Celebro con furor la reedición que Anagrama ha lanzado de “Europa”, una versión corregida del que fue el debut literario –publicado por la editorial Gollarín en 2014– de Luis López Carrasco (Murcia, 1981), ganador años más tarde del Premio Herralde con su novela “El desierto blanco” (2023).
Las piruetas temporales que hace Luis, no sé si por accidente incluso (duele pensar que existen personas tan listas y, sin embargo, gobierna Trump), son la constatación de que somos uno con el cosmos, como decía Carl Sagan, y que el infinito te lo puede mostrar un espejo y también puede salir de un cuerpo, de un órgano, de una conexión cerebral. En uno de sus relatos, “Papá está estropeado”, un padre deja de funcionar de repente, y su hija, esta adolescente de un futuro imaginado, asume con desapego lo que todos los adolescentes sienten desde que existe el tiempo relatado; que funciona mejor que lo viejo, y que la tecnología de su progenitor es vintage, defectuosa, arcaica, se necesita reparar. El contenido filosófico de este aparente juego espacio-temporal remite sin ostentaciones y con humor glaciar, robótico, preciso, al eterno retorno de Nietzsche, poniendo de manifiesto que el avance y retroceso, es decir las estructuras lineales, y el progreso son también ficción literaria.
Y aunque no exista el tiempo del todo, de nuevo un bucle: los años han afectado a este compendio convirtiendo las metáforas que usó Luis durante su primera escritura, allá por el 2011, en la materia que configura nuestra realidad, y lo que fue un juego de la fantasía vertebra sus siete cuentos sin que podamos dejar de pensar en uno de los debates centrales de nuestra vida actual. ¿Nos está arrebatando la tecnología la vida o por el contrario es un espacio más en el que habitar? ¿Nos puede ayudar a expandir nuestras capacidades o nos las tiende a inhabilitar? La tesis del libro es melancólicamente luminosa; aunque nos acercamos al colapso (a veces de alguno de los personajes, o a veces de la civilización), hay nuevos espacios en los que cabe el placer, la aventura, y una suerte de felicidad. Así se podría viajar a un mundo con porvenir desde uno que se destruye, como en “Todos los finales posibles”, o nos podríamos perder en un videojuego encontrando en él una vida más chispeante que la que nos ofrece nuestro mundo material, como en “Donde los enemigos esperan sentados junto a cubos de basura”.
Aunque la pregunta es: ¿de qué nos sirve huir de las crisis sin mirar de frente todos los errores que nos trajeron hasta aquí? Esta lectura, no solo filosófica sino también política, enlaza con la filmografía de Luis, quien ya hizo una película de culto que habla sobre las chapuzas de nuestro pasado político durante la transición, llamada “El futuro” (2013), y ganó dos Goya (mejor película documental y mejor montaje) con “El año del descubrimiento” (2020), que también profundiza sobre la idea de un país que celebraba el progreso mientras silenciaba un incendio al Parlamento autonómico provocado por gente que se quedaba sin esperanza en Cartagena debido al cierre de sus fábricas, un filme de obligatorio visionado si alguien duda de que el punk no es Ferraz.
Un dato curioso (que también lo aporta por contraste el paso del tiempo) es que en los relatos de “Europa”, aun si se acaba el mundo, la gente puede pagar sus alquileres con subsidios pequeños. Supongo que ni en el más estadista de los cerebros galácticos se podía prever una de las crisis más graves que tenemos. El libro tiene una prosa brillante y un ingenio y agudeza que nos sirve para pensar a través de la ciencia ficción en nuestra actualidad. Qué más se le puede pedir a una lectura de vuelta a empezar. ∎