Esta novela, elogiada a ambos lados del Atlántico, bien podría ser un estudio de las disonancias y digresiones humanas. A lo largo de sus quinientas páginas se dibujan escenarios sombríos; aun así, asoma un cierto positivismo. El esplendor de esas discrepancias converge en la figura etérea de un hombre atado al pasado. Para dar a conocer todo lo que acontece con la vuelta a casa del barón Wenckheim, el escritor, que rehúye el estilo directo, se sirve de densas frases desenfrenadamente largas. Se podría concluir que es un acto de equidad por parte del autor y un acto de fe por parte del lector.
El barón, ya sexagenario, después de una ausencia de más de cuarenta años, regresa al lugar donde nació. Durante ese intervalo ha acumulado enormes deudas de juego en Buenos Aires. Enterados los vecinos de su pronta llegada, planean un desfile de bienvenida. Ilusos ellos, pues creen que vuelve un triunfador, un hombre cubierto de riquezas, y albergan la esperanza de obtener parte de las mismas. En realidad, toparán con un individuo cuya fortuna es inexistente y su memoria borrosa. Antes, asistimos a la historia del Profesor, un pretérito biólogo de renombre que prescinde de las relaciones sociales para vivir una existencia hermética en una chabola, a las afueras del pueblo. El argumento ofrece poco espacio para la alegría o el consuelo.
El viajero, un ser retraído y desconcertado, desea volver a ver a Marika, su novia de juventud, a quien no reconoce. Se hará evidente que la búsqueda de la mujer es tan insensata e ilusoria como los sueños de grandeza de los lugareños. En el turbulento escenario que se desencadenará, László Krasznahorkai (Gyula, Hungría, 1954) muestra su plenitud literaria. La traducción del chileno, de origen magiar, Adan Kovacsics tiene mucho que ver en el intrincado ritmo narrativo de “El barón Wenckheim vuelve a casa” (“Báró Wenckheim hazatér”, 2016; Acantilado, 2024).
Krasznahorkai, que es conocido por sus frases prolongadas y laberínticas, perfora con ahínco la conciencia de sus protagonistas. Sus pensamientos no admiten fronteras ni barreras. Los hechos tampoco son sucintos, los detalles de las situaciones, lugares y personajes de esta novela coral son incalculables. La sintaxis del narrador es libérrima, las abundantes oraciones continuas, las acotaciones y el predominante uso de comas dotan al texto de una particular respiración, casi un resuello. Viaja a cotas en que la paciencia del lector empieza a perder elasticidad cognitiva. Al autor de “Relaciones misericordiosas” (1986) el hilo argumental le permite desviarse, abandonar el lugar, las palabras, las situaciones de manera abrupta. La ficción contiene matices desconcertantes. Paradójicamente, es el resultado de una indómita ausencia de prejuicio literario.
En otro orden de cosas, existe un poso de contemporaneidad. Hungría busca un lugar en el mercado del capitalismo global. Sus políticas sociales se nutren de tics reaccionarios, que el escritor tiene en cuenta al inserir a los marginados en el relato. Los inmigrantes representan el ruido de fondo, que está en todas partes o al menos lo parece. Arrinconados entre la sarna y la inmundicia, emocional y material. Mendigan por las calles, donde protagonizan peleas. El estado de ánimo del país es volátil, el ambiente se decanta hacia la oscuridad.
Es sabido que un grande de las letras europeas, como László Krasznahorkai, suele mostrarse críptico. Sin embargo, ha sido claro con el objetivo que deseaba obtener con “El barón Wenckheim vuelve a casa”. Siempre quiso escribir un libro unificado, una tetralogía. Según parece, el autor magiar ha alcanzado la unión anhelada con obras anteriores como “Tango satánico” (1985), “Melancolía de la resistencia” (1989) y “Guerra y guerra” (1999). Al presente título se le ha concedido el premio Formentor de las Letras 2024. El jurado reconoce en esta edición la “potencia narrativa que envuelve, revela, oculta y transforma la realidad del mundo”. ∎