Serie

Los Gemstone

Danny McBride(T4, Max)
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En tanto que thriller criminal con aires de comedia, “Los Gemstone” (2019-2025) podría haber acabado con impacto, pero en su lugar lo hizo con un extrañamente tierno círculo de plegaria. Y eso que el final de la serie no estuvo exento de pirotecnia: hubo un tiroteo, un duelo y fuegos artificiales. Lo que perdurará de todo ese desbarajuste no es tanto la violencia o la descerebrada locura (aunque, a decir verdad, un mono salva la función), sino un cálido y lacrimoso sentido de cierre que consigue coexistir con la vulgaridad y caos que es una seña de identidad en cualquier creación de Danny McBride.

Desde el inicio, “Los Gemstone” era una serie sobre gente mala haciendo cosas malas en nombre de un dios bueno. El clan Gemstone –malcriados, avariciosos e hipócritas telepredicadores y herederos de un imperio de megaiglesias– encarnaban avatares ideales para criticar los excesos del cristianismo americano. Pero McBride, junto a los cocreadores Jody Hill y David Gordon Green, siempre ha tenido planes más allá de la sátira: a fin de cuentas amaban a estos idiotas y creían en el poder de la redención, incluso para las almas más perdidas.

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La cuarta y última temporada sigue en esa tónica, aunque incidiendo más en el lado sentimental de la serie, hasta hace no mucho apenas latente, ahora claramente desatado. Cada uno de los hermanos –Jesse (McBride), Judy (Edi Patterson) y Kelvin (Adam DeVine)– es expuesto a su particular prueba de fuego, saliendo del paso menos egoísta y más abierto emocionalmente.

Pero lo que realmente eleva esta temporada es su estructura cíclica. El primer episodio nos lleva al pasado violento de la familia con un giro inesperado (Bradley Cooper como un antepasado predicador confederado) y el final refleja ese legado con una secuencia de redención que involucra una Biblia dorada, un mono heroico llamado Dr. Watson y un tiroteo que casi termina en tragedia. Esta rima narrativa no es casualidad: McBride y su equipo siempre han sido meticulosos en sembrar sus comedias con ecos temáticos que refuerzan los arcos emocionales, por muy ridículos que parezcan.

Por supuesto, hay balas, sangre y chascarrillos, pero también plegaria, reconciliación y la sensación de que los Gemstone finalmente están abrazando los ideales de su difunta madre. Aimee Leigh (Jennifer Nettles) sigue siendo la brújula espectral de la serie, con una carta póstuma que otorga corazón à la finale: “Cuando nos aferramos demasiado firmemente al dolor, perdemos la habilidad de alcanzar la luz”.

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Puede sonar empalagoso, pero todos tranquilos, la serie jamás abandona su lado satírico. Baby Billy (un glorioso Walton Goggins) sigue siendo un faro de autoconfianza y ambición turbia, y “Los Gemstone” no deja de deleitarse en cachondearse del capitalismo religioso. Ejemplos hay muchos, como la imagen de un hipermercado Sears convertido en megaiglesia o un game show de temática cristiana llamado Teenjus (compuesto de Jesucristo adolescente).

Esta evolución tonal –de la crítica despiadada a las bromas suaves y a la catarsis emocional– podría decepcionar a los fans de las obras anteriores y más crueles de McBride, “Eastbound & Down” (2009-2013) y “Vice Principals” (2016-2017). Y, aunque la serie nunca ha pretendido glorificar la religión organizada ni al cristianismo de mercado que critica con mordacidad, ha encontrado en el perdón su verdadero terreno espiritual. “Los Gemstone” no absuelve a sus personajes de sus pecados, pero los observa con suficiente cariño como para imaginar que podrían, en el fondo, aprender algo. ∎

Bad religion.
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