La expresión “increíble pero cierto” se ha empleado en ocasiones para dar título a secciones de noticias sorprendentes, reales o inventadas, en revistas o programas de variedades. Implica también un cierto asombro, el mismo que puede experimentarse ante la perspectiva de alquilar una vivienda que cuenta con un agujero, un conducto, que permite a quien desciende por él quebrar el tiempo y el espacio. Esa es la premisa de una de las dos películas que el maestro del disparate Quentin Dupieux estrenará los próximos meses: la otra, la parodia superheroica “Fumar provoca tos” (2022), es más vistosa y anárquica, aunque ambas operan en la misma dimensión del chascarrillo absurdo que Dupieux va depurando filme tras filme. A día de hoy, tras un encantamiento progresivo que empezó con la sonada proyección de “Rubber” (2010) –sí, la del neumático pendenciero– en el Festival de Sitges en 2010, se podría decir que el director de “La chaqueta de piel de ciervo” (2019) ya es un valor seguro para quien guste de estas fiestas.
Si el mecanismo disparador de “Fumar provoca tos” es el de las historias que se cuentan alrededor de una hoguera, también en “Increíble pero cierto” (2022, se estrena hoy), solo que alrededor de una mesa, la primera escena realmente climática tiene lugar cuando el personaje de Benoît Magimel cuenta que se ha, ejem, remodelado los genitales. Esa peculiar confesión introduce una segunda trama que prácticamente eclipsa el asunto del agujero rejuvenecedor y proporciona alguna que otra secuencia desopilante. Se trata de deshinchar en paralelo una virilidad ridícula y aparatosa –la misma que la llamada Nueva Comedia Americana contribuyó a escarnecer– y la obsesión contemporánea por el envejecimiento, prácticamente el único rasgo visible que el cineasta otorga a su protagonista femenina, con la que Léa Drucker hace lo que puede.