Nadie nos había preparado para el brutal arranque de “La Zona de Interés” (2023; en España, 2024), una inmersión abstracta en el horror del Holocausto desde una pantalla en negro donde retumba la sombría composición musical de Mica Levi. Un prólogo que anticipa hasta qué punto el cuarto largometraje de Jonathan Glazer se construye desde una propuesta formal que se distancia del resto de ficciones en torno al Holocausto. El director arma su dispositivo desde un claro precepto teórico. Estamos ante la primera película de ficción que, además de asumir la condición inefable del horror, se plantea poner en escena la Shoah desde el concepto de la banalidad del mal de Hannah Arendt, con todas las decisiones temáticas y formales que eso implica, desde la distancia respecto al retrato de la vida cotidiana de los protagonistas, el comandante alemán Rudolf Höss (Christian Friedel) y su esposa Hedwig (Sandra Hüller), hasta el uso del fuera de campo y de los efectos sonoros.
“La Zona de Interés” es tan solo el cuarto largometraje de Jonathan Glazer desde que debutó en el cine en el año 2000 con “Sexy Beast”. Como otros directores que se dieron a conocer en este tránsito del siglo XX al XXI, el británico se había fogueado en el mundo del videoclip y de la publicidad, contribuyendo junto a Spike Jonze, Michel Gondry y Chris Cunningham, entre otros, a forjar la edad de oro del videoclip de autor. Un repaso a sus obras en estos formatos nos permite visualizar las inquietudes que después amplía, recupera o perfecciona en sus películas.
En 1995, debuta en el videoclip con dos obras emblemáticas, “Karmacoma”, de Massive Attack y “The Universal”, de Blur. En ambos casos, nos encontramos con un joven director rindiendo tributo a uno de sus cineastas de referencia, Stanley Kubrick, a partir de homenajear dos de sus títulos más conocidos, respectivamente “El resplandor” (1980) y “La naranja mecánica” (1971). Las dos obras, pastiches muy bien elaborados y llenos de referencias –en “Karmacoma”, guiños también a “Pulp Fiction” (Quentin Tarantino, 1994) y “Barton Fink” (Joel y Ethan Coen, 1991)–, no dejan de parecer el sueño húmedo de un estudiante de comunicación audiovisual con un presupuesto de lujo, aunque en el caso del clip de Blur hay que reconocer que el grupo disfruta de lo lindo metiéndose en sus papeles de drugos.

“Sexy Beast” (2000)
El emblemático inicio de su ópera prima parece elaborar las ideas en torno al encuadre y las piscinas esbozadas en uno de sus primeros cortos, “Pool” (1994). Glazer debuta en la gran pantalla celebrando la tradición típicamente británica de un cine de gánsteres, con un Ray Winstone que demuestra cómo un inglés barrigón con moreno gamba en la Costa del Sol puede resultar cool y con un Ben Kingsley como malvado emblemático. Por cierto, a ningún otro director le gusta tanto descamisar a sus actores, en todos los formatos, como a Jonathan Glazer.

“Reencarnación” (2004)
Los surrealistas hubieran adorado este drama de exquisita textura –Harry Savides firma la cálida fotografía de ese Nueva York en otoño/invierno– y trasfondo perturbador. No por casualidad, Glazer contó con la colaboración de Jean-Claude Carrière, guionista de Luis Buñuel, para armar el relato en torno a un niño de diez años (Cameron Bright) que declara ser la reencarnación del marido muerto de la protagonista (Nicole Kidman), a punto de casarse de nuevo. El amor más allá de la muerte como posibilidad en la que creer.

“Under The Skin” (2013)
A partir de un relato típico de ciencia ficción, un alienígena toma forma humana femenina (Scarlett Johansson) a fin de capturar hombres que alimenten su especie, Glazer depura los códigos del género y lo convierte en un espacio para la experimentación plástica, sobre todo en esas hipnóticas secuencias en que combina cierta pulsión abstracta con una deconstrucción literal de los cuerpos bajo la inspiración pictórica de Francis Bacon. En este caso, la protagonista adquiere una dimensión humana a partir de la conciencia del propio cuerpo y de la asunción de su vulnerabilidad. Una de las obras maestras más fascinantes de lo que llevamos de siglo.

“La Zona de Interés” (2023)
Con la novela homónima de Martin Amis de 2014 como lejano punto de partida, Glazer desarrolla su película sobre el Holocausto llevando un paso más allá alguna de sus constantes, como el trabajo creativo con una dimensión sonora que aquí se utiliza para hacer presente el horror fuera de campo o el seguimiento quirúrgico de las rutinas cotidianas de los protagonistas y el análisis del espacio por el que se mueven, en el título de su filmografía que mejor destila la herencia de Stanley Kubrick. ∎