Libro

Isaac Rosa

Las buenas nochesSeix Barral, 2025

¿Sabes cuando no puedes dormir y acabas dando infinitas vueltas en la cama, haciendo el burrito humano, arropado por unas sábanas cada vez más arremolinadas, a oscuras con la única compañía de unos pensamientos que de repente te aplastan con la furia de un tsunami de palabrería? ¿Sabes cuando solo quieres que tu mente se calle de una vez pero tu cerebro hace lo que le da la gana y no para de saltar de un pensamiento intrusivo a otro pensamiento todavía más intrusivo sin que puedas controlar el curso de este caudal mental? Pues así ha escrito Isaac Rosa (Sevilla, 1974) su nueva novela “Las buenas noches”: con una voz narrativa que es un chorreo mental constante, desordenado, proclive al bucle y la repetición, excesivo y torrencial.

El autor parece tomar como punto de partida una cita de “El mal dormir” de David Jiménez Torres incluida al final de la novela: “Un pensamiento asciende, estalla y se desvanece, luego le toca al siguiente, luego al siguiente, y así. Quizás un libro sobre el mal dormir debería plantearse de esta manera”. Y tiene todo el sentido del mundo, porque en el libro transcurre precisamente entre las 00:34 y las 05:55 de una noche en la que el insomne protagonista piensa, repiensa y vuelve a pensar una vez más la extraña relación que le ha unido a una mujer de la que desconoce incluso el nombre pero con la que quedaba reiteradamente para dormir. Dormir y nada más.

Se conocieron en el hotel al que los condujeron sus respectivos viajes de trabajo y descubrieron que, cuando estaban juntos, podían dormir a pierna suelta todo lo que no eran capaces de dormir en sus casas, en sus camas, en los brazos de sus respectivas parejas. Siguieron quedando para dormitar en moteles y asientos traseros de coches, siempre en la clandestinidad, a sabiendas de que, tal y como escribe el protagonista, “no hay nombre para este tipo de relación porque no existe un vínculo entre dos personas que duermen juntas, que solo duermen juntas”.

Curiosamente, en su ya mítico “Feliz final” (2018), Rosa intercalaba constantemente capítulos desde el punto de vista de cada una de las dos partes de una pareja recién separada. Aquí solo hay un punto de vista, pero desde dos lugares diferentes: entre los capítulos que van avanzando en la noche insomne se intercalan las entradas del diario de sueños del protagonista. O más bien lo que empieza como un diario de sueños pero que acaba desbordándose hacia otros temas y preocupaciones del día a día de un corrector literario autónomo, con lo paradojal (y tronchante) que tiene esto de que una persona que se dedica a leer libros de forma profesional se duerma mientras los lee en el trabajo, pero sea incapaz de dormirse como el resto de la humanidad cuando los lee en la cama.

Ambos chorreos de conciencia se entrelazan no solo con las inevitables referencias a la cultura pop (Linklater, “Casablanca”, “Una relación pornográfica”, los durmientes de Pont Neuf, “Las bellas durmientes” de Kawabata…), sino sobre todo con las dos grandes preocupaciones del protagonista: la precariedad económica que le resultará de sobras conocida a cualquiera que haya sido autónomo y la “infidelidad” que amenaza con destrozar su matrimonio. En sus pensamientos desordenados, el cuento que el protagonista usaba para hacer dormir a sus hijos sobre una Hormiguita que todo lo tenía pequeñito acaba dando un giro de guion en el que la Hormiguita descubre que tiene un futuro de mierda por haber cotizado la base más pequeñita como autónoma. Una lista de consejos para dormir mejor concluye con algo que realmente nos haría dormir mejor a todos: el reparto equitativo de la riqueza. Se suceden las teorías de gurús que te enseñan cómo optimizar el tiempo para mejorar tu vida: pura cultura de la productividad que lleva al protagonista a convenir que su “infidelidad” tiene que ser positiva porque le permite dormir y descansar y, por lo tanto, ser más productivo.

Y es que, en esta larga noche de insomnio sin final, hay poca productividad y mucha hiperactividad mental. Una hiperactividad que, en ese estado de duermevela que nos permite viajar a lugares insospechados, le sirve a Rosa para explorar los límites del amor, la intimidad y la fidelidad en la sociedad actual. La novela puede leerse como la crónica de una separación (¿qué fue antes, el huevo de la “infidelidad” o la gallina de la pareja en descomposición?), pero la reflexión más interesante llega cuando el protagonista explora qué significa realmente ser fiel en una cultura relacional heterosexual que se muestra inflexible y anacrónicamente estricta en qué es y qué no es infidelidad dentro de los vínculos sexo-afectivos.

Lo jodido es que no es necesario estar o haber estado en un situación similar a la del protagonista para que esta lectura te perturbe profundamente. Al fin y al cabo, las dos preocupaciones concretas del protagonista (ser un autónomo sin un duro y dinamitar su matrimonio con una infidelidad) resuenan en las dos grandes preocupaciones de cualquiera que habite el siglo XXI (dinero y amor... o algo así). También te digo que no he dormido tan mal en mi vida como en las noches en las que, al meterme en la cama, leía esta novela. Porque Isaac Rosa captura de forma tan magistral el desasosegante chorreo mental de un insomne que este se te acaba quedando ahí, en la cabeza, como una pisada a fondo del acelerador que resulta francamente difícil de frenar. Así que aquí va mi advertencia final: tú sabrás cuándo y cómo lees “Las buenas noches”. Pero léelo. ∎

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