A diferencia de las dos películas sobre el Joker realizadas por Todd Phillips, “Joker” y “Joker. Folie à deux”, que se desvinculan por completo del universo batmaniano, la serie creada por Lauren LeFranc sobre Oswald “Oz” Cobblepot, nombre real de El Pingüino, tiene su ancla inicial en el “The Batman” (2022) de Mat Reeves, de la que puede verse como un spin off: la acción de “El Pingüino” (2024) arranca después del atentado que Enigma realiza sobre el dique de contención de Gotham, que deja la ciudad sumida en el caos, y tras la muerte del mafioso Carmine Falcone, que deja los bajos fondos a la expectativa. De hecho, Reeves aparece acreditado como uno de los productores ejecutivos de la serie, el estilo de fotografía –sobre todo en el primero de los ocho episodios– resulta similar al del filme “The Batman” y es Colin Farrell quien por supuesto, y bajo una tonelada de maquillaje y látex, vuelve a encarnar al Pingüino, aunque ni Batman ni Bruce Wayne juegan cometido alguno en este nuevo arco temático con Gotham City como sombrío escenario. Eso sí, en el episodio final se abren múltiples puertas a futuras prolongaciones e incluso otros spin off con guiños a otras figuras capitales del ecosistema Batman.
Oz fue un buen soldado de Falcone, pero, a medida que avanza la serie, pone todas las cartas boca arriba: es un sibilino conspirador, intrigante y manipulador, alguien que juega con todos simulando alianzas que dinamita antes de consolidarse. LeFranc coloca a su lado a un ladronzuelo de raza negra a quien convierte en su ayudante, Vic, y a medida que avanza el relato y este se pliega entre el presente y el pasado, adquiere mucho protagonismo Francis, la madre de Oz: él, en el fondo, no es nada sin la figura materna, mientras que Vic cree, de vez en cuando, que el Pingüino puede sustituir a los padres que perecieron en el atentado perpetrado por Enigma.
La serie es un relato criminal realista. Estamos lejos del Pingüino con chistera y corbatín de color violeta que incorporó Burgess Meredith en la ficción televisiva pop “Batman” (William Dozier, 1966-1968) y del grasiento villano de dientes ennegrecidos que vive entre hielo y pingüinos reales encarnado por Danny DeVito en “Batman vuelve” (Tim Burton, 1992). Aquí es un gánster de cuerpo grandote y con la mejilla derecha surcada por una fea cicatriz. Más que caminar cojo, se bambolea fatigosamente a causa de su pie derecho deformado, ligeramente palmípedo. Este rasgo se muestra en una escena del primer episodio y no se incide más sobre la tara física que justifica su peculiar forma de moverse y aviva uno de los muchos sufrimientos, internos y externos, que experimenta el personaje: no solo engaña a amigos y enemigos, sino que en su niñez cometió un crimen terrible a causa de los celos, situación narrada en el séptimo episodio.
LeFranc describe y define a su villano como un tipo intuitivo, más que inteligente y proclive a los arrebatos. El episodio de la infancia fue un arrebato, como lo es el que abre la serie, cuando mata de un disparo a Alberto Falcone, el hijo del clan que domina parte de la ciudad. Siendo así el personaje, lo que quizá pueda sorprender en la serie sea su capacidad maquiavélica para sacar tajada de todo el mundo y enemistar a familias rivales, los Falcone y los Maroni, hacer alianzas con las tríadas y las bandas irlandesas o chantajear a un concejal del ayuntamiento de Gotham, siempre para aprovecharse de la situación. Cuando le preguntan si pretende realizar un golpe de Estado contra los Falcone, Oz, que es muy práctico, responde que solo se trata de una reestructuración empresarial. Pero LeFranc y sus guionistas aclaran pronto la situación, pues a cada maniobra en apariencia certera de Pingüino le sigue el fracaso de esta. En todo caso, se trata de un superviviente nato y, en algunas fases del relato, puede llegar a ser tan empático en sus fragilidades –que las tiene– como el Joker cinematográfico interpretado por Joaquin Phoenix. La ambivalencia ha reinado en el mundo de los superhéroes, y pese a ser un neo noir catódico, “El Pingüino” incide en esta línea.
A falta de un antagonista serio, Batman, que procure la dualidad, el reflejo de uno en otro y las dos caras de la misma moneda que tan bien representaron Burton en el cine y Frank Miller y Alan Moore en los cómics, Pingüino lidia en la serie con Sofia Falcone (Cristin Milioti), hija de Carmine y conocida, erróneamente, como la asesina en serie llamada Ahorcado. El personaje, dramáticamente más rico incluso que Pingüino, fue creado por Jeph Loeb y el fallecido Tim Sale en “Batman. Dark Victory” (1997), aunque en este cómic aparece en silla de ruedas y con un cuello ortopédico. A medida que avanza el relato, más con subtramas que con una trama general que las contenga todas (esta sería, en todo caso, la creación de una nueva droga sintética y recreativa llamada bliss, extraída de las láminas de unas setas y con la que Pingüino quiere teñir de rojo la ciudad), el papel de Sofia crece tanto que acaba resultando hegemónico. Podría ser igual una serie sobre ella con Pingüino de segundo protagonista como lo que es ahora mismo, pero la frontera entre principal y secundario se diluye totalmente. También hay vueltas atrás en el tiempo para explicar conflictos y traumas de Sofia en la infancia y la juventud, pero a la última de los Falcone le corresponde la secuencia más perversa de la serie, un acto que define su maldad, aunque las víctimas sean tan malvadas como ella. Pingüino contrataca con el puro horror: su rostro deleitándose, en contrapicado mientras quema vivos a la esposa e hijo de uno de sus rivales. En esta dualidad fraguada con paciencia, Oz destrozó a su familia, la familia de Sofía la destrozó a ella y la violencia terrorista aniquiló a los padres y hermanos de Vic. Un mundo sin esperanza.
En cada capítulo se plantean no menos de dos problemas o situaciones límite que Pingüino, o Sofia, acaban siempre resolviendo. En esto es una ficción televisiva muy clásica, nítida. En un tono homogéneo, sin episodios de ruptura ni malabarismos puntuales de realización, “El Pingüino” destaca por el uso de algunos espacios –el imperio subterráneo donde Oz y los suyos cocinan la droga a resguardo de todo el mundo–, simetrías –el lugar en que se refugia el protagonista tras una explosión es el mismo en el que cometió el atroz crimen en el pasado– y deseos fútiles: la película que Oz veía de pequeño con su madre es “Sombrero de copa” (Mark Sandrich, 1935), fascinado por la elegancia al bailar de Fred Astaire pese a ser consciente de que nunca tendría la gracilidad del actor a causa de su peso y pie deforme. No es casualidad que sus hermanos se llamen Jack y Benny, tributo de los padres al famoso comediante estadounidense de los años treinta y cuarenta Jack Benny. El inicio del último episodio, con la regresión hipnótica de Francis presenciando con el cuerpo ajado del presente las circunstancias trágicas del pasado, resulta esencial para entender la mecánica de la serie y los actos de Oz, alias El Pingüino, futura némesis del caballero oscuro. ∎