Cómic

Max Baitinger

SibyllaFulgencio Pimentel, 2024

¿Qué harías si tuvieras que dibujar una biografía sobre alguien de quien prácticamente no se sabe nada? Max Baitinger (Penzberg, 1982) tiene una respuesta, quizá la única posible: tomar otro camino, romper con lo esperado y construir algo diferente. Este autor alemán, que ya sorprendió con el excelente “Röhner” (2016; Fulgencio Pimentel, 2018), forma parte de una corriente de cómic de clara aspiración artística, que se materializa por la vía del humor y la ejecución de una línea personalísima, que rompe con lo naturalista y lo académico y transita terrenos nuevos. A priori, nada podría parecer más alejado de su trabajo que una “biografía en viñetas”, subgénero de la novela gráfica contemporánea muy dado a la fórmula y a la repetición, aunque puedan encontrarse notables excepciones. Quizá porque muchas de ellas son encargos, las biografías en cómic no suelen ser un campo para la experimentación ni la expresión personal. Pero “Sibylla” (2021; Fulgencio Pimentel, 2024; traducción de Núria Molines y César Sánchez) no es exactamente un encargo, aunque haya contado con el apoyo y asesoramiento de la Asociación de Amigos de Sibylla Schwarz (1621-1638), poetisa del barroco alemán en la que se inspira Baitinger en este libro raro y juguetón.

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Lo que se sabe de Sibylla no es mucho, porque murió antes de cumplir los 18, durante la Guerra de los Treinta Años. Su obra se publicó póstumamente, y se perdió en el olvido hasta 1980, cuando fue recuperada, e insertada, recientemente, en la recuperación de mujeres artistas que acomete la herstory. Así, Baitinger adopta una estrategia que recuerda a la que puso en juego el madrileño Lorenzo Montatore en su libérrima biografía de Francisco Umbral, “La mentira por delante” (Astiberri, 2021), y en las primeras ocho páginas se ventila la biografía aséptica, wikipédica, de los hechos conocidos sobre Sibylla Schwarz. A partir de ahí comienza “otra cosa”: una exploración de su figura que recurre a veces a la obra que escribió mediante citas a sus poemas, pero que, sobre todo, es una fabulación en torno a la incógnita que es todo lo demás alrededor de la poeta alemana. Convertida en un icono gráfico, la joven escritora sufre pasivamente lo que sucede a su alrededor, a la manera del desdichado protagonista de “Röhner”, que veía su rutina perturbada por un jeta que se apalancaba en su hogar. En esta nueva historia también hay un par de gorrones, dos soldados de la guerra, pero esto es solo una parte de un viaje imprevisible, que se mueve entre el metacomentario –las palabras del propio Baitinger explicando las supuestas dificultades para realizar la obra, y la comunicación con la mencionada Asociación de Amigos de la poeta– y la introspección, siempre frustrada por la propia impermeabilidad de Sibylla, que solo habla a través de las palabras que dejó escritas. Su figura pertenece a la memoria y nunca podremos conocerla realmente, pero sí podemos expresarnos en nuestro presente a través del diálogo con su obra.

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Siempre con un sentido del humor sutil e irónico, Baitinger parece a veces improvisar; aunque muy probablemente esto no es más que una impostura, parte del juego. Así, cuando la mencionada asociación propone darle una ayuda económica, el dibujante decide ampliar la obra… tanto, que se remonta a los orígenes de la vida en la Tierra. Pero, ante todo, “Sibylla” es una celebración del dibujo como forma de expresión: en cada trazo, en cada forma, es palpable el goce de un autor que disfruta del acto de dibujar en sí mismo, y que sabe contagiar ese disfrute a sus lectores. Al obviar la tramoya ilusionista del realismo, enfatiza la condición de dibujos de sus personajes y escenarios, sin más marco que el que plantea la tinta sobre el papel –con algunas texturas de oscuras acuarelas–; todo es posible. Baitinger se detiene en algunos momentos, traza los movimientos de algún personaje deleitándose impúdicamente, como el que se da un atracón de bombones a dos manos. La caricatura y la deformación plástica se funden con fines expresivos y emocionales hasta convertirse en el motivo central. Aparentemente nada se dice de la poeta; pero todo lo importante está en su representación visual.

En tiempos de CGI, de inteligencias artificiales ramplonas, de estéticas blandas y de cómics que más que dibujados parecen diseñados gráficamente, es una alegría encontrarse con obras cuyos autores no es que reivindiquen el puro dibujo, sino que chapotean en él con un espíritu lúdico que puede parecer básico o simple, pero que, en su vuelta a los orígenes, al papel y al grafito, encuentran el camino para alcanzar una verdad artística más profunda que no tiene que ver con la fidelidad a unos hechos históricos, sino con el compromiso autoral y la honradez con la que se aborda cada trabajo. En “Sibylla” no hay reflexiones históricas, no hay lecciones morales ni reivindicaciones sociales; aunque, al mismo tiempo, todo eso podría extraerse de sus páginas si quiere encontrarse. Pero el dibujo es un lenguaje que se pelea con la obviedad y el sermón, que evita ser encerrado en la jaula del signo lingüístico, y permanece libre y asilvestrado. En su engañosa ligereza reside la poesía. ∎

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