Libro

Lucinda Williams

No compartas con nadie los secretos que te conté. MemoriasLiburuak, 2023

La traducción al castellano de las memorias de Lucinda Williams nos ha llegado casi en tiempo récord, y su ajada presencia en el Azkena Rock no ha hecho más que revalorizarlas: es curioso que este texto, finalmente rubricado por la artista de Luisiana en sus agradecimientos en enero de este mismo 2023, no dedique ni una sola referencia al ictus que sufrió hace casi tres años, en plena pandemia, y que tanto mermó su movilidad. Más aún cuando son precisamente la transparencia y la honestidad las dos divisas que rigen “No compartas con nadie los secretos que te conté. Memorias” (“Don’t Tell Anybody The Secrets I Told You. A Memoir”, 2023), escrito en un principio enteramente a mano y con un estilo tan sencillo y a la vez punzante como sus propias canciones. Quizá prefiera obviarlo, y en su derecho está. Lo sustancial, en cualquier caso, es que estas 250 páginas, traducidas por Aixa de la Cruz, dan las claves para entender el tardío impacto en la música popular de una mujer marcada por ciertas disfunciones familiares y cambios de domicilio tan frecuentes que hicieron de los moteles de carretera su hábitat natural. En ningún lugar se siente más cómoda. Eterna alma errante.

Leyéndolo, he recordado que la entrevisté hace un par de años y me decía que sus canciones hablan exclusivamente de sí misma y de sus vivencias. Que no hay artificio ni ficción. Que no hay construcción de personajes. Que no hay nada de la impostura que prima en muchas de las estrellas de nuevo cuño. Que todo aquello sobre lo que canta es porque lo ha vivido. Y que hay que tener un cierto bagaje vital para hacerlo; es complicado si no se ha hecho callo: por algo no triunfó hasta bien entrados los cuarenta. Y lo cierto es que aquí, a diferencia de lo que ocurre en otras autobiografías igual de jugosas en lo personal pero bastante más rácanas en la descripción del proceso creativo, Lucinda detalla la génesis de decenas de canciones y de álbumes clave en su carrera, sin por ello ahorrarnos un solo detalle acerca de sus encontronazos con una industria regida por hombres que no siempre la supieron entender (demasiado rock para el country, demasiado country para el rock), una influencias literarias y musicales que supo domar a su antojo hasta desligarlas de las visiones más tópicas del sur norteamericano y una vida sentimental en la que casi siempre optó –y lo asume– por parejas inestables y poco recomendables, al menos hasta que conoció a actual marido y mánager, Tom Overby.

Por el camino nos enteramos de su intermitente flirteo con Ryan Adams (al fin y al cabo, un buen amigo), y sobre todo logramos entender mucho mejor a esa artista que se congratula de haber pasado en unos años de tocar en las calles de Manhattan, en una esquina de la calle 54 con la Quinta Avenida esperando que los transeúntes le dejaran algunas monedas en la funda de su guitarra, a hacerlo unos metros más adelante, en el Radio City Music Hall ante seis mil personas. Justicia más bien poética para una artista sin igual, que en la posdata nos advierte con sabiduría: “No temas a la muerte. Hay cosas peores”. ∎

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