En tanto que thriller criminal con aires de comedia, “Los Gemstone” (2019-2025) podría haber acabado con impacto, pero en su lugar lo hizo con un extrañamente tierno círculo de plegaria. Y eso que el final de la serie no estuvo exento de pirotecnia: hubo un tiroteo, un duelo y fuegos artificiales. Lo que perdurará de todo ese desbarajuste no es tanto la violencia o la descerebrada locura (aunque, a decir verdad, un mono salva la función), sino un cálido y lacrimoso sentido de cierre que consigue coexistir con la vulgaridad y caos que es una seña de identidad en cualquier creación de Danny McBride.
Desde el inicio, “Los Gemstone” era una serie sobre gente mala haciendo cosas malas en nombre de un dios bueno. El clan Gemstone –malcriados, avariciosos e hipócritas telepredicadores y herederos de un imperio de megaiglesias– encarnaban avatares ideales para criticar los excesos del cristianismo americano. Pero McBride, junto a los cocreadores Jody Hill y David Gordon Green, siempre ha tenido planes más allá de la sátira: a fin de cuentas amaban a estos idiotas y creían en el poder de la redención, incluso para las almas más perdidas.
Puede sonar empalagoso, pero todos tranquilos, la serie jamás abandona su lado satírico. Baby Billy (un glorioso Walton Goggins) sigue siendo un faro de autoconfianza y ambición turbia, y “Los Gemstone” no deja de deleitarse en cachondearse del capitalismo religioso. Ejemplos hay muchos, como la imagen de un hipermercado Sears convertido en megaiglesia o un game show de temática cristiana llamado Teenjus (compuesto de Jesucristo adolescente).
Esta evolución tonal –de la crítica despiadada a las bromas suaves y a la catarsis emocional– podría decepcionar a los fans de las obras anteriores y más crueles de McBride, “Eastbound & Down” (2009-2013) y “Vice Principals” (2016-2017). Y, aunque la serie nunca ha pretendido glorificar la religión organizada ni al cristianismo de mercado que critica con mordacidad, ha encontrado en el perdón su verdadero terreno espiritual. “Los Gemstone” no absuelve a sus personajes de sus pecados, pero los observa con suficiente cariño como para imaginar que podrían, en el fondo, aprender algo. ∎