Serie

Los ensayos

Nathan Fielder(T1, HBO Max)
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Este verano, durante seis semanas, todos hablaban de Nathan Fielder. Empezando por Nathan Fielder. Su mirada, sostenida sobre el arnés de su ordenador portátil, es el tema, el logotipo y la herramienta que construye “Los ensayos” (2022-): una serie que mezcla telerrealidad y ficción cuya premisa consiste en reproducir con neurótico detalle situaciones cotidianas para que sus participantes, gente entre comillas ordinaria, puedan ensayar los acontecimientos que les producen ansiedad y aprender a gestionar sus repercusiones con éxito.

El concepto era el sueño de cualquier introvertido habitante de internet, y la idea de dilapidar los fondos de HBO Max en la construcción de diferentes lugares-maqueta, un reclamo megalomaníaco irresistible. El resultado final también lo es, pero por otros motivos: capítulo a capítulo, Fielder vuelve la mirada sobre sí mismo y, lo que prometía ser el aprovechamiento serial de una premisa absurda (¿acaso se lo creyó alguien?), se convierte en el ensayo autoficcional y autocrítico de un creador que lleva casi diez años interpretándose a sí mismo.

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Desde el estreno en 2013 de “Nathan al rescate” (2013-2017), Fielder no se sale del personaje: un neurótico judeocanadiense de afectación robótica que no entiende las prácticas humanas, observa a cierta distancia y enrola a gente inocente, no muy consciente de lo que le espera, en la construcción de su autorretrato. Entre genio y loco, empresario y filósofo, documentalista y cómico, es el sujeto cero del “método Fielder”, una forma de trabajar que eleva a su máximo exponente algo presente en todo formato televisivo: el disparate y la manipulación de la realidad.

En un ecosistema mediático en el que casi todo se ha hecho antes, el camino de su generación de performers es el de la autoconsciencia, el comentario metanarrativo y los momentos ocasionales de “verdad”, entendida esta como conclusión a la que se llega a posteriori. Como John Wilson, discípulo de Fielder, que extrae narrativas de la acumulación de imagen documental; o Caveh Zahedi, su antagonista, que en la radical “The Show About The Show” (2017) ya exploró cosas parecidas a “Los ensayos”; o hasta Bo Burnham, que hizo de un documental dramático de pandemia el especial de comedia más aplaudido del año, Fielder construye su obra moviéndose kafkianamente hacia dentro, volviendo la forma texto y anticipándose a la discusión crítica, que queda contenida dentro de la serie.

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Aunque nunca es perfectamente desinteresada, natural u honesta (la mera existencia de “Los ensayos” como producto de entretenimiento sigue la tradición que deconstruye; salir del laberinto implicaría salir, también, del personaje), pone al descubierto las problemáticas inherentes a cualquier reality: el control narcisista del creador, los límites del consentimiento y la desconexión fundamental entre los objetos del documental y las miradas que los someten. La de Fielder en concreto fue tachada de “cruel y arrogante” por un crítico de ‘The New Yorker’, pero, frente a la estandarizada por la industria –pienso en la que pende sobre los participantes de “First Dates”, o en la de “MasterChef” sobre Verónica Forqué–, acaba resultando prácticamente inocua.

El problema al hablar de “Los ensayos” es que, lejos de abrir un espacio para el análisis y la interpretación –¿sabían al hacer “Soy Georgina” (Juan Pablo Cofré, 2022) que su publirreportaje era un documental interesante?–, Fielder no deja brechas: lo controla todo, y el intento de analizarla se convierte en mera recapitulación; discutirla en directo es seguir en directo el agotamiento del discurso. Es mejor entregarse al experimento controlado y disfrutar allí donde acaba surgiendo la magia: la personalidad de Angela, el talento de la actriz que la interpreta, la irrupción del Doctor Pedos o el rostro de Nathan al ser arrollado por un actor de 18 años en el papel de un niño pequeño. A esto nos conduce toda la autorreflexión y la autocrítica del mundo: directos a los brazos del absurdo. ∎

Experimentos con la vida.
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