Libro

Jordi Pujol Nadal

Caballos salvajes. Gram Parsons (1968-1973). Una historia oral66 rpm, 2024

El filólogo barcelonés Jordi Pujol Nadal no es un fan de la novolatría. Dícese del culto a la última novedad, a lo que acaba de emerger, sea en el ámbito cultural, social, económico o espiritual. En su caso, léase musical. Él echó el ancla en una época y en unos sonidos de hace años. Viva Laurel Canyon. Viva el country-rock. Y uno de los iconos espacio-tiempo a los que amarró su barco es Gram Parsons (1946-1973). De los grandes iconos. Que haya firmado la primera biografía oral publicada en castellano del estadounidense no habrá sorprendido a quienes lean sus colaboraciones en la revista ‘Ruta 66’, pues se le veía venir. Realmente, le ha puesto perseverancia, con una actitud paciente y constante que ni la ganadora de la carrera en la fábula de “La liebre y la tortuga”.

Cinco años se ha tirado elaborando este libro, entrevistando a, podría decirse, todo dios relevante que tuvo relación personal o profesional con Parsons. O que es un reputado fan y colega de gremio. Todo dios en este caso equivale a más de medio centenar de testimonios. Que no son testimonios cualesquiera, empezando por, cómo no y nada menos que, el de Emmylou Harris, y siguiendo por los de Chris Hillman, Richie Fury, Al Perkins, Herb Pedersen, Jackson Browne, Rodney Crowell, Jonathan Richman, Jim Lauderdale, Sid Griffin, Bernie Leadon, Albert Lee, Tom Russell, Jason Ringenberg, Chuck Prophet, Rosie Flores, Mark Olson, Laura Cantrell, Shaw Colvin, Robbie Fulks… Y eso solo si hablamos de músicos. Que también hay cineastas, un médico, un motero, periodistas, escritores, una fotógrafa, un modisto, una grupi. Por estar, están hasta Polly Parsons (su única hija) y Phil Kaufman (su road manager, quien robó su cuerpo para quemarlo en Joshua Tree, tras morir de sobredosis de morfina y alcohol el 19 de septiembre de 1973, a los 26 años).

Presentado como una especie de mesa redonda (muy amplia) donde el autor va pasando el micrófono a los presentes, y más como un trabajo de investigación por parte del autor que de opinión, su lectura dejará ahítos a los fans de Parsons y de todo el universo sonoro que lo rodeaba, tanto los del planeta del que venía como aquel con el que confraternizó. En este último cabe incluir a The Rolling Stones en su acercamiento al country por aquel entonces. El análisis de cómo fue concebida, grabada y tratada la canción “Wild Horses” no deja hebra sin hilo. ¿Cuál hubiera sido la guinda imposible de este pastel? Keith Richards sentado en esa mesa.

El signo del zodiaco de Gram Parsons era escorpio. Dicen que los escorpiones, si les echas alcohol, se vuelven locos y acaban picándose hasta matarse. Pero no es verdad. Leyenda rural. El aguijón del escorpión no puede atravesar su propio caparazón. Y el escorpión es inmune a su propio veneno. También cuando el fuego los rodea, su cuerpo se deshidrata deprisa, lo cual les provoca espasmos y contracciones en la cola, que pueden hacer pensar, equivocadamente, que se están picando. Suicidando. Pero no. Es el aumento de la temperatura lo que desnaturaliza y coagula su interior, convulsionándolos y arqueándolos, a veces asfixiándolos, hasta morir. Queda al final del libro la sensación de que Gram murió, más que por querer clavarse su propio aguijón narcoetilizado, por el fuego abrasador que él mismo fue alimentando –arrastrando el peso de su pasado, de niño rico con alma rota, echando gasolina a su ansia de estrellato y mito– hasta verse rodeado por las llamas, quemado y asfixiado. Cuidado con ese fuego. ∎

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