Para el autor, en Los Ángeles casi todo es opresivo y siniestro; será por ello que prefiere la síncopa antes que la pausa o la urgencia. La ponzoña siempre deja rastro. Este es un relato de personas rotas. Una de ellas se encarga de rehabilitar a hombres malos. Los personajes principales del escritor están inmersos en un estanque de caos, incertidumbre y sangre. Mae Pruett, una mujer resuelta con importantes dudas, y Chris Tamburro, un hombre a la búsqueda de su norte existencial, se debaten entre el modo pausa, pues dudan de su propia conducta, y el modo urgencia, que les hace entrar en combustión. Esa combinación se desarrolla en el transcurso de unos notables, cuando no incisivos, diálogos y en un perspicaz uso de la introspección. Una cosa es lo que se piensa, y otra, bien diferente, es lo que se dice.
El mérito capital de Jordan Harper (Misuri, 1956), en esta su tercera novela, reside en que todos los implicados disponen de su propia versión de la ciudad de Los Ángeles. Esa trazabilidad sobre LA hace que la lectura no suponga un noir más, sino que vaya más allá de los lugares comunes y mantenga la luz encendida de la singularidad. El conocimiento que tiene el autor de la metrópolis lo acerca a Michael Connelly.
“Silencios que matan” (“Everybody Knows”, 2023; Salamandra Black, 2025; traducción de Rita da Costa), ganadora del premio CWA Ian Fleming Steel Dagger 2024, es la historia de una retorcida y larga verdad acomodaticia y negligente de los personajes. Es un neo-noir, que de manera quirúrgica, casi forense, sigue –y persigue– a una black-bag publicists. Pruett opera para una prestigiosa firma de gestión de crisis en Los Ángeles. Va a todas partes con acuerdos de confidencialidad en blanco metidos en su bolso. “Nobody talks, but everybody whispers”. Su tarea es reducir a la nada cualquier bisbiseo, cualquier silencio aparentemente inocuo que sea susceptible de considerarse un indicio penal. Sin embargo, su realidad muta cuando Dan Hennigan, su jefe y mentor, es abatido a tiros en un ataque aparentemente aleatorio en pleno día. Ella, desde la solvencia que la preside, considera que hay algo más.
Quien convive con la violencia y sus propios métodos expeditivos es un viejo conocido de Pruett. A su favor está que conoce la ley de la calle como pocos. Chris Tamburro, un expolicía caído en desgracia, traspasado a asesor de seguridad, que acabará trabajando en el mismo caso. Aparentemente, juega el rol de músculo, como se indica en el argot noir. Pero no es un simple mamporrero. Destaca en el campo de la inteligencia, que unido a una selectiva dosis de testosterona, encontrará la manera de expiar sus pecados.
La caracterización, aunque el método de Pruett sea más suave y menos violento, pero igual de convincente, remite a uno de los grandes solucionadores, fixers, de la ficción televisiva, como fue “Ray Donovan” (2013-2020) –más un filme, “Ray Donovan, la película” (2022), no tan exitoso–, que durante siete temporadas en la persona del actor Liev Schreiber, encabezando un gran elenco, demostró cómo se vive en el caos angelino de prebendas, cobardías, prevaricaciones, impunidad, etc., que deja al protagonista con el cuerpo tan vacío como seco. Imbuidos por encontrar soluciones al mal que causan, el dúo protagonista nota esa punzada. En su atribulado deambular por la ciudad, empiezan a vislumbrar que su código de conducta ha caducado.
El lector puede entrever que las respectivas narrativas de “L.A. Confidential” (1997), de Curtis Hanson, y “Thelma & Louise” (1991), de Ridley Scott, inciden en la escritura de Harper. Los chismes abrasivos de la primera película, pergeñados por un policía corrupto y un fotoperiodista sin escrúpulos, para malmeter a diestro y siniestro, y el trazo fatalista, entre la ambigüedad y el nihilismo, de la segunda. La obra entra en una definida ebullición cuando la publicista cambia de bando y opta por enfrentarse a un nuevo universo. Jugar en contra de quienes solía ser y servir. Cuando todo se apaga, el crimen paga. A lo largo de la novela, los diálogos, acerados, ardientes, conspicuos o altisonantes, según convenga, asisten para nutrir la tensión y definir el punto de amoralidad de los poderosos, habituados a administrar y recibir el espurio sacramento de la impunidad.
Harper, también guionista, showrunner y productor de televisión, ha declarado que quería contar una historia contemporánea. No solo lo ha conseguido, sino que ha ascendido al rango de aquellos escritores que crean expectativas. Una dinámica expresión se suma al firmamento de la novela criminal. Este noir puede suponer un punto y aparte en la trayectoria del novelista, que debutó con la magnífica “La educación de Polly McClusky” (2017; Reservoir Books, 2023). ∎