaban en un espacio geográfico privilegiado, Düsseldorf. En el centro de la Europa Occidental cosmopolita y desarrollada de los años setenta, cuando la Unión Europea eran tan solo seis países y se veía el sur como pobre y el este como hostil. Sus discos fueron premonitorios sobre todo lo que iba a vivir Europa en los años siguientes”. También se refiere a la relación entre frialdad tecnológica y emoción humana, que se mantiene como uno de los rasgos definitorios de Kraftwerk: “No considero a Kraftwerk una banda emotiva. Más bien siempre adoptaron una posición distante, mucho más fría, que les pasó factura desde un punto de vista comercial. Salvo excepciones, nunca llegaron a los primeros puestos de las listas. Tampoco creo que les preocupara. Prefirieron dejar un legado cultural más que comercial. Era su propuesta. Cuando intentaron llegar a las radios se les vio las costuras”.

A veces leer un libro es mejor que ver una película o asistir a un concierto. “Kraftwerk: la máquina humana. El legado del grupo electrónico más influyente de la historia” es un regreso al pasado que nos permite viajar a Düsseldorf en plena posguerra. Pero también es un viaje por la memoria personal de esos jóvenes que crecieron entre cajas de vinilos y sintetizadores en un momento en que no existían las redes sociales y en el que encontrar buena música implicaba calle, horas de búsqueda y escucha. Era realmente un acto artesanal. Pablo Ferrer Torres logra condensar décadas de experimentación, precisión y humanidad a través del legado de Kraftwerk, el grupo más importante de la historia de la electrónica.
En las primeras páginas se citan palabras de Ralf Hütter sobre la creación de un lenguaje musical propio, y uno se da cuenta de que no se trata solo de un relato histórico, sino de una invitación a sentir la música como experiencia vital. Angel Molina, DJ y testigo de varias décadas de música electrónica, comparte esa sensación aportando un testimonio al libro. Su primer encuentro con Kraftwerk fue en 1983 con “Tour de France” y, aunque nunca los idolatró, reconoce su impacto: “Quizá nunca me identifiqué con su estética elegante, estilizada o robótica… pero hoy, con perspectiva, veo en ‘Trans-Europe Express’ y especialmente en ‘Metal On Metal’ una obra que conecta pasado, presente y futuro, al ser humano y la tecnología. No puede ser más visionario”. Esa mirada nos recuerda que la música de Kraftwerk no solo se estudia: se vive.
En esta lectura, el autor nos enseña cómo las máquinas pueden ser a la vez poéticas y frías. Ferrer detalla cómo la ola del synthpop anglosajón consolidó el lugar de Kraftwerk como referentes universales, y cómo la banda convirtió las máquinas en lenguaje y cultura. El libro consigue hacernos sentir en una escena íntima, como si estuviéramos al lado de los componentes de Kraftwerk, Ralf y Florian, con nuestra taza de té sentados en su estudio Kling Klang, observando cómo daban forma a ese sonido del futuro. Y es en esa intimidad donde el relato toma forma y nos hace continuar la lectura con anhelo. Es en esa misma intimidad donde nos adentramos en la dimensión humana de Kraftwerk: sus obsesiones, su disciplina, su minimalismo austero y la forma en que hicieron cada disco como si fuera una obra de arte completa.
El recorrido por los álbumes de Kraftwerk relata a la vez la historia de la cultura europea y entra en lo íntimo de sus vidas y en la de la ciudad que los vio nacer. El propio libro acaba siendo un legado que nos hace reflexionar sobre la tecnología, la historia y la humanidad y nos recuerda, tal y como dijo Florian Schneider, que “no hay principio ni fin en la música. Algunas personas quieren que esto termine, pero esto continúa”. ∎