Serie

En fin

David Sainz & Enrique Lojo(miniserie, Prime Video)
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En su salto al streaming de altos vuelos, David Sainz (Las Palmas de Gran Canaria, 1983), director en solitario y cocreador –junto con el guionista Enrique Lojo (A Coruña, 1988)– de la miniserie “En fin” (2024), propone una historia posapocalíptica… sobre un apocalipsis que no ha sucedido. En el punto de partida tiene su mejor virtud este relato en seis capítulos –bastante autónomos pese a respetar el hilo de la trama madre– sobre el no-fin del mundo: el planeta rojo errante que amenazaba con colisionar con la Tierra y destruirla se aleja sin practicar ningún daño físico. Otra cosa es el daño psicológico, ya que esa aparente liberación, ese volver a sentirse vivos tras asumir que el fin de la civilización era una certeza, actúa de manera distinta en aquellos que lo daban por hecho. Planteada esta disquisición, “En fin” se desarrolla como una historia no-posapocalíptica con chascarrillos cómicos y frikismo, una anti “Melancolía” (Lars von Trier, 2011), una anti “Armageddon” (Michael Bay, 1998), filme este último que se cita a modo de gag en uno de los primeros episodios.

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Siendo un relato sobre el no-futuro devastador que esperaban todos, la serie se desarrolla en tiempo presente y en pasado para mostrar lo que hacían los personajes principales antes de la destrucción del planeta, en retrospectiva, y lo que les aguarda ahora cuando el mundo debe reiniciarse. Tres son las figuras principales, Tomás (José Manuel Poga), Julia (Malena Alterio) y Noa (Irene Pérez), padre, madre e hija adolescente. Él desapareció de casa nueve meses antes de la teórica colisión del planeta rojo. Ellas han dejado de esperarlo. La serie empieza con los restos de una orgía, la que se ha celebrado en un centro comercial en la víspera de la destrucción que no ha llegado. Tomás despierta desnudo, rodeado de gente durmiendo y tumbada en sofás, sillas, camas, mesas y en el suelo. Tras encajar que el planeta ha pasado de largo, se fija en un colorido sofá que tiempo antes había deseado comprar su esposa. Tomás, tan estereotipado en su misoginia, le recomendó en el pasado que se comprara un confortable sofá de color gris, como ella. Para él, el mueble en cuestión era demasiado atrevido. Ahora, en un primer intento para regresar a casa, Tomás coge el sofá y lo lleva en una camioneta robada a modo de disculpa con su esposa, a ritmo del estándar de Skeeter Davis “The End Of The World”. El mundo no ha llegado a su final, pero a Tomás le esperan muchos sinsabores –siempre cómicos, nada dramáticos– para recuperar el momento en que todo se fue al traste. Él mismo lo dice y lo piensa: tras haberse hecho a la idea de que iba a morir como todo el mundo y vivir en un desfase permanente, ahora le apetece pasar la resaca en casa.

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Encajada la idea, “En fin” funciona a golpes de ingenio y de poco genio. La comicidad (dudosa) de la propuesta queda enunciada también por el concurso de “estrellas invitadas”: la cantante Chenoa, el futbolero Cristóbal Soria, el futbolista Borja Iglesias y el comediante Jorge Cadaval (Los Morancos). También aparecen Leonor Watling y Jorge Botet, pero estos tienen más recorrido –en el primero y quinto episodio, respectivamente– y protagonizan una escena de frikismo a lo Cárdenas y otra de piscina regada de vodka. En cada episodio se cuenta una historia en sí misma: la de la cooperativa que cultiva marihuana en un cementerio para hacer más llevadero el fin del mundo o el que tiene como eje a Raúl Cimas, mezcla de conspiranoico y Noé, quien prepara la repoblación de las especies, incluida la humana, tras el holocausto. En el segundo, el de la cooperativa, impera el gore y después David Sainz mete en el mismo saco feminismo, machismo, veganos, barbacoas como celebración de la carne, un poco de canibalismo, toros, sectas, patrullas de vigilantes urbanos, karaokes, tinto de verano, pódcast, TikTok, payasos de internet y fiestas salvajes. Todo demasiado agitado, poco concentrado y menos destilado. Una buena idea que se desparrama por senderos trillados, humor tosco y un desquiciamiento generalizado. ∎

Lo que pudo haber sido y no fue.
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