Libro

Emma Cline

La invitadaAnagrama, 2024

La autora norteamericana escribe sobre la demolición humana. Las personas sin una fuerza de espíritu consistente son meros peones o peonzas en un río llamado vida, cuyo discurrir no controlan lo más mínimo. Su condición de figurantes ahoga cualquier posibilidad de escapar de un lugar hediondo llamado capitalismo salvaje. El fulgor del dinero descoloca tanto como atrae. Sin embargo, vivir en ese escenario sin mostrar aptitudes y capacidades es una simple quimera; sobrevivir es una esperanza muerta. Emma Cline (Sonoma, California, 1989) no da cancha a la protagonista. Simplemente, la lanza a un vacío existencial.

Ni el recuerdo de Burt Lancaster en “El nadador” (1968), saltando de pileta en pileta, de jardín en jardín, es más nihilista que el relato –que escribió John Cheever unos años antes para la revista ‘The New Yorker’– de Cline. Alex es una joven de 22 años, y con 400 dólares en la cuenta, sin sofá donde aparcarse, cuya casa cabe en una pequeña mochila. También es una ladrona pertinaz, que ejerce de acompañante, con fecha de caducidad, aunque no lo sepa; pero sabe cómo camelarse al personal. En especial, a los ricos. La angustia copa su vida deshabitada.

A partir de una parábola magnética, la autora destroza el patrón y las costuras de un autoengaño que paraliza a unos estratos determinados de la sociedad norteamericana, poderosa y falsamente pudiente que se considera, todavía hoy, la reina del mambo. Perdida geográfica y emocionalmente, Alex abandona el centro de Nueva York. La escritora desplaza la acción unos kilómetros hacia al sureste, a las exclusivas playas del East End, de Long Island, en pleno verano. Sin embargo, existe la sospecha de que el relato viaja con el motor derrengado de una novela negra de serie B. Tal vez la excursión no resulte tan deseable.

La joven es básicamente una acompañante que se reúne con hombres maduros con dinero. Esa interacción, en sus anuncios en línea, se publicita como “seiscientas rosas” o “seiscientos besos”. Tal vez sea un plan, pero dista mucho de ser una red de seguridad para manejarse con los sugar daddies, a quienes pretende agradar. Los hechos revelan que Alex es tanto una suerte de juguete roto, que se muestra complaciente en las formas, como espabilada para cartografiar a la clase adinerada del norte de la Costa Este. O eso cree. Según Cline, la protagonista se ve como un espectro vagando por las playas de sus habitantes, como una pieza inerte del mobiliario social. El carisma de Alex reside en la ausencia del mismo. Se considera un fantasma. Los contornos son su radio de acción. Y nadar. Adora el agua.

Alex, tras un desliz imperdonable, es expulsada del paraíso. Se ve sentada en el andén de la estación de vuelta a la gran ciudad. La desazón la embarga. ¿Qué hacer para recuperar a Simon? Su mundo se reduce a una promesa. La protagonista la asume como cierta, pero el lector comprende que es una mentira. El acaudalado y aburrido amante ha dicho que la llamará en unos días, pues su hija viene a visitarlo. Una banal excusa para desembarazarse de una compañía ocasional; por tanto, Alex no tiene donde dormir, ni con qué mantenerse. La palanca para sobrevivir es el ricachón y cincuentón de turno, a quien le gustan las jovencitas... de turno. En especial, los seres pasivos como ella.

En este contexto, la escritora maneja las manecillas del tiempo. ¿Durante cuántos días podrá aguantar? La joven superviviente, escasa de autoestima y recursos, sabe que solo es útil si se comporta como un objeto de lucimiento. Aun así pretende volver a ese círculo social. En la estación, Alex recibe la invitación de un joven desconocido y sus amigos para acudir a una fiesta en una mansión abandonada. Sabe que obtendrá el sofá y comida gratis y podrá continuar sustrayendo fármacos. Sedación para los momentos bajos.

Opta por no volver a la ciudad y permanecer cerca, en la periferia, de Simon. Desea ser perdonada, anhela sorprenderlo en su casa de la playa para celebrar el fin del verano. El aburrimiento, las palabras gastadas y el sexo rutinario cubrirán la espera. La escort, que es una bala perdida, aporta una cuota de hastío no menor a la monotonía que envuelve a los ociosos. Alex da el paso.

La catarsis de tanta inanición de personalidad llega a su fin. El previsible final no se corresponde con lo leído. Es entendible que cree confusión. Llegado a este punto, el relato pasa de frío a congelado. Un desasosiego en suspensión invade la trama. La hostilidad hacia los más ricos es un órdago que utiliza la escritora para retratar un tiempo, un paisaje y una sociedad determinados a partir de un personaje desventurado. Fundido en negro. El lector deberá posicionarse; así queda articulado por la autora.

La anemia emocional expuesta permite a la narradora instalarnos en el fango de la desazón. Con “La invitada” (“The Guest”, 2023; Anagrama, 2024; traducción de Inga Pellisa), su segunda novela tras el sonado debut con “Las chicas” (2016), Emma Cline afianza un espacio propio y consolida su voz en la narrativa contemporánea norteamericana. ∎

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