Reina de la canción norteamericana del primer tercio del siglo XX, icono de la libertad sexual, mujer maltratada, estrella de su época, artista libre adelantada a su tiempo, adicta a la carretera, hedonista y bebedora, orgullosa de su color de piel, siempre consciente de sus orígenes humildes. Todo esto y mucho más fue Bessie Smith (1894-1937).
Nacida en uno de los barrios más pobres de Chattanooga (Tennessee), quedó huérfana con sus hermanos siendo niña y tuvo que salir adelante sin ayuda de ningún adulto ganándose la vida como cantante callejera desde los nueve años. Su voz hizo el resto para llegar a ser la artista más valorada de los años 20 en todo Estados Unidos. En palabras de su propio mánager, Bessie Smith “era blues desde que se levantaba por la mañana hasta que se acostaba por la noche”. La llamaron “la emperatriz del blues”, pero también fue una gran cantante de jazz. En su momento más dulce llegó a despachar cerca de un millón de copias, pero de sus últimas grabaciones no más de cuatrocientas. Cuando murió, su carrera atravesaba un bache de varios años que comenzaba a remontar.
Bessie Smith tuvo una vida de película en la que hubo incluso un malvado: su segundo marido, Jack Gee. Violento y mezquino, le arrebató a su hijo adoptado, se quedó con su dinero en vida, malgastó los beneficios generados durante años por los royalties tras su fallecimiento y realizó otras varias tropelías a la memoria de Smith de las que numerosas quedan recogidas en el libro.
Los días de la cantante llegaron a su final de manera prematura a causa de un accidente de tráfico en 1937, antes de cumplir los cuarenta. Después de un funeral digno de su fama en el que escasas personalidades de la música pero más de diez mil personas anónimas se reunieron para rendirle homenaje, sus restos mortales terminaron en un hoyo sin nombre en el cementerio de Sharon Hills (Filadelfia). Ni Jack Gee ni ningún otro miembro de su familia estuvieron dispuestos a pagar el monto necesario para colocar una simple placa. Semejante indignidad duró hasta que en 1970 Janis Joplin, gran conocedora de la vida y la obra de la que era una de sus grandes heroínas, y Juanita Greene, la persona que había limpiado la casa de Smith siendo una cría, se ofrecieron a sufragar de su propio bolsillo los gastos de una lápida para aquella tumba. Por entonces, Jackie Kay (Edimburgo, 1961), autora de la obra que nos ocupa (“Bessie Smith”, 1997; Alpha Decay, 2022), contaba con solo nueve años y acababa de descubrir las canciones de la que sería una de las personalidades que más la influirían en su formación vital e intelectual.
Todas estas historias y muchas más conforman este libro breve y excelente que, a falta de detalles minuciosos (Gee, nuestro malvado particular, se encargó personalmente de que no se llegara a escribir una biografía exhaustiva cuando surgió la oportunidad y quienes conocieron a la cantante aún estaban vivos y disponibles), se apoya en el buen hacer de Kay y en una propuesta original donde se mezclan poesía, vivencias personales de la propia autora, algunas gotas de ficción donde la realidad no alcanza (su descripción del contenido del baúl perdido de Smith con montones de miscelánea de la cantante es digna de mención) y el apasionante periplo vital de la artista biografiada. ∎