Elisa Victoria: de Jon Hopkins a “Akira”. Foto: Sharon López
Elisa Victoria: de Jon Hopkins a “Akira”. Foto: Sharon López

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Elisa Victoria: “La música me ayuda a construir escenas”

2021 fue un año atareado para Elisa Victoria. En el espacio de unos meses publicó “El Evangelio”, su segunda novela en Blackie Books, y el libro ilustrado “El quicio”. Hablamos con la autora sobre cómo la música la coloca en el mood indicado para escribir determinadas escenas, y de cómo sus gustos han pasado del britpop a las aventuras electrónicas (y Donna Summer).

Aunque Elisa Victoria (Sevilla, 1985) ya tenía publicados varios relatos y libros antes, fue su novela “Vozdevieja” (Blackie Books, 2019) la que puso a la autora definitivamente en el mapa como una de las escritoras de las que se hacía imprescindible seguir la pista: en la obra, que ya se ha traducido al inglés (editada por And Other Stories), veíamos con los ojos de una niña un poco redicha no solo la vida de su poco convencional familia, sino la de una España precrisis que olía a verano, ladrillo y, por qué no, también a esperanza. Hace nueve meses llegó “El Evangelio” (Blackie Books, 2021), en la que de nuevo la infancia era protagonista, pero vista esta vez a través de una joven con cuyas inquietudes y miedos no era difícil identificarse. Pero hay más: cuando aún no habíamos terminado de digerir una de las mejores novelas del año, llegó a las librerías “El quicio” (Bruguera, 2021), libro ilustrado por Mireia Pérez.

Una de las cualidades de la prosa de Elisa Victoria es la importancia de la música, que prácticamente se puede escuchar incluso cuando no incluye referencias: no es difícil imaginar una emisora de radio mainstream en los baños de la pizzería en la que trabajan las protagonistas de “El Evangelio”, o a la abuela de “Vozdevieja” tarareando un bolero camino de la playa, así que no es de extrañar que la sevillana no solo escuche música mientras escribe, sino que tenga creadas playlists para sus obras.

En la lista que ha confeccionado para Rockdelux encontrarás música disco, electrónica minimal y pop nostálgico, entre otras cosas: un eclecticismo que en realidad tiene mucho que ver con la capacidad de la escritora para absorber todo tipo de estilos y con una gran curiosidad, que, como cuenta ella misma, la ha llevado a transitar por todo tipo de géneros y hasta a participar en algún que otro concierto del proyecto A German Brunette con los sintetizadores y la guitarra eléctrica; aunque, convencida de su falta de “dotes musicales”, cuando lo ha hecho se ha sentido “a contracorriente”.

¿Escuchas música cuándo escribes?

Sí, muy a menudo. Prefiero escribir con música: me ayuda a concentrarme, lo paso mejor y me ubica al buscar la psicología del texto. Es una herramienta que me permite seguir como un gran motor.

“Prefiero escribir con música: me ayuda a concentrarme, lo paso mejor y me ubica al buscar la psicología del texto. Es una herramienta que me permite seguir como un gran motor”

De hecho, en “El Evangelio” la música está muy presente. No sé si a la hora de escribir tienes una banda sonora en tu cabeza, si investigas sobre la música que se escuchaba en la época o si asignas estilos musicales para los personajes…

Un poco de todo, porque es verdad que hay canciones que se mencionan explícitamente en el libro y que acompañan lo que ocurre o describen la psicología que tienen los personajes, pero intento que sea algo muy concreto porque tampoco quiero saturar la narración de referencias, así que elijo muy poquitas y no son necesariamente favoritas mías. Pero en “El Evangelio”, por ejemplo, sí que hay un retrato de un contexto en concreto. La acción transcurre en un período de cuatro meses, así que se trata de canciones que estaban machacándose mucho en ese tiempo y que representan bien cómo son los personajes protagonistas: les interesa la vida de Britney Spears como un gran icono con eventos importantes en ese momento, o se sienten muy identificadas con Parálisis Permanente y con toda la imaginería oscura que tiene ese grupo; es algo muy frecuente que en la juventud se tienda a ese lado más post-punk, más rebelde, más de la decepción nihilista de conocer el mundo.

Tenía muchísimas referencias entre las que elegir para que no fuera pesado, porque al principio se mencionaba a Kylie, y a Rihanna… y al final lo dejé en muy poquito, en el “Désenchantée” de Mylène Farmer, que es como el momento de disco de carretera; Parálisis Permanente; en algún momento The Cure, porque también son muy icónicos; Portishead, porque estuve buscando una banda melancólica pero que no fuera solo pop; también algo de New Order… Hay unas cuantas, pero había muchas más en las primeras versiones.

Sí que tengo siempre, para cada libro que hago, una playlist en la que se cruzan algunas referencias, porque me ayuda a mezclar canciones que no tienen por qué ser de esa época, pero que me sugieren estados de ánimo similares a los que atraviesan los personajes y también canciones que sí son representativas de la época. Me ayuda mucho tanto a encontrar el tono de cómo se encuentran los personajes como de cuál es el ambiente.

Tecno y divas. Foto: Sharon López
Tecno y divas. Foto: Sharon López

Uno de los momentos que usas en “Vozdevieja” para mostrar la conexión entre la madre y la hija es cuando cantan Diana Ross o cuando la madre le regala cintas de James Brown. ¿Por qué esa música y no otra?

La madre es un poco misteriosa, pero se sobrentiende que viene de haber visto mundo, y eso significa que ha vivido los 70 y los 80 con algo de intensidad, así que me parecía apropiado que trajera la música disco para acompañar esa juventud que no hemos visto de la madre, pero que ha sido fiestera, bailona… y con toda aquella cultura del disco y del soul que era alegre, excesiva. El personaje viene un poco castigado tras haber vivido ese tiempo, aunque con un espíritu positivo y fuerte. Además, Diana Ross siempre ha sido una de mis divas favoritas porque tiene una actitud muy juguetona, las canciones son muy bonitas y tiene esos momentos tan épicos… como aquel concierto en el que empezó a llover y ella siguió cantando.

¿La música que escuchas te inspira ciertos tipos de personajes?

La música me ayuda sobre todo a construir escenas y tiene que ver con los personajes que están interviniendo en la escena. Escribiendo “El Evangelio” ha habido momentos en que he estado escuchando a Mala Rodríguez, porque era muy representativa de un ambiente y del momento. Ese tipo de referencias musicales pueden ayudar mucho a entender un personaje, pero creo que no le atribuyo canciones concretas, al menos no conscientemente. Sí es verdad que, por ejemplo, cuando Eulalia está interactuando con Gloria en “El Evangelio”, cuando interviene esta última siempre busco las canciones o la parte de la lista que es más pop porque es una chica que se adapta mejor al mundo, más alegre, con mejor estómago… Y cuando Eulalia está sola, por ejemplo en su casa, son momentos en los que igual he buscado escuchar a The Jesus And Mary Chain, o cuando les pasa algo a las dos o son momentos de acelerón, entonces sí que me pongo algo de música más electrónica y me ayuda a conducir el tempo y la tensión del momento.

“Sí que tengo siempre, para cada libro que hago, una playlist en la que se cruzan algunas referencias, porque me ayuda a mezclar canciones que no tienen por qué ser de esa época, pero que me sugieren estados de ánimo similares a los que atraviesan los personajes”

También hay personajes como Fernando a los que es fácil asociar con Parálisis Permanente, a los que mencionas en el libro, o incluso ligeramente con Sid y Nancy, un perfil que contrarresta mucho con el mundo de la pizzería, que te imaginas más relacionado con el pop o la electrónica.

Es verdad que la personalidad de Fernando puede encajar un poco en esa franja de “Autosuficiencia” o con en esa parte oscura de Parálisis Permanente, pero siempre le aplicaba más la actitud a Eulalia, pero quizá porque le guardo especial cariño a la figura de Eduardo Benavente y la asocio un poco a ellas dos, a Eulalia y Gloria, y en cambio en la casa de él lo que reina es el olor a pies.

En la playlist que has preparado para Rockdelux hay de todo, de la banda sonora de “Akira” (Katsuhiro Otomo, 1988) al minimal techno, de The Field a Death Grips o Donna Summer…

La música es muy importante para mí, no solo en mi escritura, sino en la vida en general. Escucho varios géneros y a lo largo de mi vida he pasado por varias etapas, y tenía la duda de si hacer una lista que fuera muy coherente con lo que me gusta en este momento concreto, que estoy mucho en la electrónica, pero también sigo escuchando mucho rap de los 90… Hay cosas que he descartado: cuando era joven me encantaba el britpop y es verdad que le guardo cariño, pero no es algo que escuche ya y no quería quitarle un espacio a otras cosas que me siguen entusiasmando mucho, y aunque la electrónica es el centro de mis escuchas, me parecía que me quedaba un poco coja si no incluía a Death Grips, que me los pongo casi todas las semanas, o a Donna Summer, que ha sido importante en los últimos tiempos para mí porque el día que terminé el primer borrador de “El Evangelio” estuve escuchando un vinilo suyo y le guardo un cariño grande.

La banda sonora de “Akira” la he escuchado desde niña y me ha ayudado a concentrarme en todos los libros, siempre hay un momento en que me pongo la banda sonora entera porque es muy hipnótica, con esa mezcla de ambientes sagrados y sintetizadores de los 80 que me flipa… Y, claro, ¿cómo elegir? Ahí está lo más destacado de lo que me sigue gustando a día de hoy y es verdad que en mis listas hay mucha electrónica, pero salpicada de otras cosas.

Sin placeres culpables. Foto: Sharon López
Sin placeres culpables. Foto: Sharon López

¿Y algo que hayas dejado fuera? Porque hace poco compartías en Instagram tu afición por Blur, pero en la lista hay más electrónica…

Al britpop llegué a través de la cultura popular, la ‘Súper Pop’, y todo eso, porque eran los más famosos y salían hasta en la ‘Bravo’… y como yo tenía 11 años me parecían muy mayores, y las letras muy ingeniosas. Pero a los veintitantos me aburrí de las guitarras eléctricas y me empecé a interesar por los sintetizadores. Supongo que me aburro por empacho, porque, aunque haya excepciones, el rock’n’roll no es lo que más me interesa.

¿Cómo fue tu aprendizaje musical?

Mi madre escuchaba mucha música y en casa había vinilos de Pink Floyd, también le gustaba la música disco… Pero mi camino fue un poco solitario, de leer en los medios, de ir un poco de excursión al centro a la típica tienda de discos de la ciudad cuando ibas allí a descubrir cosas y normalmente los CDs se podían escuchar in situ con auriculares y me pensaba mucho qué comprar con mi presupuesto limitado. Estaba muy pendiente de la radio y de las revistas… Pero pronto me empecé a interesar en el indie y escuchaba “Viaje a los sueños polares”. Hubo un vecino que vendía chucherías en el barrio en el típico puesto de periódicos, tenía 22 o 23 años, e hicimos migas. Él estaba yendo a festivales y escuchaba cosas que me recomendaba. Escuché Portishead por primera vez por él, y se me fue abriendo el paladar a otras cosas cada vez más alternativas, y fue un colega muy respetuoso que me introdujo en la cultura indie. Luego hubo un camino de investigación por el post-punk, y luego con mi novio, que es músico, vamos descubriendo música juntos.

“Mi camino fue un poco solitario, de leer en los medios, de ir un poco de excursión al centro a la típica tienda de discos de la ciudad cuando ibas allí a descubrir cosas y normalmente los CDs se podían escuchar in situ con auriculares y me pensaba mucho qué comprar con mi presupuesto limitado. Estaba muy pendiente de la radio y de las revistas…”

¿Recuerdas tu primer concierto o festival?

El primer concierto al que fui fue uno de OBK con mis amigas del instituto. A mí no me interesaban mucho en ese momento, pero con tal de ir a un concierto por primera vez y que era gratis… Flipé porque había niñas que se desmayaban y tuvo mucha gracia. El primer festival no lo recuerdo, quizá el Territorios en Sevilla.

¿Algún guilty pleasure que quieras confesar?

Cuando era joven tenía muchos, porque quería hacerme la interesante, pero ahora ya no me da vergüenza nada. Por ejemplo, escondí que me gustaba Mariah Carey muchos años, pero ya no, me parece que tiene su gracia, su talento, que algunos arreglos son increíbles… y ya no tengo prejuicios. El pop lo escondí durante un tiempo para hacerme la lista, pero ya nada. ∎

Playlist / Sintonizando a… Elisa Victoria


  1. Jon Hopkins: “Emerald Rush” (de “Singularity”, 2018)
  2. Death Grips: “Bitch Please” (de “The Money Store”, 2012)
  3. Holy Other: “Feel Something” (del EP “With U”, 2011)
  4. Against All Logic: “Fantasy” (de “2017-2019”, 2020)
  5. Quay Dash: “Bossed Up” (del EP “Transphobic”, 2017)
  6. Better Person: “Something To Lose” (de “Something To Lose”, 2020)
  7. Skylar Spence: “Private Caller” (del recopilatorio “Portals Summer II”, 2013)
  8. DJ Screw feat. Point Blank & PSK-13: “High With The Blanksta” (de “3N The Mornin’ Part Two”, 1996)
  9. Jessy Lanza: “Strange Emotion” (de “Pull My Hair Back”, 2013)
  10. Litorate: “Overthinking” (single, 2020 )
  11. Casa del Mirto: “Deep In Your Mind” (de “1979”, 2011)
  12. Mariya Takeuchi: “Plastic Love” (de “Variety”, 1984)
  13. The Field: “Everybody’s Got To Learn Sometime” (de “Yesterday And Today”, 2009)
  14. Donna Summer: “Last Dance” (de la banda sonora “Thank God It’s Friday”, 1978)
  15. Howling: “Phases” (single, 2017)
  16. Geinoh Yamashirogumi: “Kaneda” (de la banda sonora “Akira”, 1988) ∎
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