“Violet hace el puente sobre la hierba” (“Violet Bent Backwards Over The Grass”, 2020; Libros Cúpula, 2021) se abre con una escena casi onírica: en una fiesta, la poeta, tras haber perdido el control, sale al jardín y ve a Violet, de siete años, contorsionándose y riendo mientras espera los fuegos artificiales. Podría bien ser un videoclip de su autora, Lana Del Rey (Nueva York, 1985), pero es el poema con el que la diva norteamericana decide abrirnos la puerta a su particular universo poético.
No podemos decir que no conociéramos su vocación. La cantante ha proclamado su admiración en numerosas ocasiones por los poetas de la generación beat o por Sylvia Plath, entre otros. Y de hecho, escogió, para su biografía de Twitter, los célebres versos de Walt Withman “Do I contradict myself? Very well then, I contradict myself; I am large - I contain multitudes”.
No es gratuita, creo, la identificación de Lana Del Rey con las multitudes y las contradicciones del poeta seminal norteamericano: aspira, en sus poemas, a lo multifacético, a la personalidad variable, misteriosa y compleja: “soy etérea / tengo siete mundos en mis ojos y estoy entrando en todos a la vez”, dice, por ejemplo, en “La tierra de los mil incendios”. O, más adelante, en “Sugarfish”: “la mayoría de mis pensamientos son fascinantes”. El resultado suele terminar pareciendo, desgraciadamente, un ejercicio de ego y autorreferencialidad que deja poco espacio al lector para la identificación. Y con ese vacío en la tangente en la que se encuentran lo personal y lo sublime, es muy difícil que los poemas lleguen a conmover o emocionar, permaneciendo, la mayoría de las veces, en simples descripciones que, pese a la voluntad de preciosismo y profundidad, se quedan a medio camino entre lo naíf y la vanidad.
Y, sin embargo, intuyo que Lana Del Rey, como ya ha demostrado en muchos de sus trabajos musicales, tiene un universo personal y cosas que decir. En “Violet hace el puente sobre la hierba” habla de alcoholismo, de relaciones tóxicas, de aspiraciones no satisfechas e incluso se acerca a la poesía político-social, pero ni en los dieciséis poemas ni en los diez haikus que conforman su primer libro logra encontrar una voz poética que la sostenga. Sí lo hacen las imágenes que engrosan el volumen y que transmiten perfectamente la estética en la que se enmarcan los poemas y también el fondo sonoro que la acompaña para recitarlos, con su particular y melancólica cadencia en el audiolibro que lanzó conjuntamente. Quizá sus versos funcionen con las herramientas –potentísimas– de las que ya disponía, pero si tenemos que hacer caso al contenido, Lana Del Rey todavía no es la poeta que se reivindica como tal, sin pudor, casi a gritos, en su primer libro. ∎