En 2017, “Hollow Knight” llegó sin apenas marketing, sin reservas ni hype prefabricado, y terminó redefiniendo lo que un juego independiente podía ser. Era un proyecto de apenas tres personas –el equipo de Team Cherry, con Ari Gibson, William Pellen y Jack Vine– desde Adelaida, Australia, financiado inicialmente a través de Kickstarter y con un lanzamiento discreto en PC. Su precio reducido y la ausencia de publicidad contrastaban con la ambición de su propuesta: un metroidvania inmenso, atmosférico, de dificultad exigente, con un apartado artístico a la altura de cualquier gran producción.
Lo que comenzó como un título de nicho acabó convirtiéndose en fenómeno cultural gracias al de boca en boca, los streamings de Twitch y la pasión de sus comunidades en línea. “Hollow Knight” no solo vendió millones de copias, también instauró un nuevo estándar para el indie: demostrar que un equipo minúsculo podía rivalizar con estudios de cientos de personas en alcance, diseño y ambición artística. Su estética oscura y melancólica, sus ruinas narrativas y su música etérea dejaron huella en otros creadores de videojuegos, pero también en músicos, ilustradores y animadores.
Su secuela, “Hollow Knight. Silksong” (Ari Gibson y Willian Pellen, 2025), aparece ocho años después con un aura completamente opuesta: la de acontecimiento cultural ineludible. Durante meses ha encabezado las listas de deseados de Steam, obligando incluso a otros estudios a reordenar calendarios de lanzamiento. El contraste es revelador: de experimento humilde a fenómeno global. Pero lo más interesante es cómo “Hollow Knight. Silksong”, aun cargando con expectativas casi imposibles, logra responder no repitiendo fórmulas sino expandiéndolas.
El cambio más obvio respecto al original es Hornet, la nueva heroína. Si el caballero de “Hollow Knight” transmitía un peso deliberado, casi estoico, Hornet es velocidad, filo y agilidad. Sus movimientos se sienten como una danza: saltos acrobáticos, embestidas rápidas, un flujo que convierte cada combate en coreografía. Este rediseño no es solo estético: cambia por completo el ritmo del juego. Donde antes dominaba la precisión metódica, ahora prima la improvisación.
Las posibilidades de personalización refuerzan esa libertad hasta el punto de que no existe un único modo de jugar. Cada jugador moldea a Hornet según su instinto, combinando habilidades y amuletos que modifican la manera en que se afrontan los enemigos. Esa plasticidad convierte cada partida en un retrato de la personalidad del jugador, como si Hornet se transformara en un reflejo íntimo de quien la controla.
El universo de “Hollow Knight. Silksong” conserva el gótico melancólico del original, pero lo reimagina con nuevas texturas. Aquí predominan engranajes, mecanismos, trampas que parecen diseñadas tanto para intimidar como para fascinar. Cada estancia es a la vez paisaje y prueba: un lugar que asombra por su belleza pero obliga a desplegar astucia.
El diseño de niveles refuerza esa dualidad. Los atajos ocultos, las plataformas en espiral, los enemigos que parecen parte del entorno… Todo está dispuesto para que el jugador sienta tanto amenaza como descubrimiento. Esa tensión entre maravilla y peligro es lo que convierte la exploración en un acto casi emocional. Como en el primer juego, la narrativa no se cuenta en líneas de diálogo, sino en ruinas, símbolos y restos de civilizaciones. La historia emerge no como texto, sino como atmósfera.
Más allá de su estética, lo que distingue a “Hollow Knight. Silksong” es su relación con la comunidad. Team Cherry ha esperado, ha retrasado, ha guardado silencio cuando otros habrían mostrado avances para calmar la ansiedad. Esa paciencia es leída por los jugadores como respeto: la convicción de que el público merece un producto terminado, no una promesa a medias.
Ese respeto se refleja también en el diseño. “Hollow Knight. Silksong” no infantiliza ni guía con tutoriales intrusivos. Ofrece un mundo enigmático, confiado en que el jugador tendrá la inteligencia y la perseverancia para descifrarlo. En un ecosistema dominado por lanzamientos apresurados y secuelas rutinarias, ese pacto tácito –“tú me das tu tiempo, yo te doy un mundo completo”– es casi revolucionario.
La otra cara de este respeto es la negativa a suavizar las aristas. “Hollow Knight. Silksong” es, sin concesiones, difícil. Enemigos que castigan la impaciencia, jefes que exigen reflejos instantáneos, secciones de plataformas diagonales que ponen a prueba la memoria muscular. Los runbacks largos tras cada derrota pueden parecer crueles, pero son parte del aprendizaje.
El juego no busca excluir, sino enseñar. Cada error es información, cada derrota una lección. La frustración está integrada como herramienta pedagógica: se trata de insistir, observar patrones, mejorar. En ese sentido, Hornet y el jugador comparten un mismo proceso: ambos luchan, tropiezan, persisten.
Mods ya circulan para quienes quieren una experiencia más amable, pero lo fundamental es que la dificultad no es accesorio: es filosofía. Igual que en los Souls, perseverar forma parte del relato.
Sería fácil reducir “Hollow Knight. Silksong” a su dureza, pero lo que queda grabado tras horas de juego es otra cosa: la sensación de maravilla. El título consigue recuperar algo casi infantil, la fascinación de perderse en un mundo extraño y sentir que cada rincón guarda un secreto. Desde torres en ruinas que sugieren pasados olvidados hasta cavernas bioluminiscentes que parecen respirar, cada escenario es una invitación a la curiosidad. Esa capacidad de absorber al jugador, de hacerle olvidar el tiempo, es lo que convierte a “Silksong” en algo más que entretenimiento. Es inmersión, trance, la experiencia de un espacio paralelo que sustituye durante horas al mundo real.
Aunque el énfasis está en el juego, conviene subrayar su rareza en el panorama actual. “Hollow Knight. Silksong” ha provocado caídas en Steam y en las tiendas digitales de Nintendo, PlayStation y Xbox, con más de medio millón de jugadores simultáneos al día. Su lanzamiento ha sido tratado como el de un superventas, pero por un precio de 20 euros. Todo esto mientras el debate en la industria gira en torno a blockbusters como “Grand Theft Auto VI”, previsto para 2026, que podrían romper la barrera de los 100 euros.
Paradójicamente, hasta notorios foros de piratería han animado a comprarlo, mientras otros desarrolladores indies critican que ese mismo precio eleva demasiado el listón para estudios que no pueden competir con tal nivel de calidad. En cualquier caso, “Hollow Knight. Silksong” reconfigura la idea de qué puede ser un “evento” en videojuegos: no un despliegue de marketing descomunal, sino la combinación de confianza comunitaria, diseño ambicioso y respeto mutuo. ∎