En tanto que literatura que se come y se bebe, es fácil entender las novelas de Lawrence Osborne (Londres, 1958) como un cóctel en el que la mezcla de diferentes ingredientes da algo siempre suculento. Las partes acostumbran a ser, casi sin desviación, un protagonista de moralidad dudosa (a menudo, un expatriado navegando la cultura local entre miradas escépticas y subrepticias), una ambientación exótica, un argumento con toques de noir clásico y twist sobrenatural, además de una cierta crítica social rayana en lo satírico. En su última publicación en España, “Maldita suerte” (“Ballad Of A Small Player”, 2014; Gatopardo, 2022), el escritor deja en la estantería ese último ingrediente para incidir en lo etéreo: las primeras páginas son un misterio que sigue el manual de estilo de Graham Greene, pero pronto la obra se torna cuento de fantasmas.
El protagonista es Lord Doyle, uno de tantos expats occidentales que buscan nueva suerte en Oriente dilapidando una fortuna de dudosos orígenes en los casinos de Macao. Como siempre, Osborne aprovecha su dilatada trayectoria como periodista de viajes sabiendo de verdad dibujar una escena. Esto es literatura inmersiva, un chapuzón en los interminables pasillos infestados de humo, alfombras rojas, arañas de luces colgando del techo, puertas doradas y cuadros de ornamentación imposible. Una locura de lugar, Macao, lleno de contradicciones en el que la tradición del pasado colonial portugués colisiona con su nueva realidad, habiéndose convertido en la Las Vegas de Asia, una meca de dinero y vicio.
Lord Doyle es otro antihéroe a lo Osborne viviendo en el limbo del purgatorio con el que simpatizarán todos aquellos que se engañan a sí mismos diciendo que Asia es el plan B cuando en realidad nunca hubo otro. Un ludópata empedernido que da la oportunidad al escritor de romantizar y, a la vez, desmitificar el arte del juego (“ya se sabe que no se es un verdadero jugador hasta que, en el fondo, prefieres perder”, suelta ya en la primera página). En este caso, del bacarrá punto y banca, quizá el más democrático y kamikaze de los juegos (casi una ruleta rusa), una variante que no requiere habilidad alguna más allá de la suerte y que se ha convertido en la opción elegida tanto de James Bond en “Casino Royale” como de los amos de fábricas chinas que invaden en tromba el Venetian, el Greek Mythology o el Mona Lisa. Entre lo mundano y lo sobrenatural, entre platos de bacalao asado y dim sums de almeja, entre la riqueza y la más absoluta miseria, es imposible no acompañar a Doyle en su febril camino a la perdición. ∎