Se han puesto de acuerdo ‘Financial Times’ y ‘The Guardian’ en considerar “Perversas criaturas” (“Beautiful Animals”), la novela de 2017 de Lawrence Osborne que ahora traduce al castellano Gatopardo, como la mejor lectura del verano. Si ya lo fue hace cuatro años, imaginad ahora que el sol aprieta, que las medidas se relajan y que el turismo se despierta de su letargo. Y es que cuando uno se sumerge en cualquiera de los textos del escritor británico, solo pueden pasar dos cosas: que te entren unas ganas terribles de viajar y también de probar los platos más exóticos. También, claro, que engullas sus libros con la misma voracidad.
Osborne, que a menudo ha sido descrito como “el mejor novelista que aún no conoces”, en realidad es un veterano de 62 años que ha visitado más países de los que puedas nombrar, que se inició en el periodismo de viajes y que llevó una vida nómada hasta que el azar lo colocó en Bangkok. Ahí reside desde hace más de una década, y quizá ahí le surgió la inspiración para reconvertirse en nuevo referente de la novela negra. Los halagos se centran en situarlo como heredero de Graham Greene –aunque también tiene algo de Patricia Highsmith– y revitalizador de la mejor novela inglesa. Tanto es así que recibió el encargo de escribir la nueva y crepuscular entrega de la saga de Philip Marlowe, “Solo para soñar” (“Only To Sleep”, 2018; Navona, 2020), y ahora se le acumulan las adaptaciones cinematográficas o televisivas. Incluida esta flamante “Perversas criaturas”, una historia del Mediterráneo moral (o más bien inmoral) que explora las habituales obsesiones del autor –la codicia, el choque cultural y de clases, el azar– en un escenario privilegiado, el de la isla griega de Hidra, donde coincide su accidental triángulo de protagonistas: Naomi, Samantha y Faoud, un refugiado sirio. Y este libro no será nuestra única cita con el novelista este verano: en julio nos espera “Balada triste de un jugador” (“The Ballad Of A Small Player”, 2014; Navona, 2021).
Naomi de “Perversas criaturas”, Sarah de “The Glass Kingdom” (2020), David de “Los perdonados” (2012; Gatopardo, 2020)... En mi opinión, hay bastantes protagonistas despreciables en tus novelas. ¿Te preocupa que tus lectores empaticen con tus personajes?
Para nada. De hecho, lo que más me preocupa es el personaje con el que YO empatizo más. Para mí, esa sería Naomi. Siempre la he encontrado misteriosa y atractiva en cierto modo. Por supuesto, está basada en alguien que conozco. Aparte de eso, lo que me importa es que la historia sea atractiva; a veces, pero no siempre, eso es más importante.
Muchos de tus personajes se mueven por el egoísmo. ¿Así ves al ser humano?
Creo que el ser humano se mueve por impulsos inconscientes, algo parecido a bandadas de pájaros migratorios. Soy determinista, supongo. No tenemos el control de nuestras vidas de la manera que creemos. Por supuesto, esto entra en contradicción con una ilusión occidental profundamente arraigada.
Soy suspicaz ante determinados tipos de solidaridad, especialmente cuando es expresada en público. La protagonista de “Perversas criaturas”, Naomi, es ese tipo de persona, lo que los anglosajones llamáis “virtue signallers”.
Efectivamente. Es una forma particularmente anglo-americana de falsedad, el “idealismo” estridente, que es a la vez poco convincente y normalmente bastante venal e hipócrita. Pero, recuperando tu idea, creo que estas personas no son conscientes de su actitud. El hipócrita consciente de ello no es un peligro; solo es peligroso el inconsciente.
“Perversas criaturas” fue escrita en el apogeo de la crisis migratoria del Mediterráneo. Cuatro años después, y mientras preparaba este cuestionario, miles de jóvenes migrantes pasaban de Marruecos a Ceuta. Es como si estuviese leyendo de nuevo “Los perdonados”.
He pasado mucho tiempo en estos lugares de alrededor del Mediterráneo, y también estuve ahí de pequeño. Hace poco también viví en Estambul, donde vi el influjo sirio de cerca. De hecho, todo el asunto es bastante predecible en la era de internet. Ves algo más apetecible online y te das cuenta de que llegar ahí no es tan difícil, así que vas. ¿Por qué no ibas a hacerlo? ¿Alguien cree que China, por ejemplo, tiene un problema con los migrantes? No. Todo el mundo sabe que si cruzas su frontera sin su permiso te van a disparar. Nadie va. Las naciones árabes ricas cerraron sus fronteras a los sirios, y a nadie le importó.
¿Fue un reto tratar de esquivar la tentación de encarnar a Faoud como la representación de todo el “colectivo” migrante?
No quise que representara nada de eso. Para mí, la palabra “migrante” como tal no existe, solo hay seres humanos motivados por las cosas que impulsan a todos los seres humanos. ¿Qué diferencia hay respecto a nosotros? No hay tal colectivo. Los sirios, por ejemplo, provienen de perfiles sociales muy diferentes. Están escapando de Turquía (un puerto seguro, por cierto) por mil y un motivos. Faoud es, por encima de todo, un individuo. No paraba de preguntarme a mí mismo mientras escribía sus páginas qué hubiese hecho en su posición. Y la respuesta es: ¡exactamente lo mismo!
El libro también explora el choque generacional entre los llamados millennials y los boomers. Simplificando el asunto un poco, creo que entiendo a ambos lados. El primero se queja de que es la generación más cualificada, pero también es más pobre que sus padres. El segundo cree que los millennials no han alcanzado el nivel de sacrificio que ellos sí hicieron.
Bueno, soy un boomer, supongo, y mi propio hijo es un millennial, así que pienso sobre este asunto un poco. Los boomers son, desde luego, insufribles como generación, y también se beneficiaron de los sacrificios y la creación de riqueza de aquellos que trabajaron más duramente antes que ellos. Mi abuelo no tenía ni para un par de zapatos hasta que cumplió 16 años. Presenció la invasión de Alemania. Vivió horrores. ¿Alguien de Occidente ha sufrido tales horrores? Los millennials hablan continuamente sobre injusticias que ellos mismos no han vivido. Esencialmente, es una manera de chantajear emocionalmente a sus padres. ¿Por qué hay gente que necesita chantajear a sus mayores? ¡Pregunta interesante! Y no tengo la respuesta. Si los millennials son pobres en Occidente quizá tiene que ver con que pocos han aprendido algo vocacional. La ingeniería, por ejemplo, no es sexy, mientras que en Asia, donde vivo, hacen lo contrario y, desde luego, son más ricos que sus padres.
También hay otro choque gigante en tus libros, y ese es el de raza y clase. En tus novelas, esto no suele terminar bien. ¿Crees que es una división irreconciliable?
De algún modo, sí, lo creo. Los humanos parecen ser muy tribales en lo que respecta a sus emociones, pero no del todo, por supuesto. Pero la ferocidad de la emoción de clase, por ejemplo, siempre es alucinante cuando te enfrentas a ella. Es visceral. La raza es siempre una fuente de ansiedad y extraña inquietud, aunque todo el mundo haga ver lo contrario. Observo estas patologías como si fuesen enigmas, simplemente es eso. Han de ser observadas, no sentimentalizadas.
Tus novelas son todo atmósfera. Hay una paleta clara con una serie de temáticas que se repiten. Podrían darse en cualquier sitio con una buena ambientación. ¿Por qué una isla griega esta vez?
Crecí en Grecia, es el paisaje de mi infancia y uno sagrado para mí. Personal y culturalmente. Solo el hecho de describirlo es pura dicha, un acto sagrado. ¿Qué puede decir uno sobre las emociones generadas en una tierra tan profunda?
¿Qué viene antes en tus novelas, el argumento o la ambientación?
Para mí, la ambientación es primordial. Si tus personajes no tienen relación física, sensual o sensorial con el sitio que están habitando, este se vuelve un escenario vacío. Es solo una sensación personal, quizá sea algo excéntrica. Hoy en día, los novelistas no piensan mucho en estas cosas. Pero, en este sentido, sigo los pasos de D.H. Lawrence. El “espíritu del lugar” es un misterio en sí mismo, los lugares tienen alma, creo, que deja huella en los seres humanos sin que ellos sean conscientes de ello. Este proceso me fascina.
Disfruto mucho leyéndote describir el clima, la naturaleza de los alrededores. ¿Cuándo sabes que ya has creado una escena?
Para mí, es justo lo contrario, la escena emerge del lugar. Piensa en escenas de películas, que es como acostumbro a pensar yo también. Son puramente sensoriales. Las “sientes” sin realmente saber cómo ni por qué, de una manera muy fluida, animal, surrealista. Piensa en esos paisajes de “El nuevo mundo” (2005) de Terrence Malick o “La aventura” (1960) de Antonioni. Ese es mi ideal.
Tal y como lo veo desde miles de kilómetros de distancia, en los últimos meses y años ha habido una gran inquietud en la zona del sudeste asiático (Hong Kong, Myanmar, Tailandia…) con agitación social, manifestaciones, golpes de estado… Esto es un tópico que exploras y que de algún modo anticipas en “The Glass Kingdom”. ¿Crees que este periodo de relativa paz en la región se puede terminar?
En realidad, nunca ha sido particularmente pacífica. He vivido tres golpes o intentos de golpe en Tailandia: en 2006, 2010 y 2014. He visto a gente muerta por disparos en la calle. Pero sí, lo de Hong Kong ha sido terrible (pasé mucho tiempo ahí en 2019) y Myanmar, que siempre ha sido un país brutal, ha llegado a nuevos niveles de terror.
A lo largo de tu carrera has disfrutado de un cierto estatus de culto. Pero las cosas parecen estar a punto de terminar con todas estas adaptaciones televisivas y cinematográficas a la vuelta de la esquina. ¿Estás cómodo con lo que viene a continuación?
En realidad, soy demasiado mayor como para darme cuenta de ello o darle importancia. Como decía Henry Miller: “La fama siempre te alcanza demasiado tarde”. Es gracioso. Creo que, en ese sentido, soy un fanático. Tengo un escritorio, una botella de vino y una pared vacía. Soy perfectamente feliz con ello. Es más satisfactorio que ninguna otra cosa. Lo mejor es que encima ya no estoy arruinado. Eso sí que lo admitiré. ∎