La primera temporada de “Iosi, el espía arrepentido” (2022-) se abría con imágenes del atentado a la embajada de Israel en Buenos Aires, realizado el 17 de marzo de 1992. El protagonista de la serie, José Pérez, es un agente del servicio de inteligencia de la policía federal argentina infiltrado en la comunidad judía desde el comienzo de la democracia en el país hasta veinte años después. Ahora es Iosi Peres. Las imágenes documentales del terror se convierten en una reconstrucción de ficción, con él caminando entre ruinas y cadáveres. La acción salta a quince años después, cuando Iosi pretende dar al gobierno información sobre sus actividades y quienes cometieron aquella masacre. Y vuelve al pasado, ahora hasta 1985, para explicar cómo José se convirtió en Iosi y sus logros accediendo hasta el corazón del poder sionista argentino creyendo lo que le decían sus jefes: hay una gran conspiración y conviene defenderse del sionismo internacional. En la trama aparece el tráfico de armas en connivencia con el gobierno argentino y la búsqueda del Cóndor, un misil balístico desarrollado en Argentina después de la Guerra de las Malvinas. Pero lo importante es la culpa. Poco a poco, a base de golpes, Iosi entiende que no hay tal conspiración, sino un furibundo antisemitismo desperdigado desde altas esferas del poder político, militar y policial, y es consciente de que sus informes han servido para preparar el atentado a la embajada. Por el camino pierde gente que ha utilizado, pero a la que también ha amado a su manera. Consecuentemente, el último plano de la temporada muestra a Iosi pidiendo entrar en las filas del Mossad. De un extremo al otro de la ecuación.
El mismo esquema, mucho más fluido, se respeta en la segunda temporada de la serie, disponible íntegra en Prime Video desde el pasado 27 de octubre. También está narrada en tiempos alternos, desde 1991 hasta 1996 por un lado –la rememoración de las operaciones, engaños y matanzas– y en 2008-2009, cuando Iosi intenta sacar a la luz lo que ocurrió con la ayuda de la experiodista interpretada por Mercedes Morán. Una coda situada en 2023 cierra los círculos con amarga coherencia. Es una historia de dobles agentes, dobles vidas, dobles juegos, dos amores, todo doblado y, por lo tanto, esquizoide. El trabajo de Daniel Burman, un cineasta –“Esperando el mesías” (2000), “El abrazo partido” (2003)– que ha encontrado en la ficción televisiva su hábitat de trabajo desde 2017, no reproduce modelos clásicos del relato de espionaje, estilo John le Carré, sino que se asemeja a obras audiovisuales mucho más redondas como la serie francesa “Oficina de infiltrados” (Éric Rochant, 2015-2020). Iosi, en las secuencias que pertenecen a la década de los noventa, trabaja ahora para el Mossad, engaña a la policía federal –que a su vez engaña a todo el mundo– y miente también a sus seres más queridos en un ejercicio de funambulismo mental difícil de sobrellevar: “Me mentiste y te mintieron”, le dice a Claudia, su supervisora en la inteligencia argentina, una mujer fría e igual de manipulada. Tanto en los noventa como en 2008, los personajes son seguidos, espiados, fotografiados. Nadie está a salvo de nadie. Se contempla la geopolítica de Oriente Medio y la geopolítica latinoamericana, tan complejas ambas. La acción circula por Buenos Aires, Tel Aviv, Marbella, Jerusalén, Córdoba y la Patagonia y los saltos temporales son corroborados por los rótulos de 1992 o de 2008. Una vez vale, pero teniendo en cuenta el físico diferente de los personajes en cada época no hace falta utilizarlos siempre que hay un cambio de época –y los saltos son constantes– porque entorpecen más que aligeran y ya no son necesarios.