Que Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) se ha convertido en uno de los novelistas más brillantes que nos ha proporcionado el actual panorama literario nacional e internacional es algo que ya había quedado plenamente refrendado en las dos anteriores entregas de la trilogía de John Dunbar, el antihéroe del Oeste más fascinante que ha surgido en este siglo. El escritor asturiano cierra esta historia –tras “Basilisco” (2020) y “Araña” (2023)– con un nuevo ejercicio sublime de composición narrativa. En este caso, mezclando más que nunca las dos historias paralelas que cruzan las vivencias de Jon, autor de las novelas de Dunbar, con el propio John, en un cruce continuo de destinos afinados entre la realidad y la ficción.
La complejidad de la propuesta no es obstáculo para volver a estar ante una obra donde la soberana fluidez expresiva percute contra todo rastro de densidad. El guion avanza, perfectamente, alambicado en una suerte de novela-río encauzada en dos épocas y, sobre todo, en dos protagonistas que se acaban confundiendo. John y Jon terminan siendo arrastrados en un tour de force a la altura de una saga que triunfa sobre las propias dificultades argumentales que siempre definen esta clase de experimentos bicéfalos. A esto también ayudan los poderes instintivos de Bilbao para el relato corto de cierto ADN carveriano. Dicha virtud asoma a lo largo de las páginas mediante un tic positivo por dotar de lugares extraños nuestras rutinas vitales más codificadas.
Todo el relato está enmarcado en una suerte de continuación espiritual y aguerrida de condición bíblica, en la que tampoco es difícil imaginarnos cómo serían las andanzas de Dunbar en un cómic de Herman, autor de “Jeremiah”, wéstern posapocalíptico por antonomasia con el que “Matamonstruos” comparte gusto por la grandilocuencia y el feísmo felliniano de los años sesenta y setenta, además de su inclinación por crear personajes esculpidos desde el extremo más alejado de la empatía.
Crudeza a lo Donald Ray Pollock y cierta solemnidad heredada de hitos literarios como “El hombre que se enamoró de la luna” (1991), de Tom Spanbauer, sirven como exuberante híbrido estilístico dentro de una escritura decididamente hipnótica y contundente. Un botín de frases y diálogos lapidarios empujados por la rítmica fronteriza de unas palabras encadenadas en una sinfonía que, por momentos, parece trasladarnos a un universo paralelo al de los cómics de “Blueberry”, aunque también a los wésterns más salvajes de Sam Peckinpah. Eso sí, siempre dentro de una atmósfera repleta de monstruos que siguen el rastro de Dunbar hasta tierras navajas, donde se ha trasladado con su familia en un intento desesperado por poner paz a una vida marcada por la brutalidad del día a día.
Dentro de tan monumental cierre a esta saga, también hay que sumar la novela centrada en Jon, “Los extraños” (Impedimenta, 2021), que sirve para acabar de tener todas las piezas de un festín que deja una huella imborrable en todo subconsciente arrastrado a sus páginas. En verdad, hermoso y aterrador. ∎