Película

Emmanuelle

Audrey Diwan

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“Si hace falta, puedo decir que, en el erotismo, YO me pierdo”, sentenciaba Georges Bataille en su sesudo libro de 1957 dedicado a este escurridizo aspecto del ser humano que va más allá de la mera fisiología y de la reproducción de nuestra especie. Aunque sea someramente, resulta inevitable volver a Bataille ahora que Audrey Diwan se ha aventurado a sumergirse en el siempre espinoso terreno del deseo y el erotismo con su versión de “Emmanuelle”, (2024), película inaugural de la 72ª edición del Festival de San Sebastián y que se estrena hoy en nuestras pantallas.

Primero, obviamente, por el material escogido, la novela firmada con el seudónimo Emmanuelle Ardan que ya fue trasladada a la gran pantalla en el clásico softcore de Just Jaeckin de 1974, hito del subgénero que le brindó la gloria y la desgracia a la icónica Sylvia Kristel, el rostro y cuerpo de Emmanuelle en aquella cinta. En esa obra, de hecho, Alain Cuny parecía ejercer de trasunto de Bataille, esto es, de teórico del erotismo, cuando, en el último tramo de la película, previo al desenfreno violento que lacera el cuerpo y la dignidad de Emmanuelle, habla del erotismo como “el esfuerzo de romper lo cotidiano” y “la victoria de los sueños sobre la naturaleza”.

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Segundo, volver a Bataille parece clave teniendo en cuenta la manera en que la directora de “El acontecimiento” (2021) articula el viaje erótico de su heroína, con un punto de partida muy concreto –un polvo furtivo y deslucido en el baño de un avión– y un destino, ese abismo por el que tanto ansía deslizarse la protagonista, que no debería sorprender a nadie. Como su predecesora, y pese a las apariencias, la Emmanuelle interpretada por Noémie Merlant también es frígida, sumisa y complaciente.

Aun así, no podría haber dos lecturas más distintas de un mismo texto: si la película de 1974 es una fantasía sobre la disoluta vida sexual de una comunidad de libertinos en el Bangkok poscolonial, el filme actual viaja a Hong Kong para preguntarse por el lugar del erotismo en la era del turbocapitalismo y del pos-MeToo. Si es que existe, porque la vida de la Emmanuelle del siglo XXI está organizada por el trabajo hasta el punto de que ella es todo normas, todo organización, en tanto que inspectora de calidad de hoteles de siete estrellas.

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Trabajo y razón, deseo y transgresión, relaciones de poder y reconfiguraciones de la topografía poscolonial en el tardocapitalismo… Sobre el papel, la reformulación del imaginario de “Emmanuelle” a cargo de Diwan y la coguionista Rebecca Zlotowski resulta más que pertinente por todo lo que ya se ha dicho. Ahora bien, en la práctica, “Emmanuelle” es todo lo contrario a ese deslizamiento pletórico que se le presupone al erotismo porque, en esencia, es una película tan anticlimática que todas las sugerentes ideas que se apuntalan en sus primeros compases no tardan en derrumbarse como un castillo de naipes.

Encerrada en el establecimiento de lujo al que le han enviado sus superiores con el objetivo de averiguar algún fallo organizativo, la protagonista no cesa de buscarse a sí misma en ese torreón acristalado y laberíntico. Diwan parece especialmente interesada en crear una atmósfera claustrofóbica, controlada y aséptica donde el retrato de la soledad limita cualquier atisbo de sensualidad, transgresión y abandono. Cuando Emmanuelle por fin se entrega al deseo, persigue a su objeto erótico –un tipo con muy poco carisma, todo hay que decirlo– y llega el goce, esa “aprobación de la vida hasta en la muerte” realmente ya nos da bastante igual. Para ella el viaje ha concluido en un logro, pero para los espectadores ha acabado por ser un recorrido frustrante. ∎

Pretencioso remake.
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