Cómic

Keiler Roberts

Lista para morderAlpha Cómic, 2025

Tras “Isolada” (2020), “Mi tabla de súplicas” (2022) y “El placer de la renuncia” (2023), Alpha Cómic vuelve felizmente a editar en España –de nuevo con traducción de Alberto G.ª Marcos– a la estadounidense Keiler Roberts (Milwaukee, Wisconsin, 1978). Quienes hayan leído sus títulos anteriores no se llevarán ninguna sorpresa con el libro que nos llega ahora, “Lista para morder”, pues la autora apuesta por ofrecernos otra recopilación de momentos en apariencia triviales de su universo hogareño, haciendo gala una vez más de una particular concepción del cómic autobiográfico que recuerda a ratos al mejor Eddie Campbell.

Sin una pizca de autocomplacencia, Keiler Roberts continúa retratándose tal como es, a saber, una enferma crónica (de esclerosis múltiple, a la que alude muy de soslayo) con marcados altibajos físicos y anímicos que no le desafilan la lengua y una dibujante desilusionada tanto con el mundo de los tebeos como con la docencia (actividades que la veremos abandonar y retomar a lo largo de las 160 páginas del libro, porque ¿quién no se planteó dar un giro a su vida en tiempos de confinamientos y mascarillas?). Es también una madre resignada a bregar con un perro ingobernable y a ayudar con los deberes del colegio, aunque “ayudar” a veces signifique declarar que no existen polígonos de nueve lados. Loable, por cierto, es la naturalidad con la que Roberts integra en el conjunto el proceso de transición de género de su hijo Finn.

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Sin embargo, la autora no lo fía todo al continuismo de la fórmula que tan bien le ha funcionado hasta ahora: aquí encontramos novedades como el diálogo gráfico que establece con el historietista y amigo Karl Stevens –autor de “Penny. A Graphic Memoir” (2021), inédito en España– a través de unas páginas que él dibuja. Por otro lado, el desencanto que impregna una parte de la obra hace que pasen aún menos desapercibidas las viñetas que están al servicio de la faceta más lúdica de Roberts (dibujar una explosión, el reto de “colar” algo en segundo plano a sugerencia de Finn), además de crear un hermoso contraste con el que es uno de los grandes aciertos de este cómic, menos jocoso que los anteriores: el de intercalar cuadros dinámicos de conversaciones, paseos o chascarrillos familiares con escenas domésticas más estáticas y reflexivas, en ocasiones de una sola viñeta a toda página, mudas las más de las veces. Acciones como leer “Mujercitas” en la cama, hacer punto, pelar al perro o sencillamente estarse en silencio sentada en un cojín en el suelo adquieren el peso y la importancia que tienen en la vida de cada cual y consiguen que quien lee se sienta cómodo compartiendo una intimidad que, con algo menos de buen hacer por parte de la dibujante, podría haber tenido cierto regusto a voyerismo.

Ya lo advierte la propia autora en la contracubierta cuando, a la pregunta de qué está dibujando en esos momentos, responde: “Más de lo mismo: viñetas de experiencias intrascendentes”. Ojalá no se canse nunca Keiler Roberts del sacrificado rol de superheroína de lo cotidiano y podamos seguir disfrutando de un cómic suyo cada par de años. ∎

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