La sensación más normal después de ver una película de Quentin Tarantino es la de querer quedarse más en ese universo y saber más de unos personajes memorables. Con la novelización de “Érase una vez en… Hollywood”, el cineasta hace realidad ese sueño, rindiendo homenaje al perdido arte de convertir grandes éxitos de la pantalla en libritos baratos.
Lo que ahora solemos llamar “novelizaciones” fueron, para muchos de los que crecimos en los 80 (y, sobre todo, los 70, cuando tuvieron su boom), simplemente “novelas”: ni sabíamos ni nos interesaba saber si vino antes ese libro o la película cuyo póster aparecía en la portada. Podían ser tanto souvenir de una imborrable proyección como única puerta (lectura ilegítima en bibliotecas mediante) a una película que todavía no teníamos permiso para ver.
El packaging, así es, formaba parte del atractivo: póster en la cubierta frontal, un puñado de fotogramas y los créditos en la contraportada. A veces podía ser engañoso, pero tampoco eso lo sabíamos. En la edición española de la novelización de “Único testigo” (Peter Weir, 1985), escrita por los guionistas de la misma, aparecía una foto de Harrison Ford con fedora en lugar de sombrero amish. Así es, salía como Indiana Jones. Y había un niño que no era Lukas Haas.
En un nuevo juego con la nostalgia, siempre desde la más inventiva posmodernidad, Quentin Tarantino se ha marcado una novelización de “Érase una vez en… Hollywood” (2019; el título del libro omite los puntos suspensivos: “Érase una vez en Hollywood”; Reservoir Books, 2021) que, al menos en la edición de HarperCollins, no en la española, responde al canon estético de aquellas viejas ediciones en tapa blanda. Cabe mencionar que en otoño está previsto que HarperCollins edite una versión de lujo y en tapa dura de la novela.
El talento del director de “Pulp Fiction” (1994) no reside en su capacidad para coser grandes referencias, sino en crear a partir de ellas algo único y personal que, a menudo, resulta superior a la suma de sus partes. Si se propone visitar el concepto “novelización”, sabes que no se limitará a convertir el guion de la película en prosa. En el libro hay diálogos reconocibles, pero también situaciones contadas desde otra perspectiva; es el caso de la visita de Cliff Booth (encarnado por Brad Pitt en el filme) al rancho Spahn, ahora desde el punto de vista de Squeaky, que poseía el rostro de Dakota Fanning. También escenas que todavía no hemos visto (algunas deberían caer en un más que posible montaje extendido, apuntado por el tráiler del libro) o episodios que enriquecen la vida interior o el historial biográfico de muchos personajes.
Sobre todo, se atiende al memorable Booth, doble, chófer, recadero y cuidador de la casa del actor estrellado Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), al lado de la cual se muda la pareja Polanski. Aprendemos que consiguió su icónico conjunto denim azul en el rodaje de una peli de moteros, el hit de la AIP “The Born Losers” (Tom Laughlin, 1967); o que, después de lo visto y vivido durante su heroico paso por la Segunda Guerra Mundial, se desentendió como espectador del idílico entertainment hollywoodiense para abrazar el cine en blanco y negro con subtítulos.
Es detallando una información como esta última cuando Tarantino trasciende realmente sus labores como novelizador y se divierte y nos divierte: el relato se desdobla en un ejercicio de crítica cinematográfica en el que no cuesta leer (escuchar) al director vertiendo sus propias opiniones a través de Booth. Es de sobras conocida su escasa pasión por Antonioni, “Zabriskie Point” (1970) aparte. También reciben Truffaut o Chabrol. Y, sin necesidad de hacer de ventrílocuo, Tarantino puede marcarse un breve making of de “La semilla del diablo” (Roman Polanski, 1968) o, saltando del cine a la música, postularse como potencial colaborador de Rockdelux, analizando la carrera de Charles Manson como trovador.
Igual que la película cambiaba de formato y color para acomodar alguna escena de “Lancer”, donde Rick actúa como estrella invitada, Tarantino escribe aquí escenas de ese wéstern televisivo con un estilo ligeramente diferente al suyo, más bien como lo haría Elmore Leonard. Pero generalmente no se esfuerza en exceso por buscar el equivalente literario de sus juegos formales, ni trata de meter needle drops con calzador. Sabe lo que hace memorable una película y lo que hace adictiva una lectura playera de tapa blanda. Se dedica a encadenar líneas sin florituras, también sin compasión, pero siendo cualquier cosa menos genérico. No hay un libro igual a la venta. ∎

Tras contactarle para hacer la “proverbialmente buena película de ciencia ficción”, Stanley Kubrick propuso a Clarke escribir primero la historia como novela. Pero ese libro se acabó terminando en paralelo a la propia película, y Clarke reescribió partes después de ver copiones de la mejor que buena obra cinematográfica, menos explícita que el libro (editado en España por Salvat en 1969). El escritor volvería a este espacio con “2010: Odisea dos” (1982; adaptada por Peter Hyams en 1984), “2061: Odisea tres” (1987) y “3001: Odisea final” (1999).

Hay que hablar más de “Mr. Majestyk” (Richard Fleischer, 1974), cinta de acción con Charles Bronson como un agricultor de sandías (además de expresidiario y veterano de Vietnam) con el que unos mafiosos cometen el error de entrar en conflicto. Elmore Leonard escribió la novela a partir de su propio guion. Por cierto, este Mr. Majestyk no tiene nada que ver con el juez de paz descrito por Leonard en una novela anterior, “The Big Bounce”, adaptada al cine en “La perversa” (Alex March, 1969).

Alan Dean Foster es el gran experto de las novelizaciones de blockbuster. Lleva liderando la galaxia literaria de “Star Wars” desde su adaptación del primer capítulo (es decir, el cuarto) de la saga, falsamente acreditada a George Lucas. Su secuela imaginaria “El ojo de la mente” (1978) es un clásico de muchas infancias. Pero quizá su obra maestra sea su exhaustiva inmersión en “Alien, el octavo pasajero” (Ridley Scott, 1979), considerada una de las mejores novelizaciones de la historia. Su traducción al castellano corresponde a la edición mexicana publicada por Lasser Press en 1979.

Según Tarantino, el libro de “Uno rojo, división de choque” (1980) es superior a la película, que ya es decir. Casi más una obra de acompañamiento que una novelización, sirvió a Fuller para completar la exposición autobiográfica de su paso por la Segunda Guerra Mundial. Su tránsito por la prosa no quedó aquí: también escribió la novelización de “Una luz en el hampa” (1964), diversas novelas y unas memorias directas como una bala. ∎