El viento a favor de “Minari. Historia de mi familia” (2020; en España, 2021) puede verse como una moda, desde que los Óscar decidieron dar carta de nobleza al cine coreano con “Parásitos” (Bong Joon-ho, 2019), o como un logro particular de una película que sabe tocar diferentes sensibilidades sin provocar cataclismos ideológicos ni dramáticos: la inmigración, los esfuerzos (o la falta de los mismos) por integrarse en una cultura ajena, el mito del sueño americano circunscrito a un pequeño terruño, el núcleo familiar como espacio de construcción personal y destino vital, y la mirada del niño, complementada con la de la abuela, para cubrir el arco de la vida.
Con esas buenas cosas bien dispuestas no es raro que la productora de Brad Pitt, Plan B, se interesara por un proyecto que ha acabado siendo por entero de nacionalidad estadounidense, pero preserva en ese marco ciertos elementos que desde aquí asociamos al cine oriental, igual que la familia protagonista crea su microcosmos particular en medio de una zona rural de Arkansas a mediados de los años 80. Con esta historia, el director Lee Isaac Chung quería regresar a su propia infancia como hijo de inmigrantes coreanos en Estados Unidos.
Toda la atención recibida (premios, nominaciones a los Óscar, críticas abrumadoramente positivas) puede hacernos creer que “Minari” es lo que algunos denominarían un “películón” Pero los superlativos no van con el filme de Lee, que renuncia a entrar a cuchillo en las posibles decepciones del sueño americano, en los calvarios de los inmigrantes antes de ser aceptados totalmente, o en el choque cultural, para concentrarse en la lucha para salir adelante en el interior de la familia y plantar juntos una nueva semilla en el nuevo país, pero sobre todo construir su terreno interior.
La película no necesita aspavientos argumentales, porque encuentra su convicción en unos personajes atractivos y sólidos. En ese sentido, también por el protagonismo de un niño de indudable gracia y naturalidad, y una abuela excéntrica, “Minari” evoca el cine de Hirokazu Koreeda, aunque a Lee Isaac Chung le falta el dolor o el mordiente que muchas veces esconde el nipón en los pliegues de su cine.
“Minari” es amable y positiva, sí, pero hasta cierto punto, y nunca cursi ni edulcorada ni artificiosa. Veamos los méritos de ese talante: construir con una cámara que se desliza fluida entre sus personajes, los anhelos, las relaciones y también los sinsabores de un proyecto de vida, con una mirada serena, curiosa, indagadora, sin maquillar las dificultades. No es una hazaña menor. ∎