Existe en “La hija eterna” (2022), en relación con la bilogía conformada por “The Souvenir” (2019) y “The Souvenir. Part II” (2021), un juego retorcido y plenamente consciente sobre las relaciones maternofiliales. El título de la última película de la británica Joanna Hogg (Londres, 1960) ya apunta hacia una condición inmutable: siempre seremos los hijos de nuestros padres. De esta manera, Hogg construye en su nuevo relato una secuela de “The Souvenir”, más espiritual que tangible, sobre los lazos perdurables de la maternidad.
No es solo así porque las tres películas compartan el nombre de sus protagonistas, una madre llamada Rosalind y una hija llamada Julie, sino porque, además, todo queda en familia para la intérprete Tilda Swinton. Mientras que en “The Souvenir” la poliédrica actriz ejercía de madre de su propia hija en la vida real y en la ficción (Honor Swinton Byrne), en “La hija eterna” se encarga de encarnar tanto a la figura materna como a la siempre preocupada hija, pendiente del bienestar de su progenitora.
“La hija eterna” es una vuelta más a la retorcida espiral con que Hogg emula, especialmente durante la última etapa de su filmografía, la supervivencia de la madre y sus herencias malditas o glorificadas. Será que la londinense, desde que comenzase su proyecto de tintes autobiográficos con “The Souvenir” –sobre sus pinitos en la escuela de cine y una relación tóxica con un hombre drogadicto– se encuentra en un momento vital en el que reflexiona sobre despedidas y legados.
El hecho de que Hogg perdiese a su madre durante el montaje de “La hija eterna” no deja de viciar todavía más el círculo, ligando para siempre esa “eternidad” del título a la directora-protagonista en su condición de consanguinidad. Aquí, Swinton podría leerse como un alter ego de Hogg que intenta realizar una película sobre su madre. En un relato casi onírico, donde el ambiente nebuloso de Gales y una casa espectral juegan un papel protagonista, esta hija eterna intenta desentrañar la historia de su madre en un momento liminar en su vida, marcado por el cambio y la preparación al adiós.
Lo cierto es que la mayor parte de la filmografía de Hogg mantiene ese escalón entre dimensiones: realidad y sueño, vida y muerte, final y comienzo de un nuevo relato. En ocasiones, la transición entre una y otra es un viaje de ida y vuelta, como le sucede al personaje de Anna (Kathryn Worth) en “Unrelated” (2007), el primer largometraje de la directora, a quien una escapada a la Toscana la ayuda revaluar su vida. A su crisis de los cuarenta se suma la fugaz sensación de volver a sentirse joven cuando conoce a Oakley (Tom Hiddleston), el atractivo hijo de su mejor amiga, así como el consecuente abandono de la ilusión de que un amor cálido de verano puede ser posible.
D. (Viv Albertine) también habita un lugar indefinido en “Exhibition” (2013), el tercer largo de Hogg, en el que una artista contemporánea experimenta con el espacio que ocupa el cuerpo y las diferentes formas de estar en el mundo. Junto a su marido (Liam Gillick), se prepara para mudarse de su casa de diseño mientras se plantea cuestiones acerca de la comunicación y la vigencia de su relación. Si bien la despedida se rinde aquí a un ser inanimado, el escenario se convierte en protagonista, casi humano. Su despedida consiste en un sexo impracticable con el mobiliario, el suelo y las paredes: una especie de idilio con cada rincón de la casa, donde se tumba sobre el suelo y acoge posturas complicadas.
La tristeza y la depresión son emociones frecuentes en la narrativa de Hogg, plagada de personajes de una afligida clase privilegiada. La realizadora retrata muy bien esas nubes negras en la cabeza de los miembros de familias acomodadas a través de dos motivos. Por una parte, la disposición horizontal de los cuerpos. Los personajes de Hogg sufren a menudo de jaquecas, fiebres o la llana tristeza que les impide levantarse de la cama. Por la otra, el paisaje lúgubre y enigmático, como la campiña inglesa o la Venecia desolada en “The Souvenir”, el viento costero en “Archipelago” (2010) o la bruma insondable que rodea la casa de “La hija eterna”, en conexión con el humor de los personajes que lo transitan.
Lejos de retratar la decadencia, las imágenes de Hogg desprenden una exaltación por la condición humana a través del naturalismo y la cotidianeidad del gesto, la luz y la fotografía. En un mundo en constante movimiento, definido por el trabajo incesante de la clase media, el cine de Hogg invita al reposo, la reflexión y la ociosa despreocupación por el paso del tiempo de una alta casta.
En este estado somnoliento, entre sueño y material cinematográfico, Hogg parece estar volviendo a sus orígenes académicos. Su pieza de graduación, el corto “Caprice” (1986), es una rara avis dentro de su filmografía, en la que predomina la fantasía y el rodaje en interiores de estudio. Retrata el divagar de una joven Tilda Swinton en una Alicia a través del espejo. Un sueño en el que los modelos de una revista de moda invitan a la chica a su modo de vida capitalista. En “La hija eterna”, en las antípodas narrativas de esta obra, o en su reciente cortometraje “Présages” (2023) para el Centro Pompidou, la quimera se repite como relevante para la directora. ¿No somos, acaso, seres referenciales, cuya propia historia nos relatamos una y otra vez? ∎

“Unrelated” (2007)
El plácido viaje familiar de una amiga a una villa rural de la Toscana sirve a Anna (Kathryn Worth) para alejarse durante una temporada de su marido y su vida rutinaria. Allí establece más amistad con la sección joven del clan, predominada por Oakley (Tom Hiddleston), el hijo de su amiga, con el que llega a conectar en un plano más que espiritual a través de juegos y miradas. “Unrelated” no solo supone un desplazamiento geográfico del cuerpo, sino también de los sueños de juventud a las puertas de la madurez.

“Exhibition” (2013)
Una pareja de artistas conceptuales se prepara para vender su casa de diseño. Esto despierta en D. (Viv Albertine) un sentimiento de apego con el inmueble y una búsqueda de su lugar en el mundo, al mismo tiempo que el dúo atraviesa un momento de incomunicación. Dotada de un interesante juego arquitectónico en el que las ventanas de la casa forman a su vez un diálogo de voyerismo entre el interior y el exterior de la vivienda, el cristal se convierte en frontera íntima entre lo que se permite exponer a la mirada ajena y lo que no.

“The Souvenir” (2019)
Ambientada a comienzos de los años ochenta, es la más asfixiante de la bilogía autobiográfica sobre los comienzos en el cine de la directora. También es la más sutil en su puesta en escena sobre la frágil psique de una joven frente a un enamoramiento tóxico. Protagonizada por Honor Swinton Byrne, su detallismo romántico y su mirada sobre la creación artística desde una tribuna privilegiada la convierten en una de las joyas de la corona de la filmografía de Hogg, casi alcanzada por su luminosa segunda parte.

“La hija eterna” (2022)
Montada durante los últimos días de vida de la madre de Hogg, no es de extrañar que contenga un amargo sentimiento de despedida. En una suerte de relato gótico, Tilda Swinton deambula por un caserío intentando hacerle la vida más cómoda a su madre (también interpretada por ella). En su lugar, encuentra un hotel despoblado donde todo parece estar dispuesto para enajenar a la protagonista. “La hija eterna” es un pasaje mental, onírico y emocional sobre la memoria y la carga de las expectativas autoimpuestas. ∎