La primera sorpresa es encontrarse con que la supuesta recreación de la historia de una banda de rock’n’roll se va a los diez minutos por otros derroteros. Antes incluso, cuando ya se dan las primeras pistas, las primeras imágenes de otras realidades que se irán desdoblando. No es fácil describir en una sola frase el planteamiento del filme, y el más socorrido tagline es que se trata de la biografía del que fue cantante y guitarrista del grupo zaragozano Más Birras, que estuvo activo entre 1985 y 1993. Y lo que ocurrió después.
El desbaratamiento del biopic musical clásico que ocasiona “La estrella azul” (2023; se estrena hoy) no es un ejercicio intelectual en busca de la ruptura de esquemas del género, sino una búsqueda intuitiva, osada pero también natural, insólita pero nada forzada, del propio proceso de cuestionamiento y avance instintivo y arriesgado que fue la vida de Mauricio Aznar (1964-2000) y sus decisiones artísticas y sentimentales tras abandonar Más Birras.
Las escenas del concierto al inicio, con sus parlamentos entre canción y canción, ya dan cuenta de un personaje un poco venido arriba con su entusiasmo algo grandilocuente, que en realidad sostiene una inestabilidad emocional y una inquietud por su posición como artista que una adicción termina de desbaratar. Cuando Mauricio sale del escenario repentinamente con cara de querer abandonarlo todo, “La estrella azul” entra en el backstage de sus sentimientos y en el viaje que lo lleva impulsivamente a Argentina, a la búsqueda de otra forma de relacionarse con la música, con su guitarra, con el canto como andadura vital, con la honestidad como poeta. Unas declaraciones del gran cantautor argentino Atahualpa Yupanqui que ve en la televisión son el detonante, o el asidero, de esa salida de los tópicos del rock’n’roll.
Así, “La estrella azul” se va reinventando a medida que su personaje evoluciona en ese viaje físico, artístico, humano, que Mauricio emprende a una realidad y una forma de ver y vivir la música muy distinta, de la que trata de empaparse, mientras el filme desentraña el misterio que rodeaba a esa etapa del músico. El tono de ese viaje es luminoso, enternecedor, afectuoso con la serie de personajes reales con los que se encontró Mauricio, aunque vaya descubriendo que en entornos que parecen más humanos y naturales también el músico puede verse frustrado, desplazado, infravalorado. Y el filme, sin abandonar en ningún momento su esquema básico de relato ficcionado, incluso utilizando recursos de ilusión y entusiasmo narrativo propios de los biopic musicales, va más allá de la reivindicación de un músico y poeta minusvalorado, y se va empapando de una verdad, de un sentido documental y de una reflexión subterránea de cómo la reconstrucción de un relato con los personajes y los paisajes reales que lo generaron configura una nueva realidad separada en el tiempo, y cómo una influye en la otra.
La fascinación de Mauricio por formas expresivas tan alejadas en principio de su experiencia, como el ritmo de la chacarera o el canto natural de quienes crecen como artistas en su entorno familiar o en su comunidad sin más artificios, que trata de adoptar a su regreso para intentar renacer como artista frente a las incongruencias de la vida, son de lo más elocuentes. Y en este sentido está metido con gracia y un punto de desolación el hecho de que su mayor éxito quedara en manos de Héroes del Silencio, que hicieron una versión de su “Apuesta por el rock and roll”.
La segunda sorpresa es que “La estrella azul” se atreve a entrar también en el backstage de la propia película y volar entre la fantasía y la recreación para encontrar el puro sentimiento, el misterio de las heridas del alma y las inquietudes del artista impulsivo de un personaje (o dos, el hermano ejerce de contrapunto para contar con otras vivencias la misma tragedia repetida) cargado de ilusiones y perdido en los desvíos del sentimiento artístico. Con un mecanismo artificial en el sentido de que muestra las tripas del cine como reconstrucción y como documentación, Javier Macipe (Zaragoza, 1987), en un empeño de casi una década por corresponder al encargo sentimental de la madre de los protagonistas y encontrar el modo más consecuente de hacerlo, consigue una emoción y una verdad de lo más naturales y honestas, un canto de amor a la música y a los personajes que se dejan la piel en buscar su propia voz. ∎