Si algo tiene de bueno la abundancia de publicaciones de libros de música a la que asistimos en los últimos años es que dentro de la vorágine también haya sitio para nombres sobre los que apenas se ha escrito previamente en castellano. Y ya no solo libros, sino siquiera artículos en prensa hechos con algo de fundamento. Es el caso de Ronnie Lane (1946-1997), cuya presencia –y no precisamente testimonial– en grupos tan influyentes como Small Faces o sus –más o menos– sucesores Faces, ya con Rod Stewart y Ron Wood, aparte de una larga y más que interesante etapa como líder de aquel proyecto entre lo rockero, lo folclórico y lo circense llamado Slim Chance, lo hace acreedor del calificativo de artista esencial.
Javier Cosmen Concejo (Madrid, 1976) ha tratado en su libro de centrarse en el Lane más personal. También en el músico, claro, pero se diría que ha preferido indagar y recalcar todo eso que lo definía como ser humano. Su vocación espiritual, su carácter introvertido pero tenaz, su despreocupación por los bienes materiales y una cierta asunción –no siempre de buen grado– de papeles secundarios sobrevuelan por todo el retrato, que resulta particularmente logrado en su triste parte final. Lane responde al prototipo de tantos otros músicos británicos de mediados de los sesenta: niño de la posguerra mundial con temprana afición a la música, primero a los pioneros como Elvis y poco después completada con los grandes nombres del rhythm’n’blues y soul tempranero, para desembocar en los típicos amagos iniciales para montar un grupo. A partir de ahí, y en el intento de cubrir la carrera musical de Lane, con tantas grandes bandas y colaboradores de relumbrón con los que tuvo relación, es donde el volumen naufraga un poco, probablemente por simple falta de espacio. Imposible resumir, siquiera someramente, las peripecias de Small Faces, Faces, Eric Clapton, Ron Wood, Jimmy Page, Humble Pie vía Steve Marriott, Jeff Beck y tantos otros (ojo, el propio Paul McCartney y hasta Johnny Hallyday, pues Lane participó en la grabación de su arrasador disco de 1969, “Rivière… ouvre ton lit”). Son infinidad los protagonistas a los que se alude y de los que se trata de trazar una cierta cronología comprensiva de su trayectoria, a veces despistada de su relación con el protagonista. Hay por ello demasiados meandros en esta historia, y todos ellos con su propio libro dentro: muy difícil aglutinar tanta información sin que el resultado no quede algo superficial y reiterativo en la forma.
Y es una pena porque, expurgado de eso, el retrato que se consigue de Ronnie Lane es preciso y afortunado. Su vida sentimental y la influencia que en él tuvieron sus distintas compañeras, su relación de amistad profunda con Pete Townshed, con quien compartía dedicación a las enseñanzas del maestro indio Meher Baba, las penurias económicas que sufrió –casi siempre por desidia– a lo largo de su vida, su perfil como luchador incansable ante la adversidad. Particularmente en su caso debido a una larga pelea contra una enfermedad tan devastadora como la esclerosis, que poco a poco le fue consumiendo y apagando. La ayuda que en muchos momentos recibió de sus compañeros músicos, muchos de ellos amigos desde mucho tiempo atrás, llega a conmover. ∎